martes, 10 de septiembre de 2019

LA BASURA, ES EL SISTEMA

Imagen de "A1 Noticias"
Por Roberto Marra
Gracias a la presencia de esos síntomas sociales que prevalecen cuando las políticas económicas aplicadas producen daños a los derechos elementales de los ciudadanos, como la imposibilidad de una buena alimentación, de trabajo digno, de vivienda o de salud, algunos hechos pasan desapercibidos o menospreciados por el grueso de la sociedad. Es el caso de la basura, cuya existencia es imposible de evitar, porque son el producto natural de la vida humana, sobre todo complejizada a partir de la conformación de conglomerados urbanos de grandes magnitudes.
El desarrollo de nuestras sociedades ha ido generando necesidades, algunas reales y otras veces inventadas por el sistema capitalista que nos contiene, cuyos métodos de multiplicación de ganancias produce adicciones económicas que la población adopta en virtud de un aceitado método de convencimiento publicitario. Es así que aparecen formas de producción y consumo que generan más desechos de los que debieran, solo para atraer a los consumidores a la compulsión de comprar lo que no, en realidad, necesitan.
Cada descubrimiento, cada invención tecnológica, cada paso dado en el desarrollo del ingenio humano, es aprovechado por los conglomerados de la producción mundial para someternos al martirio de sus ventas apremiantes, absolutamente soslayables para el buen vivir, pero inmensas productoras de sensaciones de pertenencias sociales imposibles, pero cautivantes para una enorme masa de consumidores, lo cual reasegura la reprodución del fenómeno ante cada nueva publicidad de lo superfluo manifestado como imprescindible.
Es así que se van generando los desechos, en magnitudes cada vez mayores, cuyas disposiciones se han ido complejizando, aunque con poca o nula consideración del cuidado ambiental, ese “convidado de piedra” a la hora de pensar el desarrollo. Cientos de toneladas son recolectadas cada día y enviadas a simples agujeros en la tierra, para que, luego de ser tapados, se les dé el glamoroso título de “relleno sanitario”.
Como si nada sucediese en el interior de esas masas de podredumbres amontonadas, las empresas recolectoras, ejecutores de estos negocios sucios con pingües ganancias y escasa inversión, cavarán el próximo destino de las ingentes camionadas de basuras que, “alegremente”, la población tira a los contenedores callejeros, tal vez pensando que un acto de magia los hace desaparecer y que jamás se verán afectados por sus presencias malolientes.
Pero la realidad suele estallar con el tiempo, como bombas con mecanismos de relojería, para hacernos saber que están allí, contaminando las napas de las aguas que se consumen en la fabricación de alimentos que devoraremos gustosos, regenerando el proceso vicioso que vuelva a rellenar esas cavas lejanas, visitadas solo por hambrientos famélicos, que son el otro resultado de este sistema económico-social que padecemos.
Sin solución de continuidad, algunos gobiernos suelen hablar de “basura cero” como uno de sus objetivos, para lo cual generan, invariablemente, lo que denominan “pruebas piloto” en reducidos sectores poblacionales, para terminar, no demasiado tiempo después, en la nada misma, en la vuelta a la “disposición final” en esos cráteres que rodean las ciudades. Sin planificación alguna, todo se reduce a otra parodia inútil, vaciada del necesario conocimiento masivo de las razones de construir un sistema que minimice los daños e, incluso, los pueda llegar a eliminar.
Solo los “cartoneros”, esos despreciados seres humanos que revuelven los contenedores en busca del sustento diario, cumplen una acción solidaria con la sociedad que, como suele suceder, los estigmatiza como los que arruinan sus “paisajes” urbanos. Son los únicos que logran disminuir en algo los enterramientos inútiles de ciertos desechos, recuperando para la reconversión varias toneladas de esa basura arrojada con tanta desaprensión.
Como cada tema que requiere del conocimiento ciudadano, todo deberá empezar por lo educativo y cultural. Será desde la escuela, desde las edades más tempranas, que habrá que imbuirse a la sociedad de la capacidad de comprender, no solo los daños que producen los actuales sistemas de disposición de la basura, sino de las trampas a las que se verán sometidos por parte de los dueños de la economía y la producción, para que sean capaces de rechazar sus espejitos de colores, para recuperar el sentido de lo auténticamente necesario, para hacer de la vida una imprescindible conjunción de intereses colectivos y solidarios. Y para pensar desde allí, por qué no, en cambiarlo todo, arrojando a la basura de la historia al oscuro y cruel sistema que nos oprime.

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