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Por
Roberto Marra
Gracias
a la presencia de esos síntomas sociales que prevalecen cuando las
políticas económicas aplicadas producen daños a los derechos
elementales de los ciudadanos, como la imposibilidad de una buena
alimentación, de trabajo digno, de vivienda o de salud, algunos
hechos pasan desapercibidos o menospreciados por el grueso de la
sociedad. Es el caso de la basura, cuya existencia es imposible de
evitar, porque son el producto natural de la vida humana, sobre todo
complejizada a partir de la conformación de conglomerados urbanos de
grandes magnitudes.
Cada
descubrimiento, cada invención tecnológica, cada paso dado en el
desarrollo del ingenio humano, es aprovechado por los conglomerados
de la producción mundial para someternos al martirio de sus ventas
apremiantes, absolutamente soslayables para el buen vivir, pero
inmensas productoras de sensaciones de pertenencias sociales
imposibles, pero cautivantes para una enorme masa de consumidores, lo
cual reasegura la reprodución del fenómeno ante cada nueva
publicidad de lo superfluo manifestado como imprescindible.
Es
así que se van generando los desechos, en magnitudes cada vez
mayores, cuyas disposiciones se han ido complejizando, aunque con
poca o nula consideración del cuidado ambiental, ese “convidado de
piedra” a la hora de pensar el desarrollo. Cientos de toneladas son
recolectadas cada día y enviadas a simples agujeros en la tierra,
para que, luego de ser tapados, se les dé el glamoroso título de
“relleno sanitario”.
Como
si nada sucediese en el interior de esas masas de podredumbres
amontonadas, las empresas recolectoras, ejecutores de estos negocios
sucios con pingües ganancias y escasa inversión, cavarán el
próximo destino de las ingentes camionadas de basuras que,
“alegremente”, la población tira a los contenedores callejeros,
tal vez pensando que un acto de magia los hace desaparecer y que
jamás se verán afectados por sus presencias malolientes.
Pero
la realidad suele estallar con el tiempo, como bombas con mecanismos
de relojería, para hacernos saber que están allí, contaminando las
napas de las aguas que se consumen en la fabricación de alimentos
que devoraremos gustosos, regenerando el proceso vicioso que vuelva a
rellenar esas cavas lejanas, visitadas solo por hambrientos
famélicos, que son el otro resultado de este sistema
económico-social que padecemos.
Sin
solución de continuidad, algunos gobiernos suelen hablar de “basura
cero” como uno de sus objetivos, para lo cual generan,
invariablemente, lo que denominan “pruebas piloto” en reducidos
sectores poblacionales, para terminar, no demasiado tiempo después,
en la nada misma, en la vuelta a la “disposición final” en esos
cráteres que rodean las ciudades. Sin planificación alguna, todo se
reduce a otra parodia inútil, vaciada del necesario conocimiento
masivo de las razones de construir un sistema que minimice los daños
e, incluso, los pueda llegar a eliminar.
Solo
los “cartoneros”, esos despreciados seres humanos que revuelven
los contenedores en busca del sustento diario, cumplen una acción
solidaria con la sociedad que, como suele suceder, los estigmatiza
como los que arruinan sus “paisajes” urbanos. Son los únicos que
logran disminuir en algo los enterramientos inútiles de ciertos
desechos, recuperando para la reconversión varias toneladas de esa
basura arrojada con tanta desaprensión.
Como
cada tema que requiere del conocimiento ciudadano, todo deberá
empezar por lo educativo y cultural. Será desde la escuela, desde
las edades más tempranas, que habrá que imbuirse a la sociedad de
la capacidad de comprender, no solo los daños que producen los
actuales sistemas de disposición de la basura, sino de las trampas a
las que se verán sometidos por parte de los dueños de la economía
y la producción, para que sean capaces de rechazar sus espejitos de
colores, para recuperar el sentido de lo auténticamente necesario,
para hacer de la vida una imprescindible conjunción de intereses
colectivos y solidarios. Y para pensar desde allí, por qué no, en
cambiarlo todo, arrojando a la basura de la historia al oscuro y
cruel sistema que nos oprime.
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