martes, 15 de mayo de 2018

CARICATURA IMPERIAL

Imagen de "Cia.Bo"
Por Roberto Marra

Una caricatura es una representación de la realidad en la cual se exaltan determinadas características que, quien la hace, considera relevantes para explicar algo sobre esa figura. Es una de las formas más desarrollada de la conceptualización de determinados hechos o personajes, que muchas veces también sirve para motivar reacciones hacia ellos por parte de quienes la miran. No son inocentes las caricaturas, ni siquiera las dedicadas a los niños, que suelen formar parte de esa andanada de herramientas de dominación cultural que utilizan desde el Poder.
No necesariamente debe ser un dibujo la forma de caricaturizar a alguien o a determinados hechos o situaciones. También el relato escrito o las imágenes reales, bien editadas, pueden ser herramientas útiles para expresar lo que se quiera. La ideología la atraviesa siempre, es la base que genera el proceso de representación. Desde allí en adelante se producirá el traslado del concepto que se intenta inculcar a los millones de lectores de esas parodias de lo real.
Esta es la forma en que el Imperio decadente de hoy en día viene trabajando para convertir a sus adversarios ideológicos en seres detestables, ridículos, abominables para las mayorías idiotizadas por medio de la organización de las mentiras en un relato construído en base a falsedades convertidas, al menos, en dudas permanentes.
Así han logrado convencer acerca de los “terribles males” sufridos en cada uno de nuestros países del Sur a los eternos incautos, esos que parecen gozar con la ignorancia, convertidos en las balas impensantes e imprescindibles para matar al “monstruoso” populismo. Las descripciones ridiculizantes de los líderes populares están a la cabeza de las acciones imperiales, que cuentan con la colaboración inestimable de los “periodistas” del Poder y sus diatribas diarias sobre esas personas a las que intentan deshonrar con cada palabra.
Así ha pasado con el proceso llevado adelante por Hugo Chávez en Venezuela. Él fue el blanco predilecto de la estigmatización imperial y de sus acólitos locales y continentales, esos miserables escribas de los poderosos dedicados a desgastar y destruir a ese líder desde su aparición misma. Mil intentos de derrocamientos sin éxito y hasta su propia muerte, no alcanzaron todavía para destruir ese camino emprendido por el Pueblo que lo acompañó masivamente.
Ahora es a su sucesor Nicolas Maduro a quien caricaturizan a su antojo, mostrándolo como un “dictadorzuleo bananero”, similar a esos que el Imperio siempre ha tenido en Centroamérica para apropiarse de sus riquezas. Recortando y editando, valiéndose de las peores formas de degradación humana hacia él y sus seguidores, nos bombardean (vieja costumbre imperial) con realidades virtuales acomodadas a sus intereses de saqueo que el actual gobernante les impide concretar.
Los “reyes de la democracia” pretenden darnos lecciones de respeto a las instituciones, destruyéndolas. Abogan por libertades que ellos cercenan a su antojo por todo el Mundo. Hablan de “derechos humanos” los mismos que matan a millones de personas con sus guerras y su capitalismo rapaz.
Los chupamedias de turno de cada Nación ahogada en pobrezas y miserias, les sirven para acompañar esa campaña de demonización, tan necesaria para mantener la esperanza de derrocar a su peor enemigo del momento. En nombre de sus “amadas” democracias de papel glacé, son capaces de matar de hambre a todo el Pueblo venezolano, hasta lograr expulsar la palabra Revolución de sus cabezas y terminar con la construcción de una felicidad que Chávez logró demostrarles que era posible conquistarla.
No es un lecho de rosas nuestra Venezuela. No es un lugar donde su gobierno no se equivoque nunca o no haya corruptelas. Tampoco se podría pretender otra cosa en un País acostumbrado a un sistema rentista que se conceptualizó en cada uno de sus habitantes como la única forma de sobrevivir, gracias a la sucia tarea de los caricaturistas del Poder.
Pero es una realidad que ilusiona con otro camino. Es un proceso de cambio que recién comienza, a pesar de sus casi 20 años. Es el puntapié inicial que dio ese gran hombre de la sabana venezolana, adalid de victorias increíbles y promotor de luchas superiores, líder continental que generó, como todos los grandes hombres de la historia, pasiones encontradas y certezas innegables.
Ahora, cuando en otra elección se juega el destino de ese Pueblo, suenan nuevamente los ruidos de los invasores al acecho. Vuelve la metralla de palabras e imágenes falsas de un imperio que se resiste al destino que la historia le tiene preparado. Regresan los idiotas a ser idiotizados por otros idiotas limitados, gozando de la mentira organizada para convertirlos en las balas que maten la utopía en marcha y se ilusionen con una victoria que les haga creer que serán parte de un triunfo, que sería solo el preámbulo de sus propias derrotas.

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