martes, 22 de octubre de 2019

AHORA, BOLIVIA

Imagen de "Radio Nuevo Mundo"
Por Roberto Marra
Nuestra América está encendida. Los levantamientos populares contra cada uno de los gobiernos neoliberales se suceden en uno y otro País, demostrando lo que sabíamos que sucedería cuando comenzó esta etapa restauradora de las peores recetas económicas y financieras, que solo los ciegos intelectuales no veían o, lo que es peor, hacían como que no veían. Y así como se reproducen en cada Nación hechos similares originados por las mismas causas estructurales dependientes de este sistema regresivo de la distribución de las riquezas, también surgen las respuestas de sus gobiernos, siempre signadas por la extrema violencia y la militarización de las calles, sembrando de sangre a la sociedad enardecida por tanta barbarie hambreadora.
A pesar de todo ese movimiento neoconservador que se fue generando en nuestro Continente, Bolivia continuó andando su camino de progreso real, de inclusión y distribución, de alfabetización y consumo multiplicado como nunca, de industrialización y nacionalización de los recursos petroleros y mineros, de elevación de salarios y pensiones, de acceso a la tecnología y aumento de sus reservas financieras, de cooperación fructífera del Estado con empresas extranjeras, de inversiones nunca vistas en esa Nación que había estado transitando siempre por el último peldaño de la pobreza en Latinoamérica.
Ese ejemplo emancipador y soberano no podía dejar de ser mal visto por el imperio, que desde su mismo comienzo estableció sus “cabezas de playa” mediante esas oscuras organizaciones “no gubernamentales”, que son, en realidad, muy gubernamentales, pero de EEUU. La prensa canalla, al igual que en nuestro País, se encargó de la estigmatización de su conductor y de cada una de las medidas que fue tomando para sacar a Bolivia de su postración económica. La dureza y la desvergüenza de los medios fue creciendo a medida que avanzaron los éxitos en la distribución social de los beneficios, obtenidos por una administración enfocada en transformar una sociedad profundamente dividida entre clases y también entre colores de piel.
Por increíble que pueda parecer, la población que logró salir de sus miserias cotidianas, que accedió por primera vez en varias generaciones al trabajo registrado y al consumo de bienes eternamente vedados para ellos, se fueron transformando en enemigos de quien se los posibilitó. Con esa impronta cegadora de la realidad de las clases medias de todos los países, sus miradas sobre los hechos revolucionarios bolivianos viraron al odio hacia el “indio bruto”, que es como llaman a Evo Morales los integrantes de la oligarquía blanca.
Ahora, cuando el proceso electoral culmina con una diferencia tan estrecha a favor de este líder prodigioso de Nuestra América, estalla lo que venía anunciando mucho antes de iniciar la campaña quien oficiaba de candidato opositor en esta ocasión, un cómplice de las peores dictaduras y sufrimientos del pueblo andino, un simple empleado de la embajada yanqui, un salteador de la historia que prometió aplicar, de ganar, las mismas recetas que están haciendo estallar a sus vecinos continentales.
Pero lo realmente llamativo, lo de verdad enervante, es la cantidad de votos que obtuvo este energúmeno político, logrando la confianza de esos nuevos integrantes de la “clase media”, apurados por parecerse a sus hambreadores, desesperados por empujar al héroe que sacó del desconocimiento y la frustración permanente a una Nación compuesta por varias naciones, diversa y compleja, pero rica y fértil para la semilla de la liberación que supo traducir en dignidad para los postergados de toda la vida.
No actuó ni actuará solo este representante de las peores lacras de la Bolivia que se está dejando atrás. Los billetes corrieron profusamente desde el encargado de negocios yanquis para alimentar a los débiles de sentimientos patrióticos. Los veedores de la OEA se transformaron, como no podia esperarse otra cosa, en quienes comenzaron a hablar de “fraude”, la palabra santa de los “demócratas” que solo aceptan sus propias decisiones, comenzando a desandar un camino de violencias que tenían preparado para desligitimar la continuidad de Evo y su gobierno de transformaciones asombrosas.
Los periodistas corresponsales de medios extranjeros se suman a la contienda, con esos estigmas antipopulares que los caracterizan, siguiendo a rajatabla el manual de la mentira organizada, los razonamientos basados en parcializaciones de la realidad, los grotescos desvaríos ideológicos que difunden con premura y cierto tufillo a desprecio de clase (y de “raza”) que nunca deja de traslucise en sus envios desde el lugar de los hechos.
Lo que nos espera es una escalada de violencias con las que intentarán sacar del poder al legítimo ganador por la voluntad popular expresada en las urnas. No escatimarán esfuerzos asesinos para lograrlo, porque el imperio los urge y la oligarquía no quiere seguir cediendo sus privilegios centenarios. Desde la mediática falseadora de la verdad habrán de mostrarlo como otro levantamiento similar a los que se dan en otros países, a sabiendas de las diferencias de orígenes y del estado social en cada uno de ellos.
No les importa, porque su misión es el desgaste permanente de cuanto movimiento promotor de Justicia Social exista en cualquiera lugar de la Patria Grande, que no reconocen como tal, sino como un simple reservorio de materias primas del imperio. Así aconteció en Argentina durante los gobiernos populares de este siglo y del anterior. Así trataron y tratan de imponer sus miserables sistemas de robos sistematizados de nuestras riquezas a costa de sufrimientos indescriptibles de la población.
Y así continuarán actuando mientras no seamos capaces de acabar con esa tan oscura manera de envenenar las conciencias y dilapidar los esfuerzos de la buena gente del Pueblo. Porque fue, es y será a través de las herramientas culturales que nos han dominado, deberá ser ahora con esas mismas que deberemos, imprescindiblemente, construir una estructura poderosa e inteligente de comunicación popular, para saltar por encima del cerco de mentiras con las que han acabado cada uno de nuestros sueños soberanos.

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