Imagen de "Olé" |
Por
Roberto Marra
Cuando
lo realizado no tiene sustento en la realidad, cuando los resultados
de los planes no son los esperados, cuando el pasado condena por el
desvarío de lo propuesto, cuando los padecimientos superan con
amplitud a las alegrías prometidas, entonces surgen las reacciones,
primero tibias, luego duras, que marcan el inicio irreductible de un
final anunciado mil veces, tantas como negadas por los actores
principales del drama político que comenzó como paso de comedia
antipolítico.
Son
momentos históricos definitorios, donde los pasos deben ser
cautelosos y precisos, donde la inteligencia debe primar por sobre
los impulsos, donde las ventajas del Poder (nunca perdidas del todo)
tienen que ser contrarrestadas con mucha solvencia y visión
estratégica, esa que tienen demasiado pocos líderes y pretenden
hacernos creer que poseen demasiado muchos pretenciosos aspirantes a
serlo.
Es
cuando aparecen en escena esos “jugadores de toda la cancha”,
especie de “comodines” utilizados por los poderosos para mantener
su gatopardística construcción de oposiciones tan falsas como
repetidas en sus formulaciones y propuestas lavadas, siempre teñidas
de una ambivalencia tan obvia como engañosa. Son quienes pretenden
hacerle creer a la sociedad que hay un tercer camino entre la vida y
la muerte, montando un aparato publicitario que el mismo Poder
sostiene, donde todo se reduce a amagues por izquierda para terminar
por el costado derecho de esa cancha imaginaria donde se juega el
partido de la vida.
Es
la salida “blanca”, para evitar la llegada renovada del “subsuelo
de la Patria” que tanto desprecian. Es la semilla reaccionaria que
pretende germinar en las conciencias de los sometidos por enésima
vez, desplazados hacia detrás del alambrado que separa la existencia
real de la supervivencia, mirando en pantallas gigantes los
resultados (también engañosos) de lo que nunca debieron haber
aceptado.
Las
tribunas terminarán gritando los goles de los contrarios, en una
especie de sinrazón que conduce al descenso sin remedio, presentado
por los líderes del desparpajo engañador como el necesario paso
para estar (después) mucho mejor. Ya en el fondo de la tabla,
llegará el Fondo, listo para “salvarnos” de la “B”, con
entrenadores que toman en sus manos los destinos del cuadro
perdidoso, desplazando a los “salvadores blancos” de la
inutilidad de sus gestiones inconducentes.
A
estas alturas, las tribunas ebullen, recuperando la memoria sustraída
con zócalos televisivos y poco más, re-adquiriendo la conciencia
perdida, empujando el alambrado de los derechos conculcados,
traspasando los límites de las mentiras repetidas, resolviendo por
sí mismas el destino secuestrado por los dueños de todas las
falsías y sus jugadores estrellas, esos “brutos con iniciativa”
que fueron capaces de obnubilar por algún tiempo a quienes eran,
hasta ahora, solo espectadores.
No
podrá haber ya, “salida blanca”. No si los habitantes de los
tablones se unen en un solo grito, rompen los candados de las salidas
y abren las puertas a su futuro de campeones de la vida, poniendo en
la cancha a los mejores, a los que nunca los engañaron, a los que
demuestran a cada paso sus solvencias e intenciones, a los únicos
capaces de gambetear las zancadillas de un Poder que no se irá sin
pelear.
Es
tiempo de descuento, y hay que dar vuelta el resultado. Es el momento
de mostrar grandezas y solidaridades, de soltar amarras de los miedos
programados, de avanzar en bloque hacia el arco rival, de vapulear al
arquero del Fondo con la inteligencia de los Pueblos liberados. Y
golear a los malditos fabricantes de los dolores padecidos, hasta
enviarlos al último descenso de su historia, de donde jamás puedan
regresar.
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