En
los últimos años, en Argentina hemos venido soportando el
despiadado ataque de los medios de comunicación más poderosos sobre
el gobierno popular que finalizara su mandato en el año 2015.
Durante aquellos años y después, cuando asumieran el gobierno
directamente los propios gerentes de ese poder; periodistas y
opinadores varios, panelistas y vociferantes callejeros, fiscales y
jueces prebendarios, fueron sembrando de odio las pantallas y los
parlantes, hasta convertir la realidad en una masa maleable y
aceitada para la fácil digestión inconsciente de sus perversos
mensajes.
Partícipes
de esa obscena manera de moldear la verdad para cubrir los intereses
de los integrantes del auténtico Poder, fueron los autodenominados
“intelectuales”, personajes de toda laya provenientes del mundo
de “la cultura”, falsa denominación de ese grupo de mercenarios
de las letras y las artes dedicados a martirizar las mentes de los
obnubilados pasajeros de este “Titanic” en el que nos impusieron
navegar.
Mientras
íbamos surcando el famoso túnel de la luz inalcanzable, estos
energúmenos de muchas palabras y muy poca moral (sino ninguna) nos
aseguraban que la felicidad estaba en... saber sufrir. Nuestro
destino era, sin dudas, la gloria. Aunque no nos especificaran el
tiempo que tardaría tal cosa en alcanzarse. Ni siquiera nos hacían
saber en qué consistía semejante final de tantos padecimientos
“satisfactorios” de ese presente implacable.
Haciendo
de entrevistadores o entrevistados, estos perimidos de las letras
acentuaban sus labores destructivas de la realidad, mostrándose como
“filósofos” que nos aseguraban que el camino emprendido era el
único, imposible de ser reemplazado nuevamente por ese “populismo”
que nombraban con cara de asco, como oliendo sus propios excrementos
mentales lanzados al aire de la desvergüenza mediática.
Con
ellos se sentían a gusto los integrantes de los perjuros integrantes
del “mejor equipo”, sabedores que nunca habrían de contrariar
sus objetivos ni contradecir sus dichos. La felicidad de hacer daño
mostrado como el súmun de la generosidad, haciendo añicos el
concepto de la perversión, superada varias veces en su original
significado. Entre semejantes idolatrados de las cámaras y los
obsecuentes, pasaban airosos los falsos interrogatorios, donde la
verdad nacía muerta y la injusticia se solazaba entre sus creadores.
Los
millones de pibes mal nutridos, los centenares de miles con hambre
permanente, las madres perdidas en los mares de lágrimas gastadas
inútilmente ante tanto desprecio conjurado, eran solo los daños
colaterales de esta auténtica guerra contra los pobres. Las manos
extendidas de los mendigos, las curitas y los pañuelitos comprados
por piedad, ha sido siempre el oscuro placer de los repugnantes
integrantes de esa clase que solo persigue la muerte cotidiana del
más débil, la deshumanización absoluta de la sociedad y la
desaparición del “cuco” político que los atemoriza desde hace
más de setenta años.
Ahora,
cuando el Pueblo a retomado la iniciativa, cuando la justicia
comienza la tarea de recuperar el significado social que le es
imprescindible, esos abominables seres de pretendidas capacidades
superiores por haber escrito algún libro de éxito editorial,
continúan siendo objeto de entrevistas para escuchar sus opiniones
sobre el “populismo” en ciernes. Allí aparecen de nuevo, con sus
pérfidas cargas de desprecio y brutalidad hacia quienes no aceptan
sus pareceres. Ahí están otra vez, tratando de empañar la
felicidad del final rotundo de ese viaje tenebroso en medio de una
noche social y económica de dimensiones escalofriantes.
En
esta hora que pretende poner fin a tanta inmoralidad y maldad
premeditada, debe acabar el aire mediático para estos bestiales
exponentes de lo peor de nuestra especie. Deben ser apartados para
siempre de sus pretendidas condiciones de “referentes filosóficos”
de lo que ni siquiera conocen, porque no son dignos ni de llamarse
humanos.
Son
tiempos de renovaciones necesarias, no solo en lo político y
económico, sino en lo cultural. Es imperioso dar vuelta las páginas
de esos excecrables autores de opiniones envenenadas, para poner en
el aire la razón de los eruditos populares, la herencia sustancial
de los mejores hombres y mujeres pensantes de nuestro pasado y
presente, esos que atraviesan todas las edades y los tiempos,
descuelgan las estrellas de la sabiduría y nos incrustan la emoción
de sentirnos parte de un Pueblo liberado.
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