viernes, 7 de junio de 2013

EL GORDO AL ARCO

Imagen literaturavsfutbol.blogspot.com
Por Javier Chiabrando*

En el origen de los pueblos hay respuestas para muchas preguntas. Se podría decir que un pueblo nace cuando pasa algo digno de ser recordado: una invasión, una fundación, una muerte. También se podría decir que ese comienzo se da cuando alguien comienza a contar la historia de ese pueblo. Es decir que para entender este rompecabezas que es Argentina habría que remontarse a los orígenes de la literatura y leer El Matadero de Esteban Echeverría, Facundo de Sarmiento, entre otros.
David Viñas encontró cierta tendencia nuestra a la tragedia cuando dijo "la literatura argentina empieza con una violación". Se refiere a El Matadero, donde un señorito unitario es humillado por los Nac y Pop de entonces, conocidos como rosistas o simplemente negros de mierda, y que al punto de ser empalado, posiblemente con una mazorca o con el mango de un látigo, el señorito revienta de ira, literalmente.
Borges también habla de la historia y su correlato literario cuando dice que "si en lugar de canonizar el Martín Fierro hubiéramos canonizado el Facundo como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y sería mejor (...) hemos elegido como libro la crónica de un desertor (...) ¿por qué el argentino elige evadir la ley?". Borges veía, a la manera de como lo hacía Viñas, que cierta tendencia nuestra a no respetar leyes ni Estado, se daban en esta metáfora que no necesita explicación.
En las voces de esos grandes tenemos dos marcas que uno podría rastrear a través de doscientos años: la violación y la deserción (ambas vistas en un sentido muy amplio, tanto real como simbólico). Yo, con la modestia que me caracteriza, aporto otra posibilidad: el país se jodió para siempre cuando alguien inventó la costumbre de mandar el gordo al arco. Para los que no lo saben, en cada partido de fútbol de esta noble patria, se agarra al gordo, por lo general un patadura, y se lo manda al arco sin contemplaciones.
Parece cruel pero tiene incontables beneficios: el gordo no va a atropellar a nadie, se lo reemplaza por jugadores veloces y ocupa más espacio en el arco. El que mejor lo entendió fue el Negro Fontanarrosa, que en "El chancho volador" narra las desventuras de un gordo condenado eternamente al arco y que al fin se reivindica volando para sacar una pelota con destino de gol, como dirían los poetas del relato futbolero.
Creo que esta costumbre ha generado que la historia argentina esté desbordada de resentidos con ansias de venganza. Esta es mi explicación psicológica e incluso sociológica de por qué este país no levanta cabeza. Y regalo esta idea a la ciencia sin pretensión de royalties ni estatua en un cruce de avenidas. Eso sí, no tengo pruebas porque nadie lo escribió de tan ocupados que estaban nuestros escritores viajando a feria de libros y congresos.
Pero ser el gordo que va al arco también tiene sus beneficios: se tiene una vista privilegiada de la cancha, y se podría decir de la vida misma. Es el único que ve todo, tanto a sus defensores como al arquero contrario, y anticipa los movimientos grupales, las estrategias y los repliegues. Claro que algunas cosas las ve difusas, porque las ve de lejos, de ahí su tendencia a inventar o fabular sobre lo que no ve con claridad. Otra ventaja es que tiene tiempo de sobra y ahorra energía que luego destina a vengarse.
Según mis investigaciones, el primer gordo que fue al arco (GQFAA) era un soldado del ejército de San Martín, insomne y propenso a comerse de madrugada el pan del batallón. Harto de tener que desayunar mate cocido solo, sus compañeros lo mandaron al arco a la primera ocasión. Se dice además que la pelota era una cabeza realista, algo incomprobable porque una cabeza que rueda no tiene patria porque no está ligada al corazón de su dueño.
Algunos aseguran que esa pésima educación sentimental de ser el GQFAA recayó en prohombres como Mitre, Rivadavia, Sarmiento y Caruso Lombardi, y que hechos históricos, como la guerra de la Triple Alianza, habrían nacido bajo la suerte de ese estigma: la del hombre que, deseoso de vengar la humillación, era capaz de invadir un país vecino, cortar cabezas de a miles o bombardear la Plaza de Mayo repleta de conciudadanos.
Sólo así se explica (justificarlo porque gana una ponchada de pesos es demasiado elemental para una mente inquisidora como la mía) el resentimiento que destila ese gordito tan simpático que sale por televisión, ese que putea a (casi) todos todo el tiempo: un día alguien lo mandó al arco. Y el juro vendetta.
Verlo hoy a ese gordito es ideal para entender cómo actúa el GQFAA: odia a todos, odiaba a sus jefes de ahora y odia a sus jefes que amaba en el pasado; odia a sus empleados del pasado y a sus amigos los transformará en enemigos a la primera ocasión. Los que lo alaban hoy, lo putearán mañana, cuando cambie de ideología (que lo hará; le falta ser musulmán, rastafari y emo). Pero no importa, porque el GQFAA los va a putear primero. Le chupa un huevo todo lo que le importa a la gente. Y le preocupa la corrupción (de los otros) pero no ser un mentiroso. Porque para el GQFAA la mentira no es corrupción, sino una necesaria reivindicación por haber sido ninguneado.
Como dije antes, el GQFAA, lo ve todo, pero a lo lejos, medio en penumbras (y más en penumbras le debe ver si usa lentes ¡celestes!). Así es como un sótano lo ve bóveda, un papel bajado de internet lo ve documento importantísimo y todo avión que vuela sobre su cabeza se le aparece en formato de bolsas de dólares que alguien se afana. Y por supuesto, nada es culpa de él, sino de los que lo mandaron al arco cuando él soñaba con ser Kempes o Houseman.
Este GQFAA además adquirió picardías de goleador y confunde a lo Garrincha, amaga a la izquierda y se va a la derecha, amaga a la derecha, y se va a la derecha. Pero la culpa la tenemos nosotros, los que la vamos de progres, o como se llame esa subclase comprometida hasta ahí nomás, revolucionaria con la sangre de otros, y amante de los cambios mientras no te cambien la grilla del fútbol. Nosotros le dimos a este GQFAA la estatura de héroe nacional cuando queríamos ver corrupción en cada papel y tráfico de drogas en cada jarrón. Nosotros le hicimos creer que era importante porque se reinventaba a cada rato, como si ser argentino no nos obligara a eso. ¿Quién no tiene un tío que pasó de camionero a heredero y de ahí a criador de pollos?
La reinvención de este año electivo es ser el sheriff, denunciar matufias sacudiendo papelitos en la tele y mandar una cámara a Panamá para demostrarnos ¡que es un paraíso fiscal! En eso (que es una verdad más vieja que la misma Panamá), parece haber acertado. El resto, está más flojo de papeles que las denuncias de Fabio Zerpa sobre ovnis.
Lo que el GQFAA busca es obvio: crear un rumor que sea más eficiente que la verdad. O sea: miente, miente, que algo queda, de don Goebbels, tan citado como cierto. No vale la pena seguir analizando el papel de los alcahuetes de turno, de los que difunden las noticias del GQFAA sin pensarlas, cotejarlas, desmenuzarlas. Esa gente le creería a De la Rúa si de desbancar a los K se trata. Se juntan con Pando y volverían a confiar en Carrió. El asunto es: ¿quiénes de los que confían en el rumbo del país puede llegar a flaquear por las denuncias (que no lo son)? Ese es el mercado a conquistar por este GQFAA. O sea: nosotros somos su mercado.
Ahora, ¿si Boudou no fue a Carmelo a la hora que el GQFAA dice que fue porque estaba con Lula, si la bóveda no era bóveda sino una envidiable cava de vinos, si la secretaria de Néstor, los bobos Fariña y Elaskar se desdijeron (en casos ante la justicia), a la media hora de hablar con el GQFAA, y la bóveda del mausoleo era impracticable según el mismo arquitecto; si las libretas de Néstor eran en realidad apuntes románticos de la secretaria, si el gobierno no intervino Clarín, si no abrió las cajas de seguridad, si, si, si..., no deberíamos revisar todo lo que el GQFAA dijo, hizo y denunció hasta ahora? (Mama mía, agarrate Catalina con lo que propone Chiabrando, que nunca fue al arco sino que era un respetable volante por derecha, aunque con poco gol.)
Porque según se ve en la tele (ya sabe que mis recursos son más bien eclécticos), cuando a un forense le descubren manipulando pruebas, o a un juez lo descubren negociando fallos, se impone revisar hacia atrás para ver si esa práctica se daba en gestiones anteriores. Si lo que dijo este GQFAA desde que comenzó el programa de este año son macanazos, existe la posibilidad de que lo sean todos. Si un tipo miente una vez, es probable que mienta siempre. Si un tipo se equivoca una vez, es probable que se equivoque siempre. ¿Y si comenzáramos a revisar y llegáramos a la conclusión de que el Turco que lo Reparió era un angelito? Ahí sí que habría que barajar y dar de nuevo, refundar el país y rogar que ojalá Dios sea de verdad argentino.

*Publicado en Página12

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