Por
Roberto Marra
La
acumulación de falacias emitidas desde el Poder y sus medios amigos
a lo largo del tiempo, ha generado una sociedad entumecida, gris,
temerosa de la inteligencia y vocera inconsciente de sus propios
enemigos, cuyos mensajes odiosos lograron convertirse en emblemas de
peleas insensatas contra cualquier hombre o mujer que intentara
modificar la sociedad, en busca de la equidad necesaria para incluir
a todos y todas en la dignidad de los derechos humanos más
elementales.
Esa
provisión interminable de insensateces, ese acopio de alimentos
psicológicos envenenados de ira contra enemigos inventados,
convierte a pueblos enteros en marionetas destinadas a bailar al
ritmo de sus patrones ideológicos, relegando o matando las rebeldías
necesarias en toda sociedad para provocar los saltos de calidad
institucionales y morales que resultan imprescindibles para atravesar
las vallas del ultraje y la deshonra programados.
Es
así que la historia ha transcurrido por estos lares
nuestroamericanos, aplastando resistencias y sublevaciones populares
con la fuerza de las armas y también de las otras, las mediáticas.
Es de esta manera que se han consumado retornos a modos
antidemocráticos o directas dictaduras, cada vez que los poderosos y
el imperio que los sostienen como aliados imprescindibles, ven
tocados sus privilegios.
Han
contado, casi siempre, con el respaldo de los poderes judiciales,
incólumes vestigios de un poder oligárquico que se resiste a
modificar ni una sola de sus prerrogativas, consumando sus oscuros
procederes con el aval cómplice de muchos politiqueros de escasas
lealtades y rápidas sumisiones al poder del dinero.
Las
consecuencias de todas estas acciones perversas, están a la vista de
quien quiera verlas. No es tan necesaria la inteligencia como la
sensibilidad. Porque los resultados de tanta inmundicia política,
legislativa, judicial y mediática, se ven en las miserias de los
barrios donde, a duras penas, sobreviven los excluídos eternos de
cada plan elaborado desde esas oscuras oficinas donde la maldad
campea oronda y la brutalidad alimenta los oscuros espíritus de sus
ocupantes.
Por
estos tiempos donde el calendario marca el final de otro ciclo anual,
donde las personas intentan encontrar caminos redentorios de sus
malas acciones, donde las miradas solidarias parecieran sobreponerse
a las egoístas, caben preguntarse las razones por las cuales
llegamos hasta este estado de cosas, necesitan ser planteados los
interrogantes acerca de los orígenes de tanta hipocresía al
servicio de la pérdida de derechos, de tanto dolor evitable con el
solo paso por el corazón de los oscuros pensamientos atrapados en
las conciencias atravesadas de odios inciertos.
Esta
convención del almanaque convertido en aparentes finales y
re-comienzos por el paso de un año a otro, abre otra oportunidad.
Una que, ya llegando al final del presente, la mayoría de la
población decidió con su voto, intentando acabar con la que fuera
la transgresión al sentido mismo de lo humano, envuelta en la
repugnante y cruel parafernalia de una organización delictiva con
forma de gobierno.
No
fue el resultado de un pase mágico ni de la voluntad divina, sino de
la aplicación de una estrategia genial, que solo podía provenir de
alguien a la altura de la historia grande de esta tierra arrasada.
Pero solo se trata de un comienzo, del inicio de un proceso
demandante de mucho más que voluntad y deseo, que seguirá
atravesado por las mismas falacias de los enemigos de siempre,
agudizadas para provocar rupturas y zancadillas en el durísimo
camino emprendido hacia la restauración de la justicia social.
Ahora
deberá regirnos el empeño, la tenacidad, la sana ambición de la
reconstrucción solidaria de la Nación. Este es el momento de mirar
a los desvalidos, a los consumidos por el fuego de la indignidad, a
los atravesados por la miseria y el abandono. Y es el imprescindible
tiempo de un Jesús multitudinario, capaz de multiplicar los panes de
la esperanza popular y hacer renacer de las cenizas del olvido, las
banderas tantas veces pisoteadas en nombre de una Patria que, ahora
sí, la haremos justa, libre y soberana.
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