jueves, 10 de mayo de 2018

RETROCESO HACIA EL FINAL

Imagen de "El periódico"
Por Roberto Marra

Credibilidad. Desregulación. Previsibilidad. Estas palabras están siempre a flor de boca de cualquier neoliberal que se precie de serlo. Son parte de su credo falaz y antipopular, presentado como única alternativa frente al “desborde” populista que les impida a actuar a su antojo para elevar sus beneficios. Son otras zanahorias para atraer a los imbéciles siempre prestos a creerse parte del banquete al que nunca serán invitados, como no sea para acompañar como claque los triunfos de los dueños de casi todo.
Y así, el mismo día en que se vota en la Cámara de Diputados un proyecto de Ley para retrotraer las tarifas a los valores de algunos meses atrás, también se aprueba la llamada “Ley de financiamiento productivo”, otro caballo de troya introducido entre las Pymes, con el sirénico canto de las promesas de financiaciones que solo serán más facilidades para las transacciones espúrias de los poderosos.
Gran parte de los mismos diputados que aprobaron el retroceso tarifario, votaron esta reforma que también retrocede, pero hacia la liberalización aún más marcada de los que todo lo manejan en el ámbito financiero. ¿Puede alguien creer en el interés del impresentable diputado Amadeo por ayudar a los pequeños empresarios, cuando su gobierno ha logrado hundirlos en el peor de los mundos improductivos? ¿Se puede ser tan crédulo ante los que desarrollan políticas que destruyen el consumo con la misma alegría con que desactivan los programas de sostenimiento social de los más vulnerables?
El mismo día en que la espiral de la decadencia se aceleró con el anuncio de la súplica al FMI para lograr uno de esos salvavidas de plomo que acostumbran a tirarles a los que más genuflexos se manifiestan ante ellos, se levantaron prestas las manos para asentir el despojo previsible a los ¿desprevenidos? pequeños empresarios, argumentando facilidades de acceso a créditos que terminarán por empujarlos al vacio de la desaparición.
Hay que ser serios”, dicen los acostumbrados mercenarios de la politiquería que pululan por el Congreso. “Tenemos que apoyar lo que está bien y rechazar lo que está mal”, cotorrean ante las cámaras disfrazadas de “periodismo independiente”, para regodeo de los perversos ocupantes de la Rosada. Verdades (o mentiras) de perogruyo que sirven para alejar de la existencia real a las mayorías, enfrascadas solo en sobrevivir en el caos económico de los que vinieron a salvarnos del monstruoso populismo.
Los eufemismos están a la orden del día. Las parodias tribunalicias se han hecho costumbre. Los argumentos culpabilizadores hacia los antecesores son la única versión de la realidad que inventan los “cambiadores” para permanecer un tiempo más al frente de la destrucción de una Nación que la sienten su propiedad privada, por lo que no les cuesta nada venderla al mejor postor imperial.
El convidado de piedra es el Pueblo. Todavía desperdigado, perdido ante tanta inoperancia dirigencial, no termina de reaccionar unido frente al robo descarado del que es víctima. La “gente”, en tanto, sigue obnubilada con las promesas de quienes les alejaron a los “negros” de sus falsas prosapias aristocráticas, vendiendo lo que les queda para no admitir sus propias culpas empobrecedoras.
Mientras, en algún despacho de Washington, un par de corruptos evasores nos ponen ante las fauces del monstruoso Fondo, regalando soberanía al peor postor, sobándole el lomo al amo para el que trabajan, suplicando la miserable moneda de la dominación eterna y vaciando el futuro de millones de personas. Y encendiendo la mecha de la bomba de su propio final.

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