Por
Roberto Marra
Somos
condenados a la muerte social. Nos obligan a cargar con la cruz de la
pobreza. Caemos en el engaño electoral. Una mujer nos advierte del
peligro, pero no la escuchamos. Alguien nos quiere ayudar, pero
seguimos por el mismo rumbo. Algunas almas bondadosas nos dan un
mendrugo, solo para sobrevivir. Caemos por segunda vez en el engaño
electoral. Nos cruzamos con quienes luchan por salvarnos, pero están
muy solos. Caemos por enésima vez en las triquiñuelas mediáticas
de los poderosos. Nos roban hasta las conciencias. Nos clavan con
estigmas que llaman “populismo”. Nos persiguen hasta que perdamos
las esperanzas de ser humanos. Nos abrazan, solas, las nobles y
sabias madres de la Plaza. Y terminamos en la más denigrante de las
miserias.
Ese
es el recorrido maléfico que se transita desde hace más de tres
años, con un grupo de perversos a la cabeza, guiándonos hacia la
desaparición como Nación, sofocando los vestigios morales que nos
quedan, apagando la rebeldías con palos y gases, traficando el alma
de un Pueblo confundido, deshonrando la historia y sometiendo la
Patria ante el imperio.
Es
una ruta conocida, pasamos muchas veces por los mismos carteles que
nos advertían lo que nos esperaba a la vuelta de cada curva del
destino. Pero insistimos con los mismos odios, con idénticos
desprecios, con iguales olvidos. Tiramos las experiencias reales a la
basura de la brutalidad, para asirnos del sucio placer de la
ignorancia. Nos cobijamos en los aleros del Poder, creyendo en la
fantasía del fin de la pobreza y la inflación.
Ahora,
después del abandono, de la inmensa deuda generada para robarnos el
futuro, luego de pasar a degüello con los derechos más elementales,
de arrasar los salarios y denigrar a los jubilados, de olvidarnos del
profundo significado de la palabra soberanía, ahora esperamos el
milagro de la resurrección, el prodigio del regreso a los tiempos
justos, el portento de alguien que nos limpie el camino de regreso
hacia lo perdido.
Pero
todavía nos damos el lujo de sospechar de la honestidad de quien
llamamos para que nos auxilie. Todavía escuchamos los cantos de
sirena de los sucios personajes mediáticos que nos empujaron la mano
en la urna. Aún nos atrevemos a suponer indecencias de quienes nos
abrieron la puerta a un mundo donde el trabajo era la digna vara para
medir el desarrollo.
A
pesar de tanto dislate social, de tantas persecusiones amañadas, de
las oscuras inmoralidades judiciales, de los clavos de repulsas con
la que pretendieron atravesarla, a pesar de todo eso y mucho más,
ahí está esa mujer, todavía pensando por y con nosotros, soñando
los mismos sueños que antes, pero mejores; ayudando a unir los
pedazos de esta Argentina desvastada, abriendo senderos de unidades
que parecían imposibles, renovando el aire de la politica envilecida
por los asesinos de la Patria.
Pero,
como aquel crucificado de los tiempos de Pilatos, esta Patria
resucitará. No falta demasiado para verlo. Nos va la vida en esa
tarea, estamos obligados a empujar la puerta de la historia,
atravesar el duro trayecto de una lucha desigual y derrotar con la
furia provocada por tantas frustraciones e injusticias, a estos
miserables títeres de un imperio decadente y cínico, aplastando sus
mentiras con la verdad acumulada en los recuerdos que,
paradójicamente, viven en el futuro.
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