martes, 3 de septiembre de 2019

UNA EDUCACIÓN POPULAR

Imagen de "es.wikipedia.org"
Por Roberto Marra
Conocer la historia es una base imprescindible para formar nuestras mentalidades, para configurar nuestras capacidades y comprender las razones de los hechos que se viven hoy, directos herederos de aquellos que, si no conocemos, nos impedirán caminar seguros hacia los objetivos que nos propongamos. Más todavía, será difícil elegir esos propósitos, por la falta de relaciones con hechos que nos permitan comparar resultados y verificar causas de esos actos precedentes que produjeron tales o cuales consecuencias.
Sin el conocimiento real de los sucesos históricos verificables, solo se podrá “navegar” entre incertidumbres que pueden ser, antes que otra cosa, el resultado de transmisiones orales imprecisas y teñidas de sentimientos devenidos de circunstancias tan diversas como cada uno de los humanos. Los odios y rencores políticos, en general, surgen de esos desconocimientos de la realidad o del acercamiento a ella de forma tergiversada por la interesada manera de quien la transmita.

Quienes intentan dominar a una sociedad para sus propios beneficios, individuales o sectoriales, se valen de esas ignorancias, las inducen y las profundizan, con el fin de arrebatar las consciencias de las mayorías para utilizarlas para sus objetivos, siempre opuestos a los intereses populares, siempre enfrentados con la realidad y sus causas.
Los gobiernos que se fueron sucediendo en los inicios de nuestra constitución como Nación, dieron el puntapié precursor de un sistema educativo que se conformó bajo las premisas de los ganadores de entonces, esa oligarquía que poco y nada deseaba que sus gobernados supieran sobre la historia que los precedió, teñida de desmanejos y desvaríos que arruinaron los ideales sustentados por los grandes patriotas como San Martín, Belgrano, Artigas y tantos otros de nuestra Patria Grande.
Nos introdujeron en la historia con fantasías de caballos blancos, costureras de banderas y épicas similares, dejando de lado los profundos y elevados ideales que nutrieron a aquellos hombres y mujeres que se jugaron sus vidas por el parto de una Nación soberana. Nos privaron de saber de sus concepciones ideológicas, sobre sus propuestas económicas, sobre sus búsquedas de participación de un Pueblo recién nacido en la construcción de esa esperanza libertaria.
Lo mismo fueron haciendo a lo largo de nuestros dos siglos de existencia, dando continuidad a la malversación de los acontecimientos y sus motivos, para mantener a la población atornillada a visiones fantasiosas de lo que fue y asegurarse el sostenimiento de sus valores para preservar su poder. Con la llegada de los movimientos populares insurreccionales del siglo XX, esencialmente el peronismo, se vieron sacudidos esos fraudes históricos, puestos en duda por genuinos investigadores que intentaron comprender los orígenes de cada hecho que diera fundamento a nuestra Patria.
Nada fue igual a partir de allí, pero no lo suficiente. Porque no se logró que las transformaciones sociales se instalaran en las aulas para sacudir la modorra de un historicismo artificioso que sigue hasta nuestro días, producto de las derrotas populares y el desplazamiento forzado de sus gobiernos antes que pudieran concretar todos sus objetivos de desarrollo inclusivo.
Mientras tanto, producto de tantas décadas de esa educación amanerada y clasista, se fueron instalando odios artificiales y rencores desprovistos de razones ciertas, suficientes para mantener atascada a la Nación en un atolladero, del que se pudo emerger solo por un tiempo renovador de esperanzas que condujeron sendos líderes, que entendieron que la historia debe ser contada como fue para renovar las utopías, herramientas imprescindibles para construir el presente y prospectar el futuro.
El Poder Real, ese que ha permanecido desde nuestros orígenes manejando nuestras vidas, la mayoría de las veces haciéndolas trizas para su perversa conveniencia, ha penetrado con los nuevos instrumentos tecnológicos comunicacionales las conciencias de grandes masas de compatriotas, convirtiéndolos en un ejército repetidor de sus consignas de odios basados en aquella historia malversada, lo que ha sido suficiente freno a esa ilusión postergada desde siempre, de ser por fin, una Patria soberana.
Más que nunca, frente al final inminente del nuevo descalabro neoliberal, ante la miseria consumada, entre otras razones, por la ignorancia de la otra verdad histórica, la ocultada, la perseguida, la maldecida por los dueños de casi todo (hasta de nuestros pensamientos), urge elevar la voz de esa historia, pero más aún de transmitirla a las nuevas generaciones, para que crezcan con la capacidad analítica que las libere del regreso de estos fantasmas del siglo XIX, obscenos y retardatarios, inhumanos y pusilánimes, oscuros integrantes de una especie que deberá extinguirse por la fuerza de una educación auténticamente popular.

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