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Por
Roberto Marra
Si
hay algo que ha tenido siempre en claro el Poder, es que la
instalación y perdurabilidad de sus “cuadros” políticos en las
instituciones gubernamentales, necesita de la generación de
determinados paradigmas que les asegure la construcción de un
imaginario social provocador de respaldos. Esa instalación no
resulta nunca de la manifestación sincera de su ideología, sino más
bien de lo contrario. Lo hacen a través de la creación de
expresiones culturales que contengan determinados elementos (siempre
negativos) caracterizadores de su enemigo: el Pueblo.
Con
la ventaja que les dan los centenares de medios de comunicación
afines, la instalación de palabras y modismos les resulta bastante
fácil. Tal es la profusión de sus mensajes y de tal carácter
intrusivo en las mentalidades atrapadas en la vorágine
político-mercantilista también creada por ese poderoso aparato, que
termina siendo adoptado, también, por quienes se erigen (o pretenden
hacerlo) en representantes de los sectores populares avasallados.
Entonces,
aparecen palabras que envilecen, términos que bastardean la
importancia fundamental de los integrantes del colectivo social
integrante de eso que Scalabrini Ortiz denominó “el subsuelo de la
Patria”. La palabra “Pueblo” es dejada de lado, incluso, por
quienes se dicen representantes de él y de la ideología que, en
Argentina, lo representa con la mayor certeza histórica.
Ahora
la categoría es “gente” o, más degradante todavía, “vecinos”.
Con esas solas palabras se ha conformado un nuevo modo cultural, una
manera despectiva más de dirigirse hacia el común de las personas
titulares de derechos civiles y políticos de nuestra Nación,
reunidas en un concepto sociopolítico que supera con amplitud al de
“ciudadanos”.
Como
sintiéndose obligados a utilizar estos términos para congraciarse
con sus interlocutores, los candidatos a cargos electivos persisten
una y otra vez en el uso de ellos, se convierten en exégetas de los
poderosos y sus invenciones culturales, transforman el sentido de sus
intervenciones parlantes en simples reproducciones de los discursos
oligárquicos con algunos toques “populistas”, otra palabra que
intenta degradar lo popular desde el Poder.
Vecino
de aquí, vecino de allá, el caso es que el Pueblo se ha
transformado ahora en simple conjunto de habitantes de un “barrio
nacional”, en elementales demandantes de zanjeos y veredas, en
básicos reclamantes de servicios urbanos, lo cual, en boca de
candidatos presidenciales o legislativos, resulta hasta ridículo.
Cuando
la “gente” es la que reclama., cuando el “vecino” es quien
solicita, el “Pueblo” es quien pierde su representación
paradigmática, desapareciendo el imaginario conceptual que lo erigía
en la base estructural de la sociedad. De eso se ha tratado todo este
movimiento de “renovación lingüística”, un modo más de
dominación cultural y patética expresión de la degradación moral
de sus autores. Y de sus estúpidos seguidores, esos politiqueros
convertidos en voceros gratuitos para la destrucción de los
principios que sustentaban el orgullo de ser, simplemente, “Pueblo”.
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