miércoles, 10 de julio de 2019

DE MENTIROSOS Y MENTIDOS

Imagen de "VeroRezk.com
Por Roberto Marra
¿Qué extraño designio hace que una persona adhiera y defienda a determinada “figura” política, aun cuando ésta le mienta descaradamente? ¿Cual es la razón, si es que existe, para que alguien acepte sin intento alguno por evaluar la veracidad de los dichos, los discursos donde se mencionan datos absolutamente falsos, pero presentados como hechos concretos e irrefutables? ¿Cómo se genera esa relación directamente proporcional entre el tamaño de la mentira y la aceptación de los “mentidos”?
E pur si muove”, diría Galileo. Porque con razones o sin ellas, millones de impávidos ciudadanos alzan sus voces para denostar a quien se atreva a negar o contradecir en lo más mínimo las aseveraciones de los mentirosos seriales convertidos en sus “ídolos” políticos. Lo cual lleva a pensar en motivos mucho menos relacionados con la realidad tergiversada que aquellos expresan, que con cuestiones ideológicas derivadas de posiciones clasistas, de necesidades de sentirse superiores a otros con la espuria base de la negación absoluta de sus condiciones de seres humanos.
Al Poder nada le importa del conocimiento mayor o menor de quienes impulsan a ocupar los cargos que necesitan cubrir para asegurar la continuidad y profundización de sus dominaciones. Para ellos todo se reduce a acabar con la resistencia popular a sus metrallas de horrendas medidas económicas y financieras, fruto de la elucubración de sus “tanques de pensamiento”, los verdaderos hacedores de las políticas que comunican los monigotes que disponen para ser electos por los eternos “engañados”.
Hábiles estudiosos de las subjetividades a las que deben dirigir sus mensajes, saben dar cada paso anteponiendo discursos donde sus enemigos ideológicos son siempre los victimarios de la sociedad, señalándolos con acusaciones inverosímiles, pero aceptadas sin discusión alguna por sus adherentes, que habrán de repetir con punto y coma cada denostación realizada desde los púlpitos televisivos, ámbitos dominados casi por completo por esos patanes que hacen las veces de periodistas, denigrando el significado de semejante profesión.
Claro que, a esa “ristra” de vedetizados politiqueros prefabricados para la ocasión, se les unen otros de auténticos orígenes “militantes”, pero con menos convicciones que tamaños de bolsillos, lo cual los convierte en fáciles marionetas para los poderosos, que siempre necesitan de una pizca de conocimiento real de la acción política para seguir transitando con impunidad hacia sus objetivos de enriquecimientos ilimitados.
Para completar la “oferta”, algunos de los propios miembros de esa invisible red de poderosos que todo lo domina, se han hecho cargo, por estos tiempos, de ejercer directamente la tarea de gobernar, para lo cual no tuvieron mejor idea que elevar a la categoría de “político” a un fantoche con menos dotes de histrionismo que una piedra. Increíblemente, semejante inepto pudo convencer a millones de sus condiciones para comandar la Nación, solo con encabezar los insultos a sus antecesores, mientras destruía cada uno de los beneficios que esas mismas mayorías habían logrado alcanzar con sus “odiados populistas”.
Ahora, en su afán de continuidad de la ruina nacional, el monigote vuelve a mentir con descaro sin que muchos de los odiadores parezcan darse cuenta. O sí, pero prefiriendo la falsedad de sus farandulescos verdugos a la honestidad de su alternativa de auténtica política. Nos regresan entonces las preguntas, buscando las razones de semejantes conductas humanas, proclives a la autodestrucción, por el simple y estúpido placer de la negación de lo evidente, mientras el falsificador de la realidad inventa cifras de rutas nunca terminadas, de cloacas jamás realizadas, de trabajo que no creó, de fábricas que inauguró para cerrarlas, dejando un tendal de empobrecidos abandonados a su suerte, “haciendo lo que hay que hacer”, según reza su slogan miserable.
No hay otro camino que construir otra realidad, basada en hechos irrefutables, despejando las mentiras cotidianas de los inventores de sucesos nunca acaecidos, destronando a los enemigos disfrazados de “buena gente” de los cargos que nunca merecieron, aplastando sus proclamas antipopulares con la verdad de las necesidades y la sinceridad de las propuestas convertidas en votos conscientes y solidarios con quienes todo lo perdieron, hasta su propia dignidad, solo por ir detrás de la “zanahoria” del olvido y la traición.

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