miércoles, 31 de julio de 2019

CUESTIÓN DE TIEMPO

Imagen de "m.elmostrador.cl"
Por Roberto Marra
El tiempo es veloz. Al menos esa es la percepción a medida que cumplimos años, momentos en los cuales tomamos conciencia de la finitud en la que transcurrimos nuestra existencia. Un día, lo sabemos, llegaremos a ese periodo donde el trabajo debiera reemplazarse por el disfrute compensatorio de tantos años brindados para elevar la subsistencia propia y de nuestros seres queridos, una etapa que podría significar la utilización de nuestro intelecto para algo más íntimo que el cotidiano esfuerzo de buscar el salario o la renta para elevar la calidad de vida.
Pero la sociedad no es un plano, no es un único conjunto de personas ni mucho menos una ideal construcción donde todos tienen las mismas posibilidades, producto del sistema en el que transcurrimos y pretendemos desarrollarnos, generador de una sociedad esencialmente excluyente, particularmente dañina con los más débiles, salvo cuando alguna eventual mayoría logra imponer ideas que sustenten la elevación equitativa de los beneficios colectivos por sobre los individuales, experiencia vivida en nuestro País durante los gobiernos a los que ahora se los intenta descalificar con la adjetivación de “populistas”.
Fueron esos momentos en que el paso del tiempo lograba soportarse mejor, en los que la llegada a cierta edad no se transformaba en castigo premeditado para arrojar a la basura a los mayores, esos que ya no podían “rendir” los beneficios que esperan los perversos dueños de casi todo, incluso de las vidas de los condenados al descarte por “improductivos”.
Allí nacieron las reglas que promovieron el status social preferencial para niños y adultos mayores, producto de una mirada atravesada por algo más que la estricta razón economicista. De allí en adelante, la conciencia popular se asentó en esos paradigmas reales, percibidos y concretados en la realidad. Por eso la persistencia de las luchas, cuando esos tiempos de bonanzas se cortaron, por parte de esa parte de la sociedad que no aceptaba retroceder al período donde la vida era poco menos que un breve tiempo productivo.
Pero... pasaron cosas, diría el energúmeno que oficia de presidente por estos lares. Cosas que no fueron casualidades ni faltas de elaboración por parte de los poderosos que nunca aceptan resignar ni un centavo de sus obscenas ganancias. Con la perfidia del imperio como mandante y la enajenación de los ejecutores de sus designios en nuestra Nación, se fueron desarmando aquellas originales reglas que permitían expectativas de una vejez placentera y gozosa de los beneficios acumulados por tantos esfuerzos brindados a toda la sociedad desde la juventud.
Peor todavía, millones de personas dejaron de ser parte del sistema laboral, pasando a engrosar las filas de esa “reserva” que les posibilita, a los arbitrarios conductores de nuestras vidas, determinar quienes verán transcurrir el tiempo con mayor o menor celeridad, hundidos en las peores condiciones de subsistencia, obligados a transformarse en mendigos, abandonados y hasta perseguidos, en caso que se atrevan a elevar sus voces para protestar por tales condiciones.
En ese tiempo estamos, por esos caminos transitamos desde hace cuatro años, producto de la increíble decisión de la mitad de la población, aturdidos por las bombas informativas mendaces, constructoras de falsas idealizaciones y sentencias a sus antiguos benefactores. Por esos veloces momentos viajamos al pasado, sin necesidad de ninguna fantasiosa máquina del tiempo, por la sencilla disposición de los oscuros personajes que supieron adueñarse hasta de las neuronas de sus víctimas.
Los viejos, los adultos mayores, los ancianos, o lo que algún eufemismo pretenda aliviar su realidad temporal, fueron especialmente castigados. Fueron duros justamente con quienes, en su mayoría, utilizaron para dar vuelta la sociedad, transformándola en invivible, en destructiva de esperanzas, en simple irracionalidad destinada a la acumulación de fortunas de los eternos ricos, aplastando aquellos sueños de jubilaciones dignas con finales felices.
Ahora es el momento de demostrar que sus vidas no fueron en vano, que sus obligados sacrificios deben tener recompensas, que la razón y el corazón se conjuguen en voluntad y deseo de arrancar de cuajo la maldad instalada durante estos cuatro años de vidas sin destino. Ahora es cuando hay que expulsar de la vida cotidiana a los hacedores de todas las vilezas, para reconstruir una época de bonanzas, donde la justicia truene su escarmiento, para arrancarle al tiempo otra oportunidad. Tal vez, la definitiva.

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