Imagen de "La Linea de Fuego" |
Por
Roberto Marra
Los
miedos suelen marcar las agendas de la política. En realidad, de
quienes la ejercen, sean gobierno u oposición. Es notable como se
hablan de ciertos temas con temores “reverenciales” hacia los
involucrados en ellos, asumiendo actitudes medrosas frente a
decisiones que se tornan imprescindibles para concretar los objetivos
que se plantean en los discursos, dejando de lado definiciones más
que necesarias ante las necesidades evidentes que reclaman ser
atendidas con medidas urgentes y terminantes.
Donde
más se nota esta actitud de miedo político, es ante quienes forman
parte de eso que se suele llamar “establishment”, elegante manera
de referirse a los sectores más poderosos y conservadores de la
economía. Entonces, los candidatos concurren a esa conferencias
organizadas por estos “super-capitalistas”, para tratar de
convencerlos, no de la importancia de su plan de gobierno para el
desarrollo virtuoso de la Nación, sino a esforzarse por darles la
seguridad de que no serán tocados sus privilegios, o a lo sumo solo
un poquito y transitoriamente.
No
puede haber forma más directa de acabar con la posibilidad de
auténticos cambios de orientaciones en las políticas públicas, que
este medroso método de manifestar dudas sobre el ejercicio del poder
ante el Poder. Con ese irrespeto a las necesidades que originaron las
candidaturas, se comienza a transitar por un peligroso y angosto
camino, que puede llevar a desbarrancar las ilusiones con las que se
anudaron los apoyos mayoritarios.
La
experiencias mundiales (y sobre todo, latinoamericanas) lo advierten
y resaltan. Cada vez que, por temor a perder los apoyos de los
temerosos integrantes de algunos sectores sociales, se modifican los
discursos para “almibarar” los tragos amargos que resultan
inevitables si de verdad se desea cambiar la realidad, los fracasos
están asegurados. Es que no se trata de realidades cualquieras, sino
de espantosas pobrezas y miserias provocadas por esos mismos sectores
del eterno privilegio que, encima, le demandan a los representantes
populares que entreguen sus idearios y posterguen, por enésima vez,
las decisiones que posibiliten evolucionar hacia sociedades justas.
Tampoco
se trata de pretender revoluciones instantáneas, ni dar vuelta la
historia como una bolsa. Sobre todo porque esa “bolsa” viene
cargada de más temores y prejuicios centenarios, que ejercen otra
presión adicional a quienes deben decidir los caminos a seguir.
Pero, al menos, debiera plantearse un ejercicio de autenticidad y
firmeza que otorguen seguridades a los verdaderos destinatarios de la
acción política, cuando de justicia social se habla.
Cambiar
para que nada cambie, es un lema más que usado para evitar que se
asuman decisiones que terminen con las prerrogativas de quienes nunca
pierden del todo, aún perdiendo. Evolucionar hacia una sociedad
justa en la distribución equitativa de las riquezas generadas por
todos, requiere de acabar con las especulaciones, aún con los peores
y más perversos miembros de esa élite que predomina sobre las
mayorías a fuerza de amenazas y sobornos. Hacerlo, significaría dar
vuelta la pagina de la mentira apabullante, soltar el contrapeso de
una historia que nos retiene en el pasado y abatir al enemigo más
peligroso de la esperanza: el miedo.
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