Imagen de "Clave Intelectual" |
Por
Roberto Marra
Cada
vez que se busca dar crédito a lo que se manifiesta, a alguna
opinión emitida sobre un hecho o circunstancia acaecida, o afirmar
con visos de certeza absoluta algún acto sobre el que pudieran
existir dudas por parte de los receptores de esas expresiones, se
recurre, invariablemente, a opiniones de estadistas, gobernantes,
juristas, pensadores, científicos, universidades u organizaciones no
gubernamentales, pero siempre extranjeras.
Son
justamente los medios de comunicación los encargados de poner en el
pedestal del reconocimiento mayoritario a estas figuras o
instituciones, asegurando la creencia universalizada de tales
prominencias pseudo-cientificistas o valores morales inalcanzables.
Es esa maquinaria del engaño y la pos-verdad la que actúa como
intermediario imprescindible para sostener el satus quo de una
sociedad maniatada con los hilos invisibles de la mentira organizada
y el convencimiento de lo que nunca jamás sucedió ni sucederá.
Los
gobiernos populares no escapan a esta expresión tan sutil de la
dominación. Instalados esos paradigmas como aparentemente
inalcanzables, también sus integrantes y líderes recurren a esas
supuestas superioridades intelectuales y éticas, para intentar dar
certeza a sus dichos o acciones políticas, económicas y sociales.
Es el primer paso hacia su autodestrucción, introduciendo a esas
organizaciones con apariencias de ecuanimidades imposibles, en medio
del desarrollo independiente que se hubiera estado siguiendo hasta
ese momento.
La
ONU y sus múltiples organismos, la OEA y su CIDH, la OMC, los
organismos multilaterales de crédito, las universidades que fungen
como paradigmas del conocimiento mundial, los supuestos
“intelectuales de renombre”, los presidentes del imperio o sus
mensajeros; todos forman parte de esa masa de “superiores” a la
que se recurrirá para avalar cualquier propuesta o demostrar razones
sobre determinados hechos, en búsqueda del respaldo mayoritario que
se necesite para continuar con la aplicación de los planes en
desarrollo.
Instalados
sus pareceres como los únicos válidos y certeros, a pesar de las
advertencias que pudieran hacerse desde los ámbitos locales por
parte de quienes sí conocen el medio donde se desarrollan los hechos
en disputa, de quienes sí saben de sus historias, sus anteriores
desvíos y sus múltiples tropiezos con las eternas piedras sembradas
por el enemigo, los acontecimientos derivarán en las derrotas
populares esperables, por efecto de las planificaciones inteligentes
de los asesinos de la verdad y sus empleados mediáticos.
La
sociedad aprenderá a odiar y despreciar a sus congéneres de colores
o sentires diversos, a colocar en el pedestal de lo absoluto a la
inmoralidad con forma de revanchas incomprensibles, a renegar de sus
propios pasados y sostener un culto hacia los poderosos que la
destruyen. Todo se hará a través de la palabra casi santa de los
“ilustres” consultores de los organismos que funcan de
“observadores”, los enviados del Poder que se aseguran su
continuidad dominante mediante la destrucción de la realidad.
Han
sembrado la semilla de la muerte de las mejores consignas, han
aplastado las ideas libertarias y corroído los conceptos solidarios,
han promovido la muerte como síntesis de sus “superioridades”
nunca demostradas, salvo por la fuerza de las armas y la cotidiana
falacia de los derrames de prosperidades imposibles. Y sin embargo,
siguen incólumes, pululando por nuestros países y nuestras
conciencias desde siempre, hasta derrotarnos por efecto de la
sumisión a sus obscenas estrategias, por abandonar la búsqueda del
horizonte propio. Y por no apartar a tiempo del camino soberano, a
estos perversos fabricantes de la tumba de nuestros pueblos.
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