jueves, 12 de julio de 2018

LA TUMBA DE LA VERDAD

Imagen de "Contrainfo"
Por Roberto Marra

Generalmente, uno se pregunta muchas cosas respecto de los sucesos de cada día. La duda campea casi siempre frente a los que parecen hechos irrefutables, según el aparato mediático que nos ofrece la información. Sin embargo, esto que parece un lógico camino de construcción de su propia verdad, hace años que ha dejado de manifestarse de esa manera en millones de personas, que actúan como autómatas ante la realidad masticada que las pantallas le muestran.
La aprobación inmediata de cada relato comunicado por los oligopolios “periodísticos”, se ha convertido en el más poderoso método de disciplinamiento dirigido a encauzar a la sociedad hacia la irracionalidad de su autodestrucción, base de la dominación absoluta por parte de un Poder que logra todo lo que desea con la aquiescencia cómplice de muchos representantes de esa población enceguecida.
La estigmatización que han creado sobre determinadas personas, ha producido (y sigue haciéndolo), la caracterización negativa de ellas en forma absoluta. Tomando la parte como el todo, han derivado de lo que pudo haber sido un minúsculo error de gestión, toda una parafernalia de hechos indemostrables pero convenientes para asociarlo a las peores conclusiones negativas.
Se construye así, una imagen terminante sobre la persona en cuestión, la que será multiplicada con millones de imágenes diarias que aseguren el convencimiento de las masas proclives a su aceptación pasiva o, en el peor de los casos, profundamente odiadora, lo que brindará el campo de cultivo ideal para las ideas que el Poder necesita inculcar en sus víctimas sociales.
Después, están los que sacan partido individual de estas elucubraciones de los poderosos que se creen dueños de nuestras vidas. Son los miserables politiqueros que, disfrazados de honestos representantes de la ciudadanía, dan conferencias, recorren los canales de televisión y escriben notas, profundizando el desprecio hacia los estigmatizados mediáticos para asegurarse los favores de los electores a la hora de las urnas.
Desespera, cuando uno tiene algún grado de conciencia, observar tanta falsificación de los hechos. Enerva saber que, por haber actuado de acuerdo a una determinada ideología, algunas valiosas personas son perseguidas con la saña propia de los energúmenos que no ven más allá de sus narices. No se encuentra sentido ante la aceptación de los postulados de los enemigos con tal de acabar con la influencia de las mejores y más capacitadas personas, esas que han sabido corresponder con pasión a su formación ideológica en cada una de sus decisiones.
Hasta quienes han actuado al lado de esas figuras se corren hacia el costado opositor. Con un particular sentido de la “ética”, prefieren salvar el pellejo político sumándose al coro vergonzante de los ignorantes y los imbéciles, siempre mayoría entre quienes forman parte de la claque preparada al efecto por el Poder. Culmina todo con los dedos señaladores de errores que mágicamente se convierten en delitos, de políticas sociales transformadas en corrupciones inventadas, de subsidios a quienes menos tienen considerados como cooptaciones de voluntades, y otras falsedades similares.
Nada importa de la verdad ni de la honestidad con la que se haya actuado. Solo se señalarán a los corruptos (siempre presentes en cualquier institución) como parte de una corrupción inducida por los líderes que se desean eliminar. Esa será base suficiente para votar al enemigo y castigar el atrevimiento de haber intentado modificar la vida de millones de compatriotas, tirando la épica historia construida con tantos sacrificios, al perverso cesto de la basura mediática. La verdad, entonces, da otro paso hacia su tumba.
 

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