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Algunos
aprendices de periodistas dramatizan sus expresiones a la hora de definir
situaciones o hechos, de manera de resaltar sus supuestas virtudes y, sobre
todo, quedar bien con el Dios (mercado) y con el diablo (gobernante). En muchos
casos se llega al absurdo de asegurar contextos o acontecimientos, aquí o en
otros países, que jamás existieron.
Venezuela suele
ser de los blancos preferidos de estos aprendices, por ser uno de los casos
paradigmáticos para el Imperio en su intención de demoler la experiencia de Gobiernos
populares sucedidos en la última década y media. Hablar de “desgobierno”, o “anarquía”,
o “falta de libertad” es común para estos neófitos con pretensiones de Pulitzer.
Este tipo de
falsedades, que el mismo aprendiz de periodista repite como loro después,
seguramente, de haber leído algunos de los pasquines yanquis con los cuales se
debe informar, no hacen más que demostrar que, detrás de alguna pátina
pseudo-progresista, se esconden muchas veces, aquellos que trabajan para los
enemigos de los pueblos. Incluso, a veces, sin que ellos mismos lo entiendan.
Las palabras
utilizadas por el aprendiz de periodista son las que también usan los
politiqueros golpistas de Venezuela, como Capriles o Ramos Allup, y que se
repiten hasta el cansancio en los canales de televisión de los poderosos
sublevados contra el Estado venezolano, en la propia Venezuela y en Miami,
lugar desde donde tienen origen los ataques económicos y financieros a aquella
Nación.
Claro que no
vamos a pretender que el aprendiz de periodista acepte estos conceptos, siendo,
como se les suele notar, uno de los tantos presumidos “izquierdistas” que
pretenden tener la verdad revelada, vaya a saberse por quien, acerca de todo lo
que suceda en el Mundo. Desde ese “saber superior” nos habla y explica todo,
con la apariencia de quien sabe mucho menos de lo que dice, pero que lo expone,
siempre, con la altivez y el cinismo de un pedante. Con la misma vileza se
dirige a sus entrevistados, sobre quienes, capciosamente, sugiere sospechas de mendacidad.
Tal vez
pretenda, con ello, construir un personaje televisivo para futuros programas
que lo tengan de figura “estelar”. Tal vez sea solo una táctica para descolocar
a sus interlocutores y ganar ventaja en las discusiones que se generen. O tal
vez se trate de simple incompetencia.
Por la razón
que fuere, la diseminación de tantas mentiras solo favorece a los poderosos,
que las necesitan para alimentar el odio y el revanchismo de los pueblos hacia
sus mejores líderes. El aprendiz de periodista termina siendo, más por
conveniencia que por ignorancia, una de sus voces.
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