Por
convención, por razones prácticas o por estrategias implementadas
para la dominación, el caso es que se ha impuesto la denominación
de “clase media” para denominar a esa parte de la sociedad que
hace equilibrio entre los sectores de menores y los de mayores
recursos económicos. Con la lógica individualista propiciada por el
sistema capitalista, este particular sector social pasa sus días
tratando de participar de una “fiesta” a la que nunca son
invitados, salvo para imitar algunos gestos o servir de escudos para
la elevación de las franjas más empobrecidas de la población a
niveles de mejor calidad de vida.
Con
el tiempo, los integrantes de esta clase fueron generando una especie
de “dogma” con el que intentan definirse con mayor precisión,
mediante estilos culturales que les distingan de sus congéneres de
menores recursos, lugar social del que invariablemente emergen. A
partir de allí, sus intentos por parecerse a la llamada
(injustamente) “clase alta” se harán frenéticos, derrochando
esfuerzos que les demandarán lo que no poseen para lograrlo.
El
resultado de esa “aventura” permanente con la que pretenden
alcanzar el status superior en los estamentos sociales, les
significará, las más de las veces, en un fiasco financiero que los
devolverá al sitio empobrecido de sus comienzos. Sin embargo, tal
cosa no significará aceptación de semejante colapso, ni percepción
de los errores cometidos por haber querido ser lo que nunca les
dejarán sus “amados” oligarcas.
Aparecerán
entonces las culpas de los pobres, de los “inferiores” en la
escala social fabricada por el Poder para sostener la injusticia como
paradigma permanente. Solo aquellos y nadie más que aquellos, serán
los culpables de sus derrotas económicas, destrozando la razón y la
verdad cuanto sea necesario para desconocer sus propias incapacidades
y seguir idolatrando a sus “amos” virtuales, intocables en los
tronos de mandamases al que aspiran (vanamente) subirse algún día.
Serán
implacables con los intentos del “pobrerío” por salir de sus
miserias cotidianas, acompañando cada movimiento de los poderosos
que aplaste sus lógicas rebeliones. Pondrán sus votos en las urnas
del desvarío ideológico, transitando el camino de su propia
destrucción, pero asegurándose que ningún pobre les alcance en sus
pretendidas ínfulas de “clase media”. Tal es el afán por
diferenciarse de los demás, que se han establecido categorías
dentro de esa mediocridad social: media-baja, media-media, media
alta; así se van burlando de la realidad estos perdidos en el falso
y antisocial paraíso.
Su
ejemplo es pernicioso, por lo imitativo de sus formas. Es así que,
quienes logran salir de sus pobrezas, sea por la razón que fuera,
adoptarán mayoritariamente las mismas taras de estos maniqueos
clasemedieros, involucrándose rápidamente con sus consignas y
actitudes, repitiendo las peores lacras derivadas de ellas, señalando
ahora a los (hasta hace poco) compañeros de infortunios económicos,
como sus enemigos.
El
sistema cultural fabricado al efecto de la perduración de las cosas
como les conviene a los dueños del Poder, es el resultado de
estudios y estrategias que ellos han sabido aplicar con éxito y que
ha empujado a la derrota de los pueblos. Los que han tomado y toman
conciencia de esta cruel realidad y pretenden modificarla, no han
logrado hacer pié en el desarrollo de una cultura alternativa, o a
sostenerla en el tiempo cuando lo han intentado.
¿Imposible
cambiar semejante estado de cosas? Nada lo es, en la medida de la
voluntad y la capacidad de lucha consciente que se logre, para el
desarrollo de una nueva cultura política nacida desde adentro de ese
Pueblo destratado y ninguneado. Las bases están presentes desde hace
demasiado tiempo, perdidas entre desvios o atajos fabricados de
exprofeso por el enemigo, quemadas las banderas de los ideales en el
fuego de las mentiras mediáticas, arrasadas y abandonadas las
consignas virtuosas por seguir a paquidermos idiotizadores hacia
fracasos anunciados, pero ignorados por la ceguera de la salvación
individual.
El
“medio pelo” jauretcheano es la traba permanente en la búsqueda
de una sociedad distinta, esa donde reine la ansiada igualdad. Es la
infantería cobarde que los poderosos ponen por delante a la hora de
sus batallas, la que sostiene las consignas del odio en nombre de sus
creídas pertenencias sociales. Tanto aversión exacerbada y alentada
por la pata mediática, imprescindible para la dominación de las
mayorías, es la que ha logrado frenar o acabar con cada una de las
experiencias libertarias que se hayan procurado.
Pero
la realidad, esa obstinada manifestación que trae el implacable paso
del tiempo, estará obligando, más temprano que tarde, a la
reflexión de los más honestos integrantes de esa clase
pretendidamente ubicada en la imposible mitad de la sociedad. Será
ese el momento de abrir sus perdidas cabezas a los nuevos tiempos,
soltar las amarras del puerto de la indignidad y volver a soñar al
lado de sus olvidados compañeros de la sufrida ruta hacia la
Justicia Social.
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