Imagen de "Guia Infantil" |
Por
Roberto Marra
Argentina
ha sido un País donde el consumo de leche de vaca adquirió un
volúmen extraordinario, gracias a la expansión de la producción
pero, sobre todo, a la posibilidad fáctica de adquisición de las
personas de ese alimento esencial. Ha habido un largo camino desde
aquella imagen de nuestros abuelos que recibían al “lechero” con
una vaca a la que ordeñaba en la puerta del comprador. Después la
leche en tarros que se volcaba en los recipientes que cada familia
disponía, hasta llegar a los tiempos de la pasteurización y la
actual, que ha generado una industrialización intensiva de tal
magnitud, que produce decenas de subproductos hiper-elaborados a
partir de aquel primigenio líquido blanquecino.
Sin
embargo, la llegada de los gobiernos de tipo ultra-neoliberales,
reproductores de sistemas económicos retractivos del desarrollo,
destructores de los virtuosos procesos industrialistas e inclusivos
de las mayorías populares al consumo, fue produciendo una
degradación progresiva de la alimentación de las personas de
menores recursos, hasta convertir a la leche, nada menos, en un bien
casi suntuario.
Semejante
desvarío economicista, perverso por donde se lo mire, ha logrado tal
envilecimiento social que ha producido lo que nunca se podría haber
dado en un territorio donde pululan las vacas por donde se quiera,
donde la industria lactea está en condiciones de producir con
holgura lo que se necesita para nuestra población. Aunque, también
es necesario decirlo, es una industria cuya práctica monopolización
ha ido generando las condiciones para imponer precios absolutamente
inaccesibles para los argentinos que dependen de salarios cada vez
más miserables.
Con
ese “cóctel” de gobiernos insensibles y empresarios de fines
exclusivamente rentísticos, se ha logrado que la mala nutrición y
el hambre reaparecieran con extrema crudeza, cuando todo estaba dado
para que ello nunca sucediese. Nada de ello les importa a quienes
solo observan sus cuentas bancarias y sus fugas al exterior de las
ganancias. Solo se trata de los “daños colaterales” de sus
guerras sucias contra la población inerme de un País desvencijado y
al borde de la miseria generalizada.
Los
comedores escolares y los barriales, se han multiplicado como hongos
después de una lluvia, una que ha sido muy ácida para los bolsillos
y los estómagos de los que nunca se consideran a la hora de elaborar
los falsificados informes al Fondo Monetario, donde se muestran
insultantes números que solo pueden provocar asco y desolación.
Han
regresado esos programas televisivos destinados a juntar las dádivas
de los sensibles ciudadanos para contener el “tsunami” de una
pobreza que avanza a pasos agigantados, arrasando con los últimos
vestigios de dignidad que les quedan a las familias destrozadas por
los padecimientos impuestos para acabar con los supuestos males del
“populismo”.
La
hora de esta “mala leche” tiene que llegar a su fin. El tiempo de
la alimentación sana y generalizada a cada uno de los argentinos es
impostergable. Y los medios para lograrlo deberán ser extraídos de
quienes provocaron esta crisis alimentaria pavorosa, a través de la
malversación de nuestras riquezas, apoderándose de lo que nunca
debió estar a cargo de semejantes enfermos de codicia. Deberá
comenzar una etapa política donde la Justicia Social deje de ser
solo una retahila de algunos mensajeros de porvenires que nunca
llegan, para convertirse en el factor de desarrollo popular que
necesita nuestra Nación.
Pero
tiene que aparecer también la otra Justicia, la que haga pagar con
toda su fuerza la falta de alimentos para las más inocentes de las
víctimas de esta parodia inhumana y cruel que convirtió a la Patria
en un botín de su repugnante guerra contra los pobres. Deberá
asegurarse que las sanciones se correspondan con los daños
provocados, con las muertes escondidas por los medios cómplices, que
también deberán hacerse cargo de tanta muerte despreciada, de tanto
dolor anestesiado con las falacias que ahora explotan con el hambre
anunciado el primer día de la oscura gestión de los ineptos
“capitanes” del horror. Entonces, y solo entonces, podrán acabar
los tiempos de la mala leche.
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