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Por
Roberto Marra
Existe
como una condición “sine qua non” que se les exige a los
gobiernos populares, que es la de no aplicar medidas que impliquen
reparaciones justicieras a fondo de las atrocidades cometidas por los
otros gobiernos, esos que acostumbran a destruir las vidas de las
mayorías en nombre de sus ridículas teorias de derrames de vasos
que (oh, casualidad) nunca se llenan.
Todo
se hace en nombre de una supuesta “convivencia democrática”, a
la que el Poder no se cansará de perforar con sus capacidades
intactas, aprovechando ese ingenuo “perdón”, que solo demuestra
una lectura errónea del momento histórico y las oportunidades que
éste brinda para terminar definitivamente con la enfermedad y no
seguir tapando sus síntomas.
No
es la misma la actitud de la oligarquía cuando sus gobiernos asumen,
por las buenas o por las malas, las riendas de la Nación. La
“convivencia”, para ellos, es solo una palabra que indica
sumisión de los más débiles a sus decisiones. La “democracia”,
un vacío declarativo de supuestas libertades que serán vulneradas
tantas veces como les sea necesario para mantener sus superioridades.
La
revancha es su propio método, la que aplican con tanta ferocidad,
que convierten a los pueblos en la carne de cañón de sus
aberraciones económicas y sociales, simples marionetas de una
fábrica gigantesca de miserias y escarnios programados con el
exclusivo objetivo de la elevación de sus cuentas bancarias.
El
odio de clase también se disfraza para confundir a ciertos sectores
proclives a la mimetización con estos enemigos de la humanidad. Las
palabras y los hechos nunca coinciden, pero se manifiestan con la
eficiencia de una lógica goebbeliana en los medios que esparcen
definiciones que luego serán el escudo que los protegerá, si los
gobiernos populares logran vencerlos en las urnas que siempre, aunque
no lo parezca, están amañadas.
Cooptado
el Poder Judicial, monopolizado el sistema mediático y convencida
gran parte de la ciudadanía acerca de la necesidad de no ser
“revanchista”, se asegurarán el paso hacia otro estadío de sus
poderes, tan peligrosos como cuando los ejercen en forma directa. Sin
tapujos y con los peores métodos, sembrarán sus mendacidades para
hacer germinar otra vez los rencores hacia quienes ejerzan el
gobierno con orientaciones opuestas a sus intereses.
Habremos
dado otra vuelta en esta “calesita” de la historia, donde la
sortija siempre la sacan los mismos. Seremos otra vez víctimas de
nuestros propios errores, al considerar como iguales a los siniestros
que nunca aceptarán serlo respecto a nosotros. Todo en nombre de una
“coexistencia pacífica”, buscando una justicia que,
paradójicamente, es manejada por los victimarios.
“Tronar
el escarmiento” suena duro. Suena hasta violento. Parece una
invitación a la venganza. Pero no lo es. Bien leído, es una
exhortación a la verdadera Justicia. Una que aplique el
imprescindible rigor sancionatorio que se corresponda con los daños
irreversibles que los dueños del Poder nos han infringido desde
siempre. Una que sepa bloquear el retorno de sus perversiones
disfrazadas de lo que sea, para conseguir nuevamente aplastar
nuestras cabezas para hundirnos en el fango de miserias al que nos
tiene destinados. Entonces sí, la palabra “revancha” no podrá
ya ser la excusa vil para no hacer lo que la historia nos demanda. Y
será, simplemente, resarcimiento.
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