Cuando
hay un peligro inminente o ya se ha producido el hecho dañoso que se
preveía, lo que cabe es responder con la celeridad y la actitud
solidaria que es propia de las personas de bien, poniendo todo el
esfuerzo en dar lo necesario para evitarlo o paliarlo. Sin embargo,
no todos entienden este lógico mecanismo de protección social como
válido cuando les afecta sus intereses individuales. Y resultaría
paradójico, si no se conociera la historia real de nuestras
sociedades, que justamente quienes más posibilidades tienen para
responder ante los hechos que demandan urgencias impostergables
dentro de la sociedad en la que se han desarrollado y crecido, sean
los más reticentes para concretar sus participaciones a la hora de
la necesidad.
Por
ese andarivel vergonzante transitan los “grandes” empresarios,
atados a una impronta gerencial, sometidos al sistema que los
contiene dentro de una “burbuja” de codicia ilimitada, demandante
de esfuerzos en una única dirección: la del beneficio propio y
sectorial. Actúan con ese criterio del “toma y daca” como única
forma de responder a lo que se le pida como contribución social,
algo que los inquieta sobremanera cuando se le es propuesto, como
avizorando supuestas “expropiaciones” u “hordas” de salvajes
trabajadores llevándose sus propiedades en pedacitos.
En
el colmo de la negación de la realidad, sus respuestas serán la de
evaluar con sus iguales lo que se les proponga, para después
responder con contrapropuestas que aminoren o den por tierra con lo
solicitado con la urgencia de la desesperación que lo provoca. Se
reunirán con los funcionarios del Estado para tratar de mostrarse
“dispuestos” al diálogo, pero estirarán las discusiones sobre
lo obvio para evitar las exiguas pérdidas que podrían
significarles.
Es
que no habrá nunca manera de hacer comprender necesidades ajenas a
los empresarios de las grandes corporaciones, quienes solo se limitan
a estudiar métodos para la elevación de sus ganancias y
cartelizarse para imponer sus precios irrazonables a una población
atada a sus decisiones, por imperio de un poder casi omnímodo que
poseen en base a sus capacidades económicas y financieras.
Allí
es que se manifiesta con prístina claridad la imposibilidad de
lograr modificar la realidad de la pobreza estructural sin cambiar la
propia estructura productiva. Ahí es cuando el Poder se exhibe con
tanta capacidad de daño a cualquier intento de desviar del camino al
abismo de la autodestrucción, a una sociedad sometida a sus
arbitrios incontrolados. Y ese es el momento de tomar otras
decisiones, unas que hagan posible emprender el complejo rumbo a la
equidad social.
Pero
esas decisiones serán objeto de presiones y ataques despiadados de
un Poder que nunca cederá sus privilegios sin pelear, aún cuando
eso cueste miles de vidas, que nunca les importan tanto como sus
billetes amarrocados en las guaridas fiscales. No tendrán problema
alguno en profundizar sus desprecios sociales, sin importarles nada
la solución al hambre que no reconocen ni les importa más que como
molestias para la tranquilidad de sus negociados.
Abogar
ante semejantes energúmenos sociales no tiene destino de solución
alguna, sino se procede con la determinación y la fuerza popular
como respaldo. Pretender modificar conductas de esos paquidermos
económicos será trabajo perdido si se deja al arbitrio de sus
“buenas voluntades” las decisiones que se deban tomar. Porque
acabar con el hambre y la miseria no tiene postergación posible, ha
llegado la hora de demandarles a los que siempre ganan, a los que
nunca fueron tocados por las crisis que ellos mismos se encargaron de
crear. Ya no puede haber indecisión alguna frente a ellos, que nunca
tuvieron piedad para impedir el acceso al alimento a millones de
pibes y pibas miserabilizados para acrecentar sus fortunas
malolientes.
Es
tiempo de dar vuelta la taba, de mostrar la carta que gane la
partida, de abrir la puerta de la esperanza y respirar el porvenir
que traiga las soluciones a los que nunca dejaron de padecer, a los
postergados de toda la historia, a los que jamás se les preguntó si
querían lo que les dieron, que solo fue padecimiento extremo. Y
hacer que prueben los otros, los que siempre ganaron, el agrio sabor
de la derrota en manos de quienes fueran sus víctimas. Que, aunque
no lo comprendan jamás, nunca serán sus victimarios.
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