Sin
ánimo de hacer historicismo –que le compete a otros– cualquier lector
puede rápidamente dar cuenta de la dudosa legitimidad de la nueva
antinomia, instalada en redes sociales y medios de comunicación. Minería
o Malvinas, proponen los nuevos editores de la realidad argentina. Y,
un tanto confunden a quienes no alcanzan a ver que la planta se alimenta
de lo que tiene sepultado.
Es menester dilucidar la pretendida controversia para evitar
innumerables análisis apresurados que llevan a la saturación, y terminan
archivando el conflicto sin resolver, o remplazado por un nuevo dilema.
Al fin de cuentas, no lograrán tapar el sol con el dedo índice que
señala… pero sí distraer la atención.
La respuesta es clara y sencilla. Es tan legítima una como la otra,
a cuál más apremiante, e intrínsecamente ligadas. No se puede hablar de
la recuperación de las Islas Malvinas o de la defensa de los Recursos
Naturales sin analizar las raíces que relacionan ambas causas. En
conjunto, conforman un solo bloque de discusión, una única problemática a
resolver: cuán soberanos queremos ser. Esa es la cuestión.
No es casual que la ocupación británica de Malvinas, desde el 2 de
enero de 1833, fuera el corolario de un incidente por la defensa de los
recursos naturales. Todo había comenzado por un ballenero de la
naciente Unión de Estados Americanos, que depredaba la fauna oceánica de
manera artera. Ahora, a través de la difusión conservacionista,
conocemos la importancia que la zona tiene para la reproducción y cría
de los grandes cetáceos. Seguramente, los valientes cazadores contaron
con esa información y aprovecharon la migración anual de la Ballena
Franca Austral para darle caza sin más que esperarla llegar. O, seguir
la corriente del Brasil y terminar con una emboscada a la altura del Mar
Argentino. Tan fácil como pescar en el Jardín Japonés, y sin permiso.
Eran tiempos revueltos. Para 1811, España desalojó las islas. Y,
recién en 1820 Buenos Aires tomó posesión del archipiélago y reafirmó su
soberanía. Las vicisitudes políticas en el continente fueron
aprovechadas también por otros cazadores furtivos. Buques franceses y
holandeses se lanzaron a la faena. Pero, descubiertos por la gobernación
de las Islas Malvinas, se retiraban sin protesto. Distinto
comportamiento tuvieron los porfiados navegantes de habla inglesa. En
consecuencia, Luis María Vernet –quién además de representar los
intereses del flamante gobierno patrio, contaba con una autorización de
explotación de recursos de las islas desde 1823– apresó a la tripulación
y dio traslado a Buenos Aires. En respuesta, la diplomacia
estadounidense ordenó a la corbeta de guerra Lexington destruir las
instalaciones de Puerto Soledad y dejar campo arrasado para la
usurpación británica.
Two for tango, fue la misma fórmula que se repitió casi un siglo y
medio después. Un estadista se habría percatado del antecedente. Pero,
Leopoldo Fortunato Galtieri no lo era y el 2 de abril de 1982 contaba
tener a los Estados Unidos como aliado para la recuperación de
Malvinas. Incurrió en otro error de cálculo, creyó que podría obtener el
apoyo popular a través del engaño. Y, si bien algunos compatriotas se
mostraron confundidos; más temprano que tarde quisieron olvidar su
desatino.
En las antípodas, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner
cuenta con el reconocimiento de las naciones sudamericanas y el
beneplácito de gran parte de la ciudadanía para reclamar al primer
ministro británico, James Cameron, por la militarización de Malvinas.
Nuestra mandataria resaltó la importancia histórica del hecho. Se
distanció del método elegido por la dictadura militar y la absoluta
carencia de representatividad. En democracia, se resuelve por vía
pacífica y validado a través de la soberanía popular, recientemente
expresada en las urnas.
Paralelamente, en la misma semana, Cristina Fernández se refirió a
los piquetes llevados a cabo en las provincias andinas, a causa de la
explotación minera y la preocupación de la población por el impacto
ambiental.
Sin entrar en polémica, propuso darnos un debate serio. Y el guante
es recogido desde la historia misma. Fue meses antes de la primera
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, que se
realizó en Estocolmo en junio de 1972. El 21 de febrero se cumplen 40
años del Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo, escrito
en Madrid por Juan Domingo Perón. Allí, el ex presidente argentino
expresa: “…La concientización debe originarse en los hombres de ciencia,
pero sólo puede transformarse en la acción a través de los dirigentes
políticos… Las mal llamadas ‘Sociedades de Consumo’, son, en realidad
sistemas sociales de despilfarro masivo… Se gastan millones en
inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para
remplazar los bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a
nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad… Como ejemplo
bastan los autos actuales, que debieran haber sido remplazados por otros
con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas
simplemente para aumentar el pique de los mismos… El ser humano, cegado
por el espejismo de la tecnología… mata el oxígeno que respira, el agua
que bebe, y el suelo que le da de comer y eleva la temperatura
permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas.”
Finaliza con cuatro consideraciones especiales para los países del
Tercer Mundo, en una de ellas advierte “debemos cuidar nuestros recursos
naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios
internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de
industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología adonde
rige la economía de mercado. Ya no puede producirse un aumento en gran
escala de la producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo
paralelo de las industrias correspondientes. Por eso cada gramo de
materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del Tercer Mundo
equivale a kilos de alimentos que dejarán de producir mañana.”
Perón entendió que la palabra soberanía incluye la defensa
indisoluble tanto de los recursos naturales como de los territorios
nacionales. Probablemente, leyó o tomó conocimiento por mentas de lo
sucedido a otro general durante el gobierno de HipólitoYrigoyen. Enrique
Mosconi, creador de YPF, no pudo cargar combustible en una estación de
servicio sureña. A su reclamo, el propietario interpuso: “La nafta es
mía y no se la vendo a usted porque hay una empresa que me encarga
nafta, y lo poco que tengo es para esa empresa.” Entonces, los recursos
subterráneos eran argentinos. Pero, el manejo del producto extraído y
refinado lo tenían las empresas explotadoras; quienes decidían su
destino final. Algo similar podría estar sucediendo actualmente, con la
manipulación de la provisión de combustible y los sobreprecios en las
bocas de expendio.
Además del petróleo que explota en Mar Argentino y los permisos de
pesca que reparte el Reino Unido en forma ilegal, existiría un objetivo
ulterior de los británicos en Malvinas. De esto también se percató Perón
en 1952, cuando recibió al embajador británico por la agresión
inflingida a una base antártica. Inglaterra envió una fragata y destruyó
refugios de una base argentina. La guarnición era más bien pequeña,
pero lograron que los ingleses desistieran en cinco minutos. En aquella
ocasión, pretendieron dejar izada su bandera y un cabo la arrancó y se
la arrojó al bote que empleaban para huir. Durante su exilio en Puerta
de Hierro, lo recordó así: “Vino a verme el embajador británico y tuve
con él una pequeña conversación más bien amistosa, en el curso de la
cual me preguntó: ‘¿Cómo van a arreglar ustedes ese asunto de la
Antártida?’ Le contesté: ‘¿Qué derecho tienen ustedes a la Antártida?’ y
me replicó: ‘La Antártida es una prolongación de las Islas Malvinas.’ Y
fue entonces cuando yo le dije: ‘Sí. Eso me recuerda a un tipo que me
robó un perro y al día siguiente vino a buscar el collar’.”
*Publicado en Tiempo Argentino
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