Imagen de "El Anartista" |
Por
Roberto Marra
Estamos
rodeados. Como en una historia de castillos asediados, nuestro País
se ha convertido en el único de la Región cuyo nuevo gobierno no
responde a las características impuestas por el imperio. Cada una
con un “estilo” diferente, los pueblos sudamericanos se han
convertido en carne de cañón de los poderosos hacedores de nuestras
desgracias centenarias, profundizando las tropelías que ya venían
realizando en algunas naciones, o deshaciendo los virtuosos avances
sociales logrados en otras, a fuerza de balas y palos.
La
repugnante violencia desatada en Bolivia, es justificada por los
golpistas con las palabras más utilizadas por esa clase de asesinos
trogloditas: “fraude” y “democracia”. Las muertes de
indígenas, allí o en Ecuador, son “pequeños detalles” para los
constructores de tanta mentira antisocial, tanta desvergüenza
malechora. La perforación de los ojos de chilenos y chilenas parecen
ser unos simples “daños colaterales” de la “necesaria”
represalia a los “terroristas” solo armados con pañuelos y
gritos de impotencia y rabia contenida por décadas.
Un
payasesco personaje de película clase B está (des)gobernando el
país más grande y desarrollado económicamente del continente,
deshaciendo con pasmosa tranquilidad social todo lo logrado por los
gobiernos populares que terminaron expulsados con maniobras leguleyas
armadas por un poder judicial que, al igual que en Argentina, es la
carta que nunca ceden en el juego de aparente democracia con el que
contienen a los pueblos, siempre empobrecidos y distraídos en
contiendas superficiales, mientras el imperio se regodea con las
riquezas robadas con mentiras, juicios amañados o balazos, que para
el caso, es lo mismo.
Paraguay
continúa su derrotero de miserias latifundistas y manejos espúrios
de una economía atrasada a propósito, donde la vida sigue valiendo
cinco centavos menos cada día, y ya no queda una ranura donde
ponerlos para soñar una salida que honrase a la que fuera la
“cenicienta” de Nuestra América en el siglo XIX.
Colombia
se nutre de muerte de campesinos e indígenas a manos de
paramilitares que ya no son tan “para”, sino solo una fuerza de
choque más contra quienes no soportan ya el desfalco de décadas, la
malversación de sus riquezas y el haber convertido a esa nación en
un nido de ratas imperiales, dedicadas al sucio negocio del
narcotráfico y a la provocación permanente al objeto de todos sus
deseos: Venezuela.
Uruguay
se suma ahora a esta cadena indecorosa de retrocesos, “eligiendo”
a otro representante de ese concentrado de maldades “neoliberales”
presentadas como novedades, herederas de las que lograron desatarse y
convertir a esa nación en un sitio donde los indicadores sociales
daban muestras de un desarrollo virtuoso.
Estamos
solos, “espantosamente solos”, como en aquel viejo tango, en el
que resuenan las penas y amarguras de una condena al corazón... de
nuestra Patria Grande. Estamos a punto de iniciar la repetida
aventura liberadora y audaz que tantas veces se intentara. Estamos,
después de transitar al borde de una caída abismal, recuperando
desde los principios sociales más arraigados, lo que se perdiera
hace tan solo cuatro años en nombre de las mismas falsas razones
que, ahora mismo, se replican en nuestros vecinos continentales.
Más
que nunca, el “destino”nos señala su sentido único. Más allá
de las diatribas, dejando de lado las miserables consignas del
desprecio y la deshonestidad, nos enfrentamos a un desafío
multiplicado por la necesidad impostergable de reconstruir en nuestra
sociedad, los valores aplastados por tanta patraña mediatizada,
tanto dolor insensato, tanto bochorno antipolítico apañado por
quienes siempre nos sometieron con sus botas, o con sus votos
malversados. Y estamos rodeados. Rodeados de oscuros personajes sin
alma, perversos destructores de lo cotidiano, inmensos ladrones de
sueños y repulsivos socios de un imperio que sigue empeñado en
hacer añicos todas nuestras esperanzas.
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