miércoles, 4 de septiembre de 2019

EL REFLEJO DE LA MISERIA

Imagen de "Sol 91.5"
Por Roberto Marra
El hambre, esa natural reacción del cuerpo humano para que se lo abastezca de alimentos para su subsistencia, ha pasado a formar parte de la vida de los argentinos, ya sea por padecerlo o por observarlo en quienes forman parte de los “desechos” que va creando el sistema político-económico que se apoderó de la Nación.
Es la brutal y perversa muestra de sus daños irreversibles en los padecientes de semejante incongruencia con lo humano. Es la contracara horrenda de las falsas sonrisas de los funcionarios dedicados a cubrir las “necesidades” financieras propias y de sus cómplices del Poder Real, hablando de dólares, bolsa, títulos, bonos y otras malditas expresiones de la acumulación de fortunas a costa de quienes se acuestan sin un plato caliente que los consuele de los dolores del hambre.
Su presencia en nuestro territorio es absurda. Es la manifestación más clara de la aberración a la que nos conducen la conformación de esta sociedad profundamente desigual, absurdamente hambreada, en medio de un territorio tan feraz como ninguno, pero atravesado por una distribución de su enorme superficie concentrada en unos pocos miserables latifundistas y otras tantas corporaciones que, lentamente, han ido tomando tierras y extranjerizando lo último que nos va quedando como Nación.
Allí está, entonces, en toda su dimensión, la consecuencia directa de estos años de abandono premeditado de los expulsados de la sociedad, de aquellos que sobran a la hora de lograr el único objetivo perseguido por los “ganadores” del sistema: la elevación de sus riquezas. Por supuesto que no se trata solo de éstos años “macristas”, donde se exacerbó, sino de una larga historia donde esa retrógrada estructura social ha ido sosteniéndose en base a los vaivenes políticos que impidieron la consolidación de los esfuerzos de los gobiernos populares que sí contemplaron a la pobreza como su máxima preocupación.
Ahora, cuando el horror de la miseria se expande con la fuerza de un huracán, cuando se cierran las persianas de la dignidad laboral, cuando los empobrecidos ruegan por mantener sus mal pagados trabajos, ahora es tiempo de mirar a los ojos a los hambrientos que nos miran buscando piedad, abrazarlos con la fuerza de la comprensión de una realidad que no buscaron, alimentar sus panzas doloridas por la acumulación de panes duros y asumir las responsabilidades que sí tenemos, por acción u omisión.
Ahora corresponde abrir las puertas de la esperanza cierta de un inmediato futuro de dignidad, de derechos renacidos, de la vuelta al nido cálido de un hogar decente, de las sonrisas delatoras de esas felicidades chiquitas de los pibes, inmenso resultado de una solidaridad que fue extraviada en los desvaríos de los miserables que convencieron, aún a los más pobres, de las bondades de un sistema que los terminó por convertir en desechos humanos, tal como que pretendían los malechores que se apoderaron de la Nación.
Deberá ser el final de la oscuridad, del absurdo, del empeñoso placer de los poderosos por ver el hambre ajeno mientras devoran sus pantagruélicas comilonas. Tendrá que ser el principio de otra vida, donde nadie quede afuera, donde cada niño y niña nazca con el derecho a crecer con decoro, donde cada hombre y mujer sepan que nunca podrán ser arrebatadas sus dignidades en nombre de futuros fantasiosos, de promesas estrelladas mil veces contra la realidad.
Ya es tiempo de comenzar un proceso de limpieza de las conciencias embrutecidas, para alivianar el peso que nos impide caminar por el camino del desarrollo virtuoso, para expulsar del poder a los que nunca lo dejan sin ensuciar el camino para trabar su destino. Es la enésima oportunidad de construir una Patria que cobije y alimente a todos, sin la presencia maldita de los que nos matan cada día, ignorando que el Pueblo renace solo con verse reflejado en los ojos de un niño hambriento.

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