Por
Roberto Marra
Aunque
pueda parecer imposible, el actual gobierno tiene su recambio
posible. Con sus pocos pelos y sus muchos dientes, con su mirada de
ave rapaz al acecho, Rodríguez Larreta permanece todavía con
suficiente imagen positiva favorable en su territorio exclusivo, la
ciudad de Buenos Aires. Claro que se deben tener en cuenta los cuatro
millones de pesos ¡diarios! gastados en publicidad, lo que le otorga
un beneficioso colchón de “buenas ondas” entre el muy particular
(y gorila) electorado porteño.
Ya
mayorcito, luego de la consabida excursión a Harvard que todos estos
personajes hacen para darse lustre, supo hacerse lugar en la
política, ocupando desde el vamos sillas otorgadas por “insignes”
figuras como Menem, Cavallo, Palito Ortega o De la Rua. Empezó en el
Ministerio de Economía, pasó al ANSES, luego a Desarrollo Social.
Junto a Sergio Massa, otro jóven excursionista de oficinas
gubernamentales, fueron jefes de la campaña de Duhalde en el '99.
Que
perdiera su publicitado jefe, no significó pérdida alguna en su
carrera ascendente. Pronto el “preparado cuarenta años para
gobernar” De la Rua, lo contrató al frente del PAMI, adonde
acarreó a su ya amiga María Eugenia “Heidi” Vidal. Desde allí
logró junto a ella, como su máximo éxito, el suidicio del Dr. René
Favaloro, al ser el propio Rodriguez Larreta y la misma Vidal quienes
ignoraron los ruegos del famoso cirujano para salvar la Fundación
que sufría la falta de pagos de la intervención del PAMI.
Salido
de esa obra social, se asentó por un par de años en el gobierno de
Carlos Ruckauf, demostrando que no le hacía asco a nada, para
acompañar a De la Rua desde la DGI, hasta el “que se vayan todos”
tronó en la Plaza de Mayo. A pesar de todo, se quedó, acompañando
a Duhalde durante el 2002. Y desde ese año, junto a Macri y sus
amigos, comenzó la etapa que lo catapultó al cargo que ahora
ostenta.
Su
gestión (no podría ser de otra manera) es un dechado de lugares
comunes del conservadurismo y la exclusión social. Sin embargo,
gracias a sus “coachs” y los millones destinados a las prebendas
a punteros políticos y multimillonarias pautas mediáticas, ha
logrado mantener la buena consideración del grueso de la gorilada
porteña, siempre dispuesta al odio fácil a sus despreciados
“cabecitas negras”.
Negocios
inmobiliarios, negocios con infraestructuras, negocios con la basura,
negocios con las empresas del presidente, esos han sido y son el nudo
de su administración. Negocios politiqueros que reditúa billetes y
continuidades en los cargos a muchos de sus amigos. Negocios que se
manifiestan con renovaciones de calles y veredas del microcentro
porteño, que parece estar siempre en obra, marketinera imagen para
expresar una actividad permanente, al tiempo que le niega fondos a la
construcción de escuelas y mantenimientos a los hospitales.
La
frutilla del postre de su actitud genéticamente oligárquica, se ha
puesto de manifiesto en la enésima remodelación de la famosa
Avenida Corrientes, donde ha hecho colocar contenedores para los
residuos que solo se pueden abrir con ¡una tarjeta! Empeñado en la
limpieza (étnica y social), sus eficientes colaboradores han logrado
alejar a los molestos hambrientos del paseo, ahora solo destinado a
“gente como uno”.
Dicen
la malas (o buenas) lenguas que todo la ha logrado gracias al
coaching “astrológico y ontológico” (sic) de una especialista
contratada por algo más de “míseros” cuatrocientos mil pesos
mensuales. Puede ser. Pero todo indica que más lo ha obtenido por su
persistente aporte monetario a “troche y moche”, método mafioso
que suele desatar rencores y venganzas intestinas, pero de la que
seguro emergerá sonriente este paquidermo pelado del siglo XXI, para
regresar en otro puesto y continuar con su ímproba labor destructora
de la sociedad.
Mientras
tanto, uno puede imaginar al Padre Mugica en el Cielo, renegando de
haber bautizado a este hijo de la Bestia, gritando todo el tiempo:
“¡por mi culpa, por mi gran culpa...!”
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