jueves, 7 de marzo de 2019

ALIMENTANDO LA MUERTE

Por Roberto Marra
Comer es una necesidad vital. Sin embargo, el sistema capitalista imperante, de características exacerbadamente financiero en estos últimos tiempos, ha transformado ese apremio natural de la sobrevivencia en otro de sus negocios, paradójicamente, muy suculentos. Peor todavia, el negocio alimenticio incluye (y requiere) la inanición de millones de individuos como elemento colateral de este monstruoso método de apropiación de las riquezas.
Muy pocas empresas transnacionales, cada vez más concentradas, se han apoderado de la producción, elaboración y venta de los alimentos, con la consecuente pérdida de soberanía de cada Nación en las decisiones referidas a este rubro esencial para la vida. Por el contrario, la presión de estas empresas van horadando, por sus intereses exclusivamente pecuniarios, la salud de los pueblos que se ven arrastrados a consumir lo que ellas ofrecen, sin alternativas ni sustitutos al alcance de sus manos (ni de sus bolsillos).
El régimen establecido va mucho más allá del manejo de la alimentación de la población mundial. Juegan sus acciones en las bolsas de valores, lo que va afectando también los precios de sus productos, lo cual, como puede colegirse, nada les puede importar a estos “señores de las góndolas”.
Los medios de comunicación hegemónicos, vinculados o pagados por esos mismos poderosos conglomerados productivos, industriales y financieros, son la punta de lanza del convencimiento mayoritario de las supuestas ventajas de sus ofertas alimentarias, mostradas siempre como métodos de pertenencia al “Primer Mundo”, esa fantasía que nos venden en envoltorios que encierran algo más que comestibles.
La “ruleta rusa” del acceso a los alimentos va matando de hambre, literalmente, a millones de personas que ni siquiera sueñan con ver un supermercado, expulsados de la más elemental de las urgencias humanas, observadores impávidos de las obesidades ajenas, consumidores obligados de los restos arrojados a los contenedores de la miseria, donde abundan los desperdicios obscenos de quienes se creen lejos del futuro que los acercará, tarde o temprano, a ese mismo basural.
Obscenidad entre obscenidades, Argentina ofrece un ejemplo paradigmático del ultraje alimenticio al que se somete a la población. Con suelos y agua capaces de asegurar la alimentación de muchas “argentinas”, sin embargo se ha venido privilegiando lo dispuesto por estas grandes transnacionales, con sus promesas de alimentar el Planeta mediante sus transgénicos y sus venenos, para terminar convertidos en simples abastecedores de alimentos para los cerdos de otros lares. Todo un sistema conjugado para asegurar las bestiales ganancias de los grandes productores, los exportadores y los conglomerados dueños de las semillas y sus agrotóxicos.
Universidades y laboratorios, agrónomos y veterinarios, instituciones supuestamente dedicadas a la vigilancia de los alimentos, organizaciones de productores agrarios de exclusivos intereses corporativos; todos confluyen en un único objetivo depredador del territorio y la soberanía. Todos proveyendo la “mano de obra” nacional que elevan las ganancias de los dueños de la comida mundial. Mientras los gobiernos dejan hacer, inaugurando puertos por donde se trafica la salud y la vida de los millones de víctimas del latrocinio del hambre programado.
Con “la ñata contra el vidrio”, un pibe descalzo y desnutrido, observa desde afuera de un restaurante, como es eso de comer decentemente. Tal vez, con sus ruegos, logre encontrarse al final del día con algunos billetes que le permita probar su única comida del día. Con seguridad, irá corriendo a consumir una hamburguesa de la “cajita feliz” y una gaseosa con la que “todo va mejor”. Entonces, la rueda de la indignidad habrá dado otra vuelta, lista para seguir matando en nombre de la alimentación mundial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario