viernes, 27 de diciembre de 2019

EL FIN Y EL PRINCIPIO

Por Roberto Marra
La acumulación de falacias emitidas desde el Poder y sus medios amigos a lo largo del tiempo, ha generado una sociedad entumecida, gris, temerosa de la inteligencia y vocera inconsciente de sus propios enemigos, cuyos mensajes odiosos lograron convertirse en emblemas de peleas insensatas contra cualquier hombre o mujer que intentara modificar la sociedad, en busca de la equidad necesaria para incluir a todos y todas en la dignidad de los derechos humanos más elementales.
Los procedimientos para la destrucción o la cooptación son diversos y sofisticados. Parten del enorme capital financiero a su disposición, con el que logran comprar voluntades de los eslabones más débiles de la sociedad, aquellos que solo ven la salvación individual como único objetivo. Pero no solo compran individuos, sino que influencian a sectores sociales completos, a quienes emboban con mensajes sesgados y monocordes, haciendo de sus cerebros una esponja receptora solo de odios incoherentes con la realidad que sobrellevan y las razones que la provocan.
Esa provisión interminable de insensateces, ese acopio de alimentos psicológicos envenenados de ira contra enemigos inventados, convierte a pueblos enteros en marionetas destinadas a bailar al ritmo de sus patrones ideológicos, relegando o matando las rebeldías necesarias en toda sociedad para provocar los saltos de calidad institucionales y morales que resultan imprescindibles para atravesar las vallas del ultraje y la deshonra programados.
Es así que la historia ha transcurrido por estos lares nuestroamericanos, aplastando resistencias y sublevaciones populares con la fuerza de las armas y también de las otras, las mediáticas. Es de esta manera que se han consumado retornos a modos antidemocráticos o directas dictaduras, cada vez que los poderosos y el imperio que los sostienen como aliados imprescindibles, ven tocados sus privilegios.
Han contado, casi siempre, con el respaldo de los poderes judiciales, incólumes vestigios de un poder oligárquico que se resiste a modificar ni una sola de sus prerrogativas, consumando sus oscuros procederes con el aval cómplice de muchos politiqueros de escasas lealtades y rápidas sumisiones al poder del dinero.
Las consecuencias de todas estas acciones perversas, están a la vista de quien quiera verlas. No es tan necesaria la inteligencia como la sensibilidad. Porque los resultados de tanta inmundicia política, legislativa, judicial y mediática, se ven en las miserias de los barrios donde, a duras penas, sobreviven los excluídos eternos de cada plan elaborado desde esas oscuras oficinas donde la maldad campea oronda y la brutalidad alimenta los oscuros espíritus de sus ocupantes.
Por estos tiempos donde el calendario marca el final de otro ciclo anual, donde las personas intentan encontrar caminos redentorios de sus malas acciones, donde las miradas solidarias parecieran sobreponerse a las egoístas, caben preguntarse las razones por las cuales llegamos hasta este estado de cosas, necesitan ser planteados los interrogantes acerca de los orígenes de tanta hipocresía al servicio de la pérdida de derechos, de tanto dolor evitable con el solo paso por el corazón de los oscuros pensamientos atrapados en las conciencias atravesadas de odios inciertos.
Esta convención del almanaque convertido en aparentes finales y re-comienzos por el paso de un año a otro, abre otra oportunidad. Una que, ya llegando al final del presente, la mayoría de la población decidió con su voto, intentando acabar con la que fuera la transgresión al sentido mismo de lo humano, envuelta en la repugnante y cruel parafernalia de una organización delictiva con forma de gobierno.
No fue el resultado de un pase mágico ni de la voluntad divina, sino de la aplicación de una estrategia genial, que solo podía provenir de alguien a la altura de la historia grande de esta tierra arrasada. Pero solo se trata de un comienzo, del inicio de un proceso demandante de mucho más que voluntad y deseo, que seguirá atravesado por las mismas falacias de los enemigos de siempre, agudizadas para provocar rupturas y zancadillas en el durísimo camino emprendido hacia la restauración de la justicia social.
Ahora deberá regirnos el empeño, la tenacidad, la sana ambición de la reconstrucción solidaria de la Nación. Este es el momento de mirar a los desvalidos, a los consumidos por el fuego de la indignidad, a los atravesados por la miseria y el abandono. Y es el imprescindible tiempo de un Jesús multitudinario, capaz de multiplicar los panes de la esperanza popular y hacer renacer de las cenizas del olvido, las banderas tantas veces pisoteadas en nombre de una Patria que, ahora sí, la haremos justa, libre y soberana.

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