La
“alternancia” es una recurrencia permanente de ciertos actores
políticos, no necesariamente pertenecientes a los mismos ámbitos
ideológicos. Es una manifestación que se la escucha cada vez que
entrevistan a esos personajes de la política empeñados en parecer
más “demócratas” que sus oponentes, ofreciéndoles una
participación en el devenir de los tiempos políticos que se
sucedan, una especie de co-gobierno encubierto de “sana
competitividad” electoral que, se supondría, traería tiempos de
prosperidad inacabable gracias a la “buena costumbre” de pasarse
el mando cada cuatro años.
Lo
que nunca se explica, es cómo se podrían compatibilizar las
propuestas que desde uno y otro lado se manifiestan claramente
opuestas en sus objetivos y en sus procederes. Nadie termina por
establecer algún criterio que permita pensar en la posibilidad de
continuidad de la políticas aplicadas, cuando por un lado se
expresan con procesos de crecimiento con inclusión social, y por
otro con decrecimiento con postergación permanente de los beneficios
para las mayorías siempre excluídas.
La
historia ha demostrado que existen no más de dos proyectos de
Nación, expresadas con claridad cada vez que asumieron las
responsabilidades de gobernar. Sus bases doctrinarias son opuestas,
irreconciliables desde lo ideológico, porque representan exactamente
lo contrario una de otra. Incluso se lo advierte en sus posturas
hacia el oponente, ya que cuando gobiernan los representantes de los
sectores populares, se respeta absolutamente a quienes representan a
las ideas contrarias, a veces, incluso, exageradamente, como con
cierto temor reverencial hacia las clases dominantes.
Totalmente
refractaria es la actitud de los sectores concentrados, de la
oligarquía y sus adláteres, que ejercen el poder político con la
misma saña antisocial con la manejan sus negocios empresariales. No
habrá de su parte titubeo alguno para martirizar a la población con
las peores lacras económicas, haciendo de la injusticia su
particular placer revanchista contra las “masas” populares. Lo
cual disimulan sus representantes con discursos almibarados,
declamaciones de objetivos en los que no creen, ni sustentan con sus
actos.
¿Cuál
sería entonces la posibilidad de alternar entre uno y otro sistema
de valores? ¿Cómo podrían compatibilizarse semejantes diferencias
que proceden de forma tan antagónica? ¿De qué continuidad
estaríamos hablando, salvo la institucional, que poco y nada
significa si no va acompañada del sustento de los procederes que
aseguren las conquistas populares y, con ellas, el camino hacia el
desarrollo virtuoso de la Nación?
La
cacareada “alternancia”, parece más una demostración de
debilidad ideológica que de sabiduría existencial. Asemeja más a
una pose que intenta asegurar la complacencia de esos sectores
sociales llamados “independientes”, que resultan ser altamente
dependientes de los que digan los poderosos, a quienes admiran e
imitan. Lo cual indica que poco éxito se tendrá en obtener sus
“favores”, salvo por la conveniencia temporal, tan efímera como
sus devaneos ideológicos.
Imposible
pretender una alternancia sin perder algo o todo de lo construido. La
continuidad de un proyecto nacional y popular demanda permanencia, un
tiempo imprescindible para establecer una nueva cultura política y
social, para elaborar otra conciencia respecto al desarrollo,
sustentado en valores que no pueden modificarse cada cuatro años,
solo por darle la oportunidad a los enemigos de ese proyecto de
desarmarlo y acabar, por enésima vez, con las ilusiones de una
Patria justa, libre y soberana.
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