Por
Roberto Marra
Los
daños producidos por el actual “proceso” político y económico,
ha producido daños incluso superiores al de aquel de los años '70
con sus 30.000 desaparecidos. Sin el uso de ese sistema aberrante
para eliminar adversarios ideológicos, ha promovido, en cambio, otro
de similares objetivos, pero con menos sangre (visible) derramada. Y
lo ha hecho a través de una elaborada metodología de creación de
paradigmas basados en la generación y expansión de un sentimiento
ínsito en la condición humana: el odio.
El
odio se ha generalizado de tal forma, que ha logrado postergar la
realidad, poniendo por delante la “necesidad” de acabar con ese
enemigo inventado, para desviar la atención de las inacabables
aberraciones gubernamentales. Todo resulta útil para los planes del
Poder, que mueve los hilos de esta pantomima con la ventaja de la
impunidad asegurada con “sus” jueces y fiscales. Todo se
acrecienta con el único objetivo de la continuidad de sus
enriquecimientos ilícitos, con la complicidad de los miserables
escribas de sus mentimedios.
No
tienen límites para actuar de esa manera estos representantes de la
degradación social. No hay quien se salve de sus diatribas cuando
necesitan vomitar sus abominaciones expresivas. Dejan cualquier
condición del odiado en cuestión, de lado, con tal de mostrar sus
desprecios, tratando de alterar al oponente, de convertirlo en objeto
de burla y fobia, de pisotear su intimidad, de potenciar sus males y
humillarlo hasta su muerte, si fuera posible.
Se
alegran, ahora, con la enfermedad de la hija de la ex-Presidenta,
vociferan sus excreciones maléficas, se regodean con los
sufrimientos del objeto de sus sueños de odiadores ilimitados, ríen
satisfechos por el logro de sus deseos convertidos en realidad.
Serpentean sus cóleras en comentarios despreciables, revuelven el
cuchillo del odio en la herida que creen mortal para su enemiga
ideológica.
Peores
que los propios envenenadores de sus conciencias, estos desclasados y
mediopelos, enfermos de la peor de las enfermedades, se convencen
entre ellos de sus razones irracionales, aumentan sus anhelos del fin
del ”populismo”, se sienten ganadores de una guerra a la que (no
alcanzan a ver) le faltan muchas batallas. Sostienen gozosos las
banderas que les colocan los ridículos personajes televisivos que
ofician de “comunicadores” de verdades inventadas para la
ocasión, de mundos creados para cebar su rabia deshumanizada.
No
hay retorno para semejantes extravíos de la moral. No existe perdón
alguno para tales manifestaciones de aborrecimientos sin sentido. No
puede haber olvido de los padecimientos sufridos en base al odio
programado. Y no debe existir la impunidad para los perversos que le
dieron orígen que, más temprano que lo que sus enfermas conciencias
lo crean, pagarán ante una Justicia renovada y popular, las
atrocidades cometidas a nombre de la libertad que nos quitaron.
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