martes, 24 de julio de 2018

DESPUÉS DEL ABANDONO

Imagen de "Agencia Paco Urondo"
Por Roberto Marra
Ahí están, siempre a la vista, exponiendo sus carencias sin tapujos, sin cortinas ni paredes. La calle, las plazas, los breves espacios bajo los aleros de esos edificios que nunca podrán habitar, son el escenario habitual de este teatro continuo de la miseria. No es nada nuevo. No se trata de hechos que desconozcamos o no estén a la vista de todos. Sin embargo, el abandono de las personas es casi un paisaje cotidiano que cruzamos tal vez con amargura, o con lástima, o con desprecio o, lo peor, con absoluta indiferencia.
A veces la muerte se lleva silenciosamente a alguna de ellas. Tal vez veamos un par de policías que vigilen el inerte cuerpo de ese delito social invisible y permanente. A lo mejor alguien mire con pena y pregunte quien era, cómo murió, por qué estaba allí. La respuesta será, seguro, una invitación a “circular” de los agentes del órden. La misma y no causal órden que las Madres de la Plaza transformaron en rescate de la verdad.
Frío, hambre y abandono es el cóctel fatal que se les ofrece a estos desarrapados. “Esperanza cero”, diría el asqueroso sirviente del imperio que transita la Rosada, partícipe necesario en estos delitos jamás tenidos en cuenta por fiscales y jueces, siempre tan ocupados en resolver encarcelamientos a los molestos opositores al régimen del oprobio y la destrucción nacional.
Los paladines de la alegría y el cambio también gobiernan la ciudad de Buenos Aires, amarilleada y senderizada para goce de muy pocos ilusos creyentes en globos de colores cada vez más sucios por la acumulación de mentiras y odios encarnados en los abandonados. Hasta fueron capaces de cambiar los bancos de las plazas, otrora refugios salvadores para sus noches sin techo, ahora atravesados con saña por hierros para impedirlo. Una tortura más para alejar a los “nadies” de la vista de la “buena gente”.
Su corrupta polícía transita las calles, no en busca de ladrones ni narcos, sino de esos despojos humanos que llaman, con cinismo repugnante, “personas en situación de calle”. Con la ferocidad de los perversos, rompen sus colchones agujereados, queman sus cartones refugiantes, patean sus braseros protectores de frios interminables y acarrean sus cuerpos lacerados a los rincones más ocultos y lejanos, para que la “sociedad sana” se sienta “protegida” del “peligro” de los pobres de toda pobreza.
Golpeados y convertidos en basura humana, algunos podrán porfiar contra semejante adversidad, pero otros flaquearán ante la suma interminable de injusticias que acumulan sobre sus años. La lluvia y el viento helado serán culpados, luego, de sus muertes. Nadie cargará con este pecado sin mandamiento divino que lo impida.
Nunca se sabrá nada de sus vidas anteriores, de las causas que los llevaron al abandono. No será posible saber, tampoco, de sus sueños muertos, escondidos en el último rincón de sus almas penetradas de olvidos y rencores sin rebelión. El desamparo ha sido su innoble compañía y la deserción de la esperanza el golpe final para ceder sus vidas al designio de una sociedad enceguecida.
Yacerán en los lugares más oscuros, pedirán ayudas que no les darán, rasguñarán los contenedores de basuras en busca de un pan que les dé un día más de vida. Algunos serán abrazados por curas que entendieron el evangelio. Otros serán expulsados de los templos de señoras gordas que le rezan a un Jesús que nunca podría estar allí. La mayoría morirá en silencio, atravesando una calle, en una estación o debajo de un alero.
Cada vez habrá más abandonados, porque se reproducen al ritmo de las vilezas de los poderosos y la indolencia de una sociedad con anteojeras, que solo ve el abismo cuando está cayendo. Ya no nos queda más tiempo, y es el momento de ponerle freno a esa injuria de lo humano. Es el tiempo de colocar reversa y salvar el último reducto de la esperanza en una vida nueva. Es ahora cuando se deberá asumir que la dignidad no es una palabra vacía para discursos de plazas llenas. Y es cuando el Poder sabrá que todo lo puede, pero solo mientras el Pueblo esté dormido. Y temblará de miedo.

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