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Generalmente,
uno se pregunta muchas cosas respecto de los sucesos de cada día. La
duda campea casi siempre frente a los que parecen hechos
irrefutables, según el aparato mediático que nos ofrece la
información. Sin embargo, esto que parece un lógico camino de
construcción de su propia verdad, hace años que ha dejado de
manifestarse de esa manera en millones de personas, que actúan como
autómatas ante la realidad masticada que las pantallas le muestran.
La
aprobación inmediata de cada relato comunicado por los oligopolios
“periodísticos”, se ha convertido en el más poderoso método de
disciplinamiento dirigido a encauzar a la sociedad hacia la
irracionalidad de su autodestrucción, base de la dominación
absoluta por parte de un Poder que logra todo lo que desea con la
aquiescencia cómplice de muchos representantes de esa población
enceguecida.
La
estigmatización que han creado sobre determinadas personas, ha
producido (y sigue haciéndolo), la caracterización negativa de
ellas en forma absoluta. Tomando la parte como el todo, han derivado
de lo que pudo haber sido un minúsculo error de gestión, toda una
parafernalia de hechos indemostrables pero convenientes para
asociarlo a las peores conclusiones negativas.
Se
construye así, una imagen terminante sobre la persona en cuestión,
la que será multiplicada con millones de imágenes diarias que
aseguren el convencimiento de las masas proclives a su aceptación
pasiva o, en el peor de los casos, profundamente odiadora, lo que
brindará el campo de cultivo ideal para las ideas que el Poder
necesita inculcar en sus víctimas sociales.
Después,
están los que sacan partido individual de estas elucubraciones de
los poderosos que se creen dueños de nuestras vidas. Son los
miserables politiqueros que, disfrazados de honestos representantes
de la ciudadanía, dan conferencias, recorren los canales de
televisión y escriben notas, profundizando el desprecio hacia los
estigmatizados mediáticos para asegurarse los favores de los
electores a la hora de las urnas.
Desespera,
cuando uno tiene algún grado de conciencia, observar tanta
falsificación de los hechos. Enerva saber que, por haber actuado de
acuerdo a una determinada ideología, algunas valiosas personas son
perseguidas con la saña propia de los energúmenos que no ven más
allá de sus narices. No se encuentra sentido ante la aceptación de
los postulados de los enemigos con tal de acabar con la influencia de
las mejores y más capacitadas personas, esas que han sabido
corresponder con pasión a su formación ideológica en cada una de
sus decisiones.
Hasta
quienes han actuado al lado de esas figuras se corren hacia el
costado opositor. Con un particular sentido de la “ética”,
prefieren salvar el pellejo político sumándose al coro vergonzante
de los ignorantes y los imbéciles, siempre mayoría entre quienes
forman parte de la claque preparada al efecto por el Poder. Culmina
todo con los dedos señaladores de errores que mágicamente se
convierten en delitos, de políticas sociales transformadas en
corrupciones inventadas, de subsidios a quienes menos tienen
considerados como cooptaciones de voluntades, y otras falsedades
similares.
Nada
importa de la verdad ni de la honestidad con la que se haya actuado.
Solo se señalarán a los corruptos (siempre presentes en cualquier
institución) como parte de una corrupción inducida por los líderes
que se desean eliminar. Esa será base suficiente para votar al
enemigo y castigar el atrevimiento de haber intentado modificar la
vida de millones de compatriotas, tirando la épica historia
construida con tantos sacrificios, al perverso cesto de la basura
mediática. La
verdad, entonces, da otro paso hacia su tumba.
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