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Por
Roberto Marra
Entre
bolsillos flacos y deudas abultadas, entre corridas desesperadas para
alcanzar los sueldos que se escapan tan veloces como el viento de las
necesidades, entre noticias de los desfalcos financieros globales a
costa de los más pobres de los pobres, entre amenazas cotidianas de
invasiones violentas y genocidios a cambio de riquezas ajenas en los
países señalados por el dedo falaz del imperio, en medio de todo
ese “caos organizado” por los poderosos del Mundo, a la población
mundial se la adormece con brutalidades periodísticas preparadas
para generar sentimientos opuestos a sus intereses, desprecios a sus
congéneres y odios inauditos hacia los auténticos defensores de sus
derechos.
Ellos
mismos, impúdicamente, organizarán conferencias mundiales para
tratar los problemas derivados del cambio climático que provocaron
antes con sus desarrollos incoherentes con la capacidad resiliente
del planeta. Las Naciones Unidas, último bastión de aquel
pretendido ordenamiento mundial del siglo pasado, se ocupará del
tema con sus acostumbradas burocracias y arcaicas maneras de
solucionar lo que de verdad importa. Tan inútil para evitar las
matanzas permanentes en guerras que, supuestamente era su principal
cometido, así de incompetente aparece para no permitir la
continuidad de la destrucción del ambiente, imposibilitado de
oponerse a los que de verdad mandan.
El
sistema capitalista, en su actual hiper-concentración de poder, ha
ido conformando sociedades autómatas que corren detrás de las
zanahorias del consumo desesperado de novedades inútiles, pero
pretensiosamente elevadoras del “status” social, modo grotesco de
parecer lo que no se es, a costa de la propia destrucción moral y la
angustia martirizante de los que no llegan jamás a tocar siquiera
esos vanos productos de necesidades impuestas.
El
control social mediatizado, domina las capacidades del raciocinio
imprescindible para comprender la realidad que se oculta detrás de
tanta parafernalia vendedora de humos. Esos y otros humos, los
visibles, son los tóxicos que están destruyendo la atmósfera que
nos protege. Esas mentiras asesinas de las auténticas necesidades
humanas horadan el conocimiento, lo hacen añicos, lo pulverizan
hasta casi anular las posibilidades de rebelión contra sus malditas
“ofertas de dos por uno”.
El
cambio climático tiene sus conferencias periódicas, reuniones de
representantes de los mismos gobiernos que lo profundizan
desenfrenadamente cada minuto. Allí concurren con supuestas
“preocupaciones” por el desarrollo de los acontecimientos por
ellos desatados, redactan una declaración de buenas intenciones que
nunca intentarán cumplir, tratando de salvar sus responsabilidades
por los envenenamientos de la naturaleza que expolian para placer de
los enajenados que, de verdad, manejan los hilos de esta tortura
planetaria, sumando poder adicional al que ya se manifiesta con
demasiada evidencia y dolor.
Queda
una esperanza, un último espacio desde donde emprender la
contraofensiva al tremendo final de la humanidad sometida a este
desfalco permanente. Queda la reacción de una juventud que logra
resistirse a los embates publicitarios de los vendedores de fantasías
tan insustanciales como sus riquezas. Queda la pulsión de la
sobrevivencia, latente medio que puede dar vuelta el sentido de la
locura consumista de vanidades y oropeles que, a poco de rascarlos,
muestran su verdadero orígen, tan oscuro como la noche eterna que
nos espera a la vuelta de la esquina del tiempo que se acaba.
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