lunes, 18 de noviembre de 2019

LA DOMINACIÓN INTELECTUAL

Imagen de "Clave Intelectual"
Por Roberto Marra
Cada vez que se busca dar crédito a lo que se manifiesta, a alguna opinión emitida sobre un hecho o circunstancia acaecida, o afirmar con visos de certeza absoluta algún acto sobre el que pudieran existir dudas por parte de los receptores de esas expresiones, se recurre, invariablemente, a opiniones de estadistas, gobernantes, juristas, pensadores, científicos, universidades u organizaciones no gubernamentales, pero siempre extranjeras.
Pueden existir en el País el científico más preparado y experimentado, el pensador más consustanciado con la realidad, el gobernante con más predicamento y preparación para ejercer su mandato, las universidades con mayores niveles de investigación o las organizaciones populares con máximos niveles de responsabilidad social, pero aún así serán soslayados o menospreciados sus opiniones o sentencias, buscando refugio en las aparentes sabidurias superiores de las “vedettes” mundiales del conocimiento, ofrecidas como tales por los mismos poderosos que pagan sus carreras y mediatizan hasta el hartazgo sus exposiciones.
Son justamente los medios de comunicación los encargados de poner en el pedestal del reconocimiento mayoritario a estas figuras o instituciones, asegurando la creencia universalizada de tales prominencias pseudo-cientificistas o valores morales inalcanzables. Es esa maquinaria del engaño y la pos-verdad la que actúa como intermediario imprescindible para sostener el satus quo de una sociedad maniatada con los hilos invisibles de la mentira organizada y el convencimiento de lo que nunca jamás sucedió ni sucederá.
Los gobiernos populares no escapan a esta expresión tan sutil de la dominación. Instalados esos paradigmas como aparentemente inalcanzables, también sus integrantes y líderes recurren a esas supuestas superioridades intelectuales y éticas, para intentar dar certeza a sus dichos o acciones políticas, económicas y sociales. Es el primer paso hacia su autodestrucción, introduciendo a esas organizaciones con apariencias de ecuanimidades imposibles, en medio del desarrollo independiente que se hubiera estado siguiendo hasta ese momento.
La ONU y sus múltiples organismos, la OEA y su CIDH, la OMC, los organismos multilaterales de crédito, las universidades que fungen como paradigmas del conocimiento mundial, los supuestos “intelectuales de renombre”, los presidentes del imperio o sus mensajeros; todos forman parte de esa masa de “superiores” a la que se recurrirá para avalar cualquier propuesta o demostrar razones sobre determinados hechos, en búsqueda del respaldo mayoritario que se necesite para continuar con la aplicación de los planes en desarrollo.
Instalados sus pareceres como los únicos válidos y certeros, a pesar de las advertencias que pudieran hacerse desde los ámbitos locales por parte de quienes sí conocen el medio donde se desarrollan los hechos en disputa, de quienes sí saben de sus historias, sus anteriores desvíos y sus múltiples tropiezos con las eternas piedras sembradas por el enemigo, los acontecimientos derivarán en las derrotas populares esperables, por efecto de las planificaciones inteligentes de los asesinos de la verdad y sus empleados mediáticos.
La sociedad aprenderá a odiar y despreciar a sus congéneres de colores o sentires diversos, a colocar en el pedestal de lo absoluto a la inmoralidad con forma de revanchas incomprensibles, a renegar de sus propios pasados y sostener un culto hacia los poderosos que la destruyen. Todo se hará a través de la palabra casi santa de los “ilustres” consultores de los organismos que funcan de “observadores”, los enviados del Poder que se aseguran su continuidad dominante mediante la destrucción de la realidad.
Han sembrado la semilla de la muerte de las mejores consignas, han aplastado las ideas libertarias y corroído los conceptos solidarios, han promovido la muerte como síntesis de sus “superioridades” nunca demostradas, salvo por la fuerza de las armas y la cotidiana falacia de los derrames de prosperidades imposibles. Y sin embargo, siguen incólumes, pululando por nuestros países y nuestras conciencias desde siempre, hasta derrotarnos por efecto de la sumisión a sus obscenas estrategias, por abandonar la búsqueda del horizonte propio. Y por no apartar a tiempo del camino soberano, a estos perversos fabricantes de la tumba de nuestros pueblos.

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