Imagen de "Derf" |
Por
Roberto Marra
Los
tiempos electorales han culminado. Los electos y electas ya asumieron
sus cargos y expresaron sus diagnósticos y propuestas. La ciudadanía
ha festejado en gran parte y ha refunfuñado en otra pequeña
cantidad, expresión, esta última, del acostumbrado desprecio hacia
las mayorías. Hemos asistido al retiro efectivo de los episódicos
conductores que comandaron la pesadilla sufrida en estos cuatro años,
para envolvernos ahora en las emociones de todas las esperanzas
renovadas de un tiempo nuevo que comienza a andar, en busca de la
vertical perdida.
Javkin
proviene del radicalismo, un partido centenario pero también
devaluado en los últimos tiempos, por ese pérfido acompañamiento a
los peores representantes del neoliberalismo, que se apoderaron de
los máximos niveles de la conducción de la UCR, para moldearla a
gusto de las necesidades electorales que le posibilitaran contar con
esa estructura a nivel nacional al servicio de los ceos asumidos como
“dirigentes”. Sin embargo, el recién consagrado Intendente de la
Ciudad, pareciera no compatir esa identificación miserable que otros
asumieron para deshonra del partido de Yrigoyen, al menos por sus
dichos.
Sus
mensajes van en busca de la superación de las barreras ideológicas
que, indudablemente, se evidencian con los gobiernos provincial y
nacional, cosa que no parece frenarlo en función de establecer lazos
interjurisdiccionales que le permitan desarrollar las potencialidades
de una ciudad tratada, hasta ahora, como mera receptora de
inversiones inmobiliarias sin sentido urbanístico, con una
infraestructura incompleta o atrasada, y un sistema de transporte
público que nunca termina de reordenarse, entre tantas otras cosas
prometidas en vano por sus antecesores.
Rosario
sigue siendo la conjunción de dos ciudades (al menos), donde una
parte puede acceder a los lógicos beneficios de los servicios
urbanos que corresponden a una gran ciudad, mientras un sector
voluminoso, en tamaño poblacional y extensión territorial, continúa
sumida en la miseria y la exclusión. Por supuesto, nada es absoluto,
porque existen algunos programas y políticas que, aunque no sean
abarcativas de la totalidad (ni mucho menos) de lo requerido por la
población, brindan cierta contención y apaciguan las desigualdades
pavorosas que esos sectores poblacionales poseen respecto al resto de
la sociedad.
Javkin
tiene ahora una oportunidad, la de modificar el sentido mismo de esos
conceptos estancados en procedimientos que resultan solo espasmos
caritativos, más que acciones solidarias auténticas en busca del
fin de tan profundas asimetrías. Tiene la ocasión de mostrar una
cara nueva y necesaria para hacer de esta Rosario un ámbito donde
proliferen las virtuosas políticas sociales, productivas,
innovadoras, que hagan posible el desarrollo lógico de semejante
urbe, donde la distribución de la riqueza se manifiesta tan injusta,
como generadora de conflictos.
El
nuevo Intendente tiene ante sí una “madeja” de problemas que
debería encarar con apoyo en su Pueblo, el eterno ignorado, el
convocado solo para colocar sus votos en las urnas, las más de las
veces en base al engaño marketinero. Es el tiempo de promover la
participación y el protagonismo real, no declamarlo. Es la etapa de
la imprescindible reformulación de un planeamiento realista y acorde
a las demandas impostergables de los habitantes, consultando a todos
los actores de la sociedad rosarina, en busca de la conjunción de
las ideas que hagan posible hacer de nuestra ciudad, un ejemplo de
renovación urbana y ciudadana, de crecimiento productivo
multifacético y sustentable, para la definitiva inclusión
equitativa de todos sus habitantes.
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