jueves, 17 de octubre de 2019

EL DIECISIETE

Por Roberto Marra
La muerte de un trabajador suele pasar desapercibida en la mayor parte de los casos. En general, solo merece alguna mención en un rincón de las noticias cotidianas, bien abajo de las páginas de los diarios, o perdida entre las notas de una televisión que prefiere siempre la propagación de notas farandulescas o menciones a hechos irrelevantes, antes que a lo que de verdad importa. Sin embargo, a veces suelen trascender mucho más algunas muertes, cuando suceden en lugares muy expuestos u obras de mayor importancia. Entonces será la contracara, la sobre-exposición del hecho, con la exagerada verborragia de los noteros relatando lo que no saben con certeza y las horas interminables de análisis inconsistentes y lacrimógenos, una puesta en escena que en pocas horas será olvidada para continuar con el cotidiano espectáculo de la fabricación de tiempos perdidos.
El muerto y los heridos, sus familiares y sus dolores habrán servido para alimentar la maquinaria mediática y poco más. La página será pasada con rapidez hasta el próximo drama, si es que interesa para el rating. Y los “analistas” de los paradójicos paneles donde nunca se analiza en profundidad casi nada, seguirán opinando sobre la cuadratura del círculo antes que de las razones que hacen a nuestra sociedad tan injusta, producto de un sistema que aplasta los derechos y retuerce el sentido humanista de la sociedad.
Ahí es cuando resulta lógico y necesario preguntarse que es eso de la “justicia social” que tanto se escucha desde hace décadas, de donde proviene ese concepto tan repetido y tan poco cumplido a lo largo de nuestra historia. Es allí cuando descubrimos las razones que un día hicieron caminar kilómetros a cientos de miles de trabajadores para exigir que un coronel fuera liberado de la cárcel. Es cuando desciframos las razones de las injusticias y sus provocadores. Es cuando profundizamos en las postergaciones de los asalariados, que entendemos las muertes olvidadas en los andamios o entre los engranajes de las máquinas que producen las riquezas que nunca verán sus auténticos hacedores.
Pero hubo días donde “lo justo” estuvo al alcance de las manos de los trabajadores, donde la distribución de las riquezas se realizaba de manera más ecuánime, donde se podía soñar con futuros alcanzables y la felicidad había dejado de ser solo un argumento de película. Hubo un tiempo donde la palabra Justicia no designaba solo un valor encerrado en los tribunales, para trascender a lo cotidiano y colocar al ser humano en el centro de todos los actos de gobierno.
Esa es la esencia del 17 de octubre. Esa es la verdadera razón de su recuerdo permanente. No importan tanto las fuentes atiborradas de pies cansados, ni las anécdotas de las peripecias para llegar a la plaza que vio nacer una sociedad nueva. No interesan las huecas reflexiones de los impúdicos asesinos de la historia, tratando de aislar el hecho y convertirlo en otro más de los acostumbrados motivos para elevar el rating momentáneo de los medios.
Estaba naciendo otra Patria y los necios de siempre no querían verlo. O tal vez mejor decir que estaba re-naciendo, después de más de un siglo de abandono de los sueños libertarios, en pos de las miserables prebendas de los imperios. La alegría estaba allí, en las calles de la soberanía popular, en las leyes de la independencia económica, y eso no podía permitirlo el viejo Poder oligárquico. No tardó demasiado en tronchar ese sueño consumado, haciendo añicos cada uno de sus logros, matando sin piedad la esperanza de millones para entregar la Nación al mejor postor.
Hoy, pasado (no hace tanto) otro proceso que intentara dar continuidad a aquel donde naciera el concepto tan esperanzador de la justicia social, el Pueblo se enfrenta a un desafío renovado y superior, después de soportar, por inacción y omisión de muchos, un oscuro y grotesco proceso degradante de sus condiciones humanas.
La historia pone otra vez, al alcance de las manos, las banderas que originaron aquel inolvidable momento. Es otra oportunidad más para levantarlas en el largo camino de la construcción de una sociedad con equidad. Y es un tiempo impostergable para los millones de olvidados, aquellos que son solo una breve noticia arrinconada en las últimas páginas de los diarios, que nunca recuerdan que existió un 17 de octubre. Y que, tal vez, estemos a la puerta de otro.

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