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Para estar a
tono con la actual administración política nacional, tan proclive a explicar
todo en términos mercantilistas, se podría decir que la sociedad le prestó, el
año pasado, un cheque en blanco y al portador. La confianza para hacerlo así,
surgió del convencimiento de que se cumpliría con todo lo propuesto durante la
campaña electoral.
Esos
mensajes, durante esa etapa pre-electoral, sumados a la histórica desidia
popular y la persistente operación mediática pregonada, basados en la quimérica
cultura de la alegría, unión y felicidad futuras, lograron el efecto de
obnubilación imprescindible para el engaño que se avecinaba.
Artimaña que
fue advertida por otros actores políticos, pero absolutamente despreciado por
muchos, atrapados en la maraña del odio y el resentimiento de clase, promovidos
por los mismos medios propagandísticos, durante más de una década de desgaste
de las conciencias.
Ahora, ya
vencida la fecha de cobro de aquel cheque en blanco, la cuenta bancaria está
más en rojo que nunca, y la sociedad comienza a percibir que el portador, no
solo no le devolverá nada a cambio de ese documento que le confió, sino que
además deberá hacerse cargo de las acreencias que el gobierno por él presidido,
con sus diabólicos manejos, ha hecho crecer exponencialmente.
Claro que
muchos de los firmantes del famoso cheque se niegan a admitir su error. Incluso
muchos niegan haberlo rubricado. Cuestión psicológica que algún discípulo de Freud
deberá atender pero que, mientras tanto, está produciendo heridas profundas a
millones de ciudadanos arruinados nuevamente, después de haber pasado por una
etapa de reparaciones de sus derechos económicos y sociales, de tal magnitud,
que parecían imposible de perderse.
Tal vez solo
quede cerrar la cuenta ciudadana, para que le rechacen el cheque en la
siguiente ventanilla electoral. Tal vez llegó la hora de construir un nuevo
tipo de entidad popular, atendida por sus propios dueños, que no admita el
otorgamiento de cheques en blanco y que se base solo en la fortaleza de la
solidaridad. Tal vez haya que aprender, de una vez y para siempre, a no
tropezar con esa misma piedra que, la remozada caterva de estafadores morales y
materiales, nos pone una y otra vez por delante.
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