domingo, 23 de junio de 2013

"NO PODÉS NEGAR QUE SOS JUSTICIA"

Por Hernán Brienza*

Siempre he tenido una relación de desconfianza con el Poder Judicial. Desde antes de que estudiara y abandonara Derecho en la UBA. Siempre me produjo un secreto escozor su hipócrita pretensión de "divinidad", de "objetividad" y de "independencia". Casualmente, son las mismas hipocresías que me resultan aberrantes en la práctica del periodismo. "Divinizar" una práctica siempre me resultó un inefable mecanismo para crear prerrogativas y honores de corte monárquico en sistemas republicanos. El uso del tratamiento de "Doctor" de acá y "Doctor" de acullá y de "Su Señoría" o "Su excelencia" me resultan rémoras de liturgias vetustas dispuestas a sacralizar supuestas diferencias entre unos y otros. Si a eso se suma las ventajas que tienen –desde la inamovilidad de sus cargos, hasta el no pago de impuestos como el resto de los mortales– y el origen social privilegiado de muchos de sus magistrados, el cuadro es realmente preocupante.
Por alguna razón que aún aquí no viene a cuento, debo reconocer que tuve una adolescencia un tanto silvestre. Durante toda la década del ochenta "paré" en la esquina de Yatay y Lezica en una barra que juntaba lo peor de cada casa de ese barrio. Lo que sucedió con Pappo y el Caballo formateó mi modo de ver a la Justicia. Una tarde de domingo ambos amigos decidieron entrar en una almacén cerrado a robar un par de cosas. Rompieron un vidrio, se metieron y cuando tenían las bolsas cargadas de productos tuvieron la mala suerte de que llegó la policía y los apresó. Pappo era un pibe de clase media dislocada, con un padre con terminales en las Fuerzas Armadas. Caballo, en cambio, no tenía padre y su vieja la peleaba como podía de día y de noche en el barrio para poder darle de comer a sus hijos. ¿Adivinen quién de los dos no pasó siquiera una noche en la comisaría once y quién sí pasó más de un mes en el Instituto Roca, en el Bajo flores, donde lo molieron a palos, entre otras cosas, y le arruinaron la vida? Sí, claro, Caballo fue víctima de un juez de menores que creyó que al pibe pobre podían molerlo en un "reformatorio", en cambio el chico de clase media tenía derecho a hacer una travesura. Pero hay más. Caballo salió antes de lo que le prescribió el juez gracias a una gestión de mi viejo frente a un funcionario de alto rango en el sistema político de minoridad. Gracias a esta pequeña vivencia persona comencé a sospechar que: a) lo que llamamos Justicia es sólo un modo de represión contra los pobres y b) con buenas conexiones o una buena untada, todo es posible de lograr de la "familia judicial".
En ese sencillo acto comprendí lo que estaba leyendo en el secundario, en las clases de literatura argentina, cuando analizaba el duelo entre Martín Fierro y el Moreno y el payador negro decía: "La ley es tela de araña/ en mi inorancia lo esplico:/no la tema el hombre rico; / nunca la tema el que mande;/ pues la ruempe el bicho grande/ y sólo enrieda a los chicos.// Es la ley como la lluvia:/nunca puede ser pareja;/ el que la aguanta se queja,/ pero el asunto es sencillo:/ la ley es como el cuchillo,/ no ofende a quien lo maneja". 
Esta semana, un sonriente Ricardo Lorenzetti demostró una vez más que una ley, elegida por la mayoría de un pueblo, no puede ofender a quien maneja el cuchillo de la justicia. Puso de manifiesto que el Poder Judicial tiene privilegios que el poder político no tiene y puso al sistema político en riesgo de parálisis institucional: con el fallo de la Corte Suprema demostró que el Poder Judicial tiene carta libre para, vía cautelares o fallos del máximo tribunal, impedir que el Poder Ejecutivo pueda ejercer sus funciones. Es más, puso en evidencia que está dispuesto a atar de manos también al Poder Legislativo, imponiéndose, por ejemplo, frente a dos leyes elegidas por la mayoría de los representantes del pueblo.
Lorenzetti y parte de su Suprema Cohorte no solamente están dispuestos a debernos la democratización de la Justicia, sino que también nos deben la Ley de Medios. ¿Sonreirá de la misma manera Lorenzetti en las tapas de Clarín y La Nación cuando les haga el favor de declarar inconstitucional esa ley? ¿El fallo contra la democratización de la Justicia y la pérdida de sus privilegios será la definitiva declaración de guerra de Lorenzetti al sistema democrático? ¿O hará equilibrio y la próxima jugará a favor de la Ley de Medios sancionada por una abrumante mayoría? 
Siempre que una Corte Suprema juega en contra de la voluntad popular pienso en las acordadas cortesana que supieron sostener las dictaduras militares a lo largo del siglo XX. Y también recuerdo el hecho de que el primer presidente significativo de una Corte Suprema fue Salvador María del Carril, el asesino intelectual de Manuel Dorrego. Y siempre me asalta la pregunta imposible de responder pero no por eso menos ácida: ¿qué hubiera votado esta semana el asesino de Dorrego? ¿A favor o en contra de la democratización de la justicia?
Traigo al presente la historia porque fue la propia presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, la que en el homenaje a Manuel Belgrano realizado el 20 de junio en Rosario le dio un marco más que interesante a la reforma de la Justicia. Enmarcó las leyes en un proceso de democratización de la sociedad que los argentinos protagonizamos desde el 25 de mayo de 1810, con sus avances y retrocesos, y puso el voto y la voluntad popular como una herramienta fundamental para esa transformación. Así, la reforma judicial se entiende como un paso más en la consecución de derechos por parte de la ciudadanía. Entre la Asamblea del año XIII, el voto universal, el voto femenino, la institucionalización democrática y la elección de los consejeros de la magistratura hay una línea lógica de conquista de derechos por parte de las mayorías y una pérdida de privilegios por parte de las minorías.
Claro, a veces. Casi siempre, la Justicia le da una puñalada por la espalda a los sectores populares. Como a mi amigo de la adolescencia, Caballo, o como el fallo de esta semana. Hablé unos párrafos más arriba de Martín Fierro. Peor le fue al gaucho Juan Moreira. Se trata de un personaje oscuro, matón, camorrero, puntero político del alsinismo –acaso extraño heredero del federalismo rosista– y luego del mitrismo, que se vende al mejor postor, que es la fuerza de choque en las elecciones fraudulentas del régimen. Es un hombre usado y al mismo tiempo expulsado por el sistema. Moreira es rabioso, no se deja domesticar. Y muere. Y su muerte ni siquiera es heroica. Después de batirse como un león, muere trepando una tapia, atacado por la espalda por la bayoneta del inefable sargento Chirino. Moreira le clava los ojos y le escupe: "¡Cobarde! ¡A hombres como yo no se los hiere por la espalda! ¡No podés negar que sos justicia!" Hay una clave, es ese grito de Juan: la justicia para el pobre es rastrera, traicionera y mata por la espalda. Moreira se convirtió en un símbolo para el pobrerío de aquellos años. Chirino, claro, murió en el más vergonzoso de los olvidos. Veremos dentro de unos años qué papel les reserva la memoria popular –no la veleidosa y oferente historia- a los Moreira y a los Chirino de la política y la justicia de hoy.
*Publicado en Tiempo Argentino

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