lunes, 16 de julio de 2018

SALUD, DIVINO TESORO (FINANCIERO)

Imagen de "El blog del viejo topo"
Por Roberto Marra

Se dice que el resguardo de la salud es un derecho. Lo menciona la Constitución, lo manifiestan las leyes, lo aseguran algunos fallos judiciales. Pero la realidad, esa maldita entrometida, demuestra que solo se trata de un deseo, una buena intención o, finalmente, un resguardo hipócrita de la conciencia de los que deciden la vida y la muerte de las mayorías para justificar el desatino de sus acumulaciones de riquezas y poder sin límites.
La mención en declaraciones, luego convertidas en letra escrita de convenciones internacionales, tardó mucho en andar el camino de la realidad palpable para la población. A fuerza de contar muertes y discapacidades por millones, terminó por imponerse un criterio aproximado a esa ideal forma de considerar la preservación de la salud como un lógico derecho humano fundamental.
Pero el sistema socio-económico, imperante casi en la totalidad del Planeta, fue descubriendo en la salud una nueva vertiente de donde extraer beneficios y sostener con mayor fuerza su ya extralimitado poder sobre los habitantes. El avance científico y tecnológico en ese rubro fue cooptado con fervor por las corporaciones oligopólicas mundiales, para apoderarse con la facilidad que da la abundancia del dinero, de los principales desarrollos destinados a los tratamientos de las enfermedades y las prevenciones de las mismas.
Los medicamentos se transformaron en la fuente de un poder casi omnímodo, convirtiendo a los laboratorios que los crean y fabrican en los verdaderos dueños de nuestras vidas (y nuestras muertes). Las obscenas ganancias que obtienen por esos dudosos “elixires” salvadores, son el resultado de un sistema basado en generar una dependencia absoluta de ellos y un miedo mortal por su falta.
Los inventos relacionados con los diagnósticos y tratamientos son el otro rubro que aprovechan hasta el paroxismo los encargados de atender nuestras necesidades sanitarias. Aparatos creados por muy pocas empresas en el Mundo, se convierten poco menos que de uso imprescindible, derivaciones seguras de nuestros médicos para asegurar sus diagnósticos.
Todo está relacionado, siempre, solo para tratar las enfermedades. O, a lo sumo, para prevenirlas con vacunas que, no casualmente, proveen también los mismos laboratorios que nos venden los medicamentos cuando aquellas faltan (o fallan). Un sistema perfecto de acumulación de riquezas sin límites, para la dominación de los necesitados de las elementales necesidades creadas al efecto.
Centenares de miles de millones se mueven por este aparato transnacional sustentado en el miedo natural a la muerte. Tantos como se trafican en armas para asegurar las otras muertes, reales y diarias. Los mismos millones que se acumulan sin cesar en las arcas de los perversos fabricantes del hambre y la miseria, verdadera enfermedad originaria de todos los males que se padecen en nuestras sociedades.
El resguardo de la salud, ese derecho tan mentado, no puede ser el resultado solo del tratamiento de los enfermos. Es ese el último de los pasos, cuando los actos preventivos no han dado resultado. Pero prevención es una “mala palabra” para el sistema. Prevenir es una acción que detestan los poderosos integrantes de la mafia de los laboratorios mundiales y sus acólitos locales. El supremo negocio de los tratamientos dejaría de serlo si se aplicaran planes para evitar enfermedades.
De esto se desprende el requisito primigenio de la privatización del sistema sanitario, donde los efectores sean manejados como simples empresas, donde el lucro sea su fundamento y la salud una de las últimas consideraciones. Solo a través de esos “sanatorios”, donde lo único que se sana son los bolsillos de sus dueños, puede sostenerse tamaña afrenta a la razón y la lógica, donde pasean sus cuerpos maltrechos los rehenes de este método impiadoso de materialización del desprecio humano.
El Estado (todos nosotros) termina por sostener (mal y a destiempo) lo que la brutalidad inhumana sanatorial no provee. Un puñado de buenos médicos ejercen sus tareas con la pasión propia de quienes creen que la ética no es una palabra vacía. Pero no alcanza. Y no es justo ni redituable para la Sociedad sostener semejante aberración sanitaria, solo para beneficio de los pocos engreídos que hace rato olvidaron su hipocrático juramento.
La experiencia lo demuestra. Cuando hubo un sistema sanitario real, que desde el Estado proveía lo necesario para evitar la aparición de enfermedades o para tratarlas cuando ello no era posible, allí se pudo comprobar que ese es el fundamento para hablar de salud como derecho. Una salud basada en el fin del hambre y el abandono como prioridad absoluta. Una salud donde solo el Estado sea su controlador total. Donde todos y cada uno de los habitantes (empoderados por ser y sentirse dueños de ese Estado) sea partícipe y beneficiario de la acción sanitaria. Y donde ya no se subsidie más a los negociantes de la salud, viles embaucadores y amorales constructores de las falsas necesidades que nos han encadenado al carro inmundo de su ilimitada perversión.

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