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“La
política es la continuidad de la guerra por otros medios”. Esta
frase, espejo de la famosa expresión de aquel famoso estratega
militar Von Clausewitz, podría servir para exponer con certeza la
forma en que los distintos grupos ideológicos, reunidos en esas
entidades difusas que son los partidos políticos, manifiestan sus
posiciones frente a los desafíos electorales o ante la necesidad de
explicitar sus pensamientos sobre los temas más acuciantes que retan
a la sociedad.
“Dios
los cría y el viento (neoliberal) los amontona”, serviría como
frase que resume las circunstancias. Los hechos superan a las
divergencias en las bases, pero no logra hacer lo mismo entre los
dirigentes. Al menos, no tan rápido como se precisa. Y es que las
palabras, si tienen algún valor, no pueden olvidarse tan facílmente.
Las bajezas morales de las que se han servido para acusar a los (y
sobre todo, a la) que fueron su propios conductores de hechos
delictuosos, no se pueden borrar con el codo del mismo brazo con cuya
mano se escribieron tamañas afrentas.
No
se escuchan, por el momento, arrepentimientos o retrocesos sobre sus
pasos mal dados. No hay “meas culpas” por ayudar al retroceso
bestial que se ha provocado en la economía y la sociedad. “No es
el momento”, dirán. Y es posible que sea así. Pero los tiempos se
aceleran, las pobrezas se esparcen y la miseria toca a la puerta de
los desventurados de siempre, asumidos ya como resaca de una sociedad
que no logra encontrar una salida clara frente a tanta vejación.
La
palabra “unidad” no deja de estar en bocas de todos los
“opositores”, algunos de los cuales lo son más y otros, mucho
menos. Pero solo parece haber la alternativa de la unidad de los
dirigentes, desde donde surgirían propuestas a las que los
ciudadanos adherirán o nó, sin haber sido partícipes reales en sus
elaboraciones.
La
enorme cantidad de militantes, apasionados defensores de sus ideas
cuando aquellos flaqueaban ante el enemigo, no es demasiado
considerada a la hora de convocar a la reflexión y elaboración de
los programas. Suele hacerse solo para grandes actos, donde desde un
escenario repleto de las mismas caras de siempre, nos anuncian las
propuestas a las que deberemos, de ahí en más, defender y militar
para lograr el triunfo electoral.
Pero
el momento histórico es mucho más complejo que otros similares. La
acumulación de poder de los poderosos ya es casi monopólica. Las
herramientas del sistema de dominación mundial están a su servicio
y, a no dudarlo, sabrán cooptar voluntades de alguna parte de esta
“unidad” atada con alambres que se está gestando. Urge, por eso
mismo, transparentar posiciones, descubrir los velos de los
pensamientos de cada sector opositor, para desarmar a tiempo el campo
minado de las controversias basadas en falsedades y diatribas
inventadas por el enemigo y aceptadas por los eternos acomodaticios.
Servirá,
antes que otra cosa, esparcir la idea de la unidad popular como
prioridad. Unidad devenida del convencimiento de los de abajo, de los
eternos olvidados por algunas cúpulas que solo miran sus ombligos.
Convencimiento desde donde puedan sostenerse, con la fuerza que solo
da la masividad de los cimientos ideológicos (y también prácticos),
las propuestas que se logren consensuar para encarar la enésima
reconstrucción de nuestra Nación. Unas propuestas que no podrán
evitar, si se pretende derrotar de verdad al despiadado enemigo que
enfrentamos, la defensa de la soberanía política y territorial, la
independencia para la aplicación de planes económicos de claros
objetivos de desarrollo autónomo y la orientación inequívoca hacia
el logro histórico más importante: la justicia social.
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