martes, 17 de diciembre de 2019

HIPOCRESÍAS CAMPESTRES

Imagen de "Izquierda Web"
Por Roberto Marra
La sobreactuación es el recurso de los malos actores y las malas actrices para intentar convencer a sus interlocutores o espectadores de lo que no pueden expresar con la sencillez de lo auténtico, de lo que esté atravesado por sentimientos reales que les produzcan los personajes que están interpretando. Pero esta característica no es exclusividad de las personas del mundo del espectáculo. También en la política se suele utilizar mucho para persuadir de lo que no están convencidos quienes la ejercen.
Por esos andariveles de las hipocresías con forma de caras circunspectas y pensamientos negadores de la realidad, se muestran los representantes de lo que denominan “el campo” ante la sociedad, pretendiendo ponerle límites a un gobierno que no acaba todavía de calentar la silla desde su asunción, con sus enésimas quejas contra el pago de impuestos que solo debieran abonar, según sus obtusos pensamientos, los que menos tienen, sus eternos sojuzgados, aquellos que ni siquiera pueden consumir lo que ellos producen, por efecto de los precios dolarizados que pretenden que se les pague.
Otra vez la oligarquía de suelos y aguas robados al futuro, al frente de los ataques a un gobierno popular. Nuevamente sus odios de clase como escudo de sus creídas superioridades, insustanciales pretextos para darle continuidad a sus dominaciones bicentenarias, a sus oscuros pasados y sus complicidades con lo peor de nuestra historia. De nuevo sus fauces mordiendo las manos de quienes construyen la Nación de verdad, de aquellos que posponen siempre sus pequeñas felicidades para solventar las inmorales fortunas estancieras, siempre mal habidas.
Las famosas entidades “del campo”, ni representan a los auténticos hacedores de alimentos ni tienen mucho que ver con la tierra, salvo por su tenencia, las más de las veces, de orígen espurio. Son simples financistas que se ubican al frente de reclamos incongruentes con las necesidades nacionales, porque no son más que apátridas, generalmente envueltos con la bandera que indignan con sus actos.
Aliados de cuanta dictadura haya existido, intentan imponer sus criterios, asustar a la población con desabastecimientos, colocar una valla a la democratización auténtica de la sociedad y un muro infranqueable al desarrollo sostenible de la Nación. Cuentan con la inestimable “ayudita” de los medios afines, sus apañadores de siempre, socios en los negocios y promotores de los desfalcos que nos hundieron en este lodo de pobrezas, miserias y hambre, solo por obtener sus inmundas ganancias manchadas de muertes tempranas y futuros coartados.
No se pueden, no se deben permitir sus extorsiones ni otorgarles patente de policías campestres, de vigilantes de lo que no les pertenece más que por escrituras. Sus poderíos inmensos se basan en los latifundios obscenos que siguen acrecentando a pesar de sus sobreactuados “padecimientos” impositivos. Sus presiones solo son posibles por haber convertido a los auténticos productores en sus seguidores inconsultos, haciendo de ellos la masa crítica necesaria para empujar a los gobiernos a resolver a su favor cualquier disputa.
Cuando la sociedad acaba de decidir con firmeza qué tipo de gobierno quiere que le conduzca, cuando la derrota anterior ha sido convertida en esperanza, cuando el pozo de las injusticias ya no puede seguir cavándose sin hundirse definitivamente en las aguas de la muerte de nuestra Nación como único destino, resulta impostergable dar de nuevo en este “truco” sobreactuado por los falsos “campesinos”, mostrar el “ancho de espada” tantas veces robado de nuestras manos por estos miserables tramposos de la historia y ganarles la “partida” definitiva contra el odio y la mentira programada. Entonces sí, el campo podrá volver a ser ese bello paisaje alimentario, habitado y sostenido solo por quienes de verdad lo trabajan.

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