Imagen de "Newsweek México" |
Por
Roberto Marra
La
violencia es el paradigma preferido de quienes dominan el Mundo. Cada
día, cada hora, cada minuto, se asesinan personas en nombre de
cualquier motivo, casi siempre involucrado con lo económico, con
tener a su disposición los bienes materiales que les otorguen la
posibilidad de obtener la supremacía mundial. Como una ameba
planetaria, van cubriendo los territorios con sangre y destrucción,
naturalizando sus perversiones mediante el previo avance de sus
culturas comunicacionales, las que insitarán a aceptar masivamente
las atrocidades cometidas a favor de los difusos “valores” que
dicen defender.
Ciudades
enteras son arrasadas en nombre de libertades que nunca otorgarán.
Caen bajo sus balas y misiles esos pequeños puntos movedizos en que
se han convertidos a las personas vistas desde los drones y
satélites, a merced de sus sanguinarios procederes que,
invariablemente, asignarán a sus enemigos ideológicos. No hay
edades ni condiciones de defensa posible que los detengan. Solo
matan, sin piedad, sin esperar más que otra oportunidad para seguir
haciéndolo, con el placer de quienes han perdido ya la condición
humana, pasando a tal dimensión “diabólica” de sus actos, que
ni necesitan motivo para cometerlos. O uno solo: la acumulación de
poder.
Esta
condición de supremacía es emulada por algunos individuos en sus
relaciones personales, como parte de la demostración de superioridad
que les es imprescindible mostrar sobre sus semejantes, a falta de
capacidad cognitiva que les permita vislumbrar el significado de ser
humanos. Con esas premisas aparecen en las vidas de otras personas,
se adueñan de sus voluntades y terminan destruyendo sus vidas,
literalmente. Solo conocen la violencia como respuesta a cada palabra
de quien pretenda oponerse a sus decisiones, golpeando y matando a
quien no se amolde a sus condiciones de dominación, tan perversas
como las de aquellos que matan pueblos enteros para demostrar su
poderío.
Claro
que todas sus fechorías violentas las ejercerán sobre los más
débiles, víctimas fáciles de sus elucubraciones de sometimientos.
El cinismo y la mentira cotidiana harán el trabajo previo para
ejercer sus influencias sobre quien desean dominar. Después
sobrevendrán los actos más monstruosos, acabando con la vida de su
víctima para, poco después, repetir sus “hazañas” asesinas
sobre la siguiente.
Las
mujeres son el blanco preeminente para estos siniestros personajes
lobunos escondidos en pieles de cordero. Sobre ellas se han venido
ejerciendo, desde hace demasiado tiempo, esas violencias escondidas
por la vergüenza de las sometidas y la complicidad del silencio de
quienes lo saben y callan. Mientras, lo institucional solo genera
ámbitos de denuncias de poco probable utilización por parte de las
vejadas, por el miedo que actúa como antídoto de la liberación de
semejantes escarnios.
Los
gritos de los movimientos creados al calor de la reivindicación del
más elemental derecho, el de la vida, han logrado avances en la
visibilización de los hechos, pero no tanto en la toma de decisiones
sobre las acciones a seguir, más allá de la persecusión a los
culpables y sus sometimientos al Poder Judicial, otro ámbito plagado
de incoherencias con la realidad, destino incierto de las causas que
se inicien contra los criminales, por estar atravesado también por
las taras propias de una cultura que se constituye con la aceptación
de la violencia hacia los más débiles.
Y es
justamente desde la cultura, concebida como la manifestación de los
valores que sostienen a una sociedad, que corresponde encarar la
compleja tarea de destruir el entramado de perversiones aceptadas
como invariables por las mayorías, para desarrollar la construcción
de otros imaginarios, donde la vida digna sea el eje del pensamiento
de los individuos, donde las instituciones se erijan como baluartes
en la defensa de los derechos individuales, pero también sociales,
elevando la calidad de vida material para poder sostener la
espiritual, y viceversa.
Pero
nada podrá ser del todo corregido, en tanto persistan los ataques de
los poderosos del Mundo sobre los que nada tienen, más que sus
propias vidas. Porque es desde aquel dominio pérfido que se generan
las condiciones para modificar las conciencias a través de sus
sucios medios de comunicación, desde donde se repiten hasta el
hartazgo sus mensajes de odios sin sentido y sus incitaciones a la
muerte del distinto, para después convocar a la “paz” de los
sobrevivientes, las próximas seguras víctimas de sus desatinos
armados. Con ellos convergen los asesinos de mujeres y niños, los
golpeadores y descuartizadores, que aprenden la lección diabólica
dictada por esos falsos profetas de un Mundo sumido en el horror de
la naturalización del exterminio de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario