La
contaminación es uno de los temas de mayor trascendencia en la
actualidad. La del ambiente, es la más debatida, la de mayor
difusión mediática, la generadora de polémicas interesadas
provocadas por quienes solo ven su propio ombligo, en busca del
infinito acrecentamiento de sus fortunas, a costa de la muerte de la
naturaleza y sus habitantes, pasajeros indefensos ante semejante
poderío apabullante, que empuja al abismo a países enteros,
acabando con feracidades que parecían inacabables.
Pero
esa contaminación ambiental, se complementa o forma parte de una más
sutil, por lo invisible de los hechos que la producen o, al menos,
por la posibilidad de ocultamiento que tiene esa manera de
envenenamiento de la realidad que se debiera percibir tal como es,
pero que la maraña mediática se encarga de transmutar en dulces
cantos de sirenas.
De
eso se trata, de crear una fantasmagórica verdad que genere la
adhesión de los interlocutores, que no geste rechazo, al menos
inmediato, que promueva el olvido de las razones de la existencia
humana y entierre los sueños de mejores vidas, para posibilitar la
continuidad expoliatoria de los dueños de casi todo, incluso de los
cuerpos y las mentes de los desprevenidos que ofician de peones en
ese tablero indigno donde se juega, siempre, un ajedrez tramposo,
donde el jaque mate solo se le canta a los más débiles, y nunca
caen los reyes y las reinas.
La
adulteración de la razón crea anticuerpos destinados a combatir
justamente a los mejores hombres y mujeres, a los valientes y los
sabios, a quienes persisten en utilizar el conocimiento para elevar a
los pueblos a la dignidad que les roban cada día. Esa ponzoña hace
estragos en los que debieran ser los sentimientos prevalentes en los
humanos, aplasta sus porfiadas esperanzas, les arrebatan los logros
de los años de construcciones solidarias y hacen retroceder la
historia hacia los tiempos donde imperaba el látigo oligarca como
medida de las posibilidades libertarias.
Con
argucias culturales instaladas como inmutables paradigmas de
felicidades, siempre inalcanzables, sujetan a los individuos para que
solo sean eso, especímenes aislados en un ambiente degradado de
humanidad, convencidos de lo imposible gracias al “denodado”
trabajo de los esbirros de la comunicación, siempre al servicio de
los peores objetivos por el vil precio de sus inútiles
enriquecimientos.
Así
van contaminando los cerebros adormilados de las mayorías, atadas a
las falsas necesidades impuestas por sus contaminadores,
predestinados a consumir sin pensar y a enriquecer a sus victimarios.
Así también adulteran la naturaleza, degradan sus principios y
marchitan el aire, el agua y la tierra, en una carrera ridícula
hacia una meta imposible, la del infinito apoderamiento de todas sus
riquezas, momento para el cual sus vidas ya serán solo recuerdos que
nadie podrá registrar, porque todo habrá muerto.
Es
tiempo de tomar el toro por las astas, de soltar las amarras de las
mentiras cotidianas, de asumir la carga de decidir el comienzo de una
lucha sin cuartel contra los asesinos de la humanidad, sin escuchar
más a los cobardes fabricantes de patrañas, retomando el sendero de
la construcción solidaria y someter al juicio final a los promotores
del daño irreversible que imposibilitará el futuro de todos y cada
uno de nosotros. Es tiempo de des-contaminarse de promesas
inconsistentes y hambrunas consentidas por la fuerza del egoísmo
repugnante. Es la hora final de la seducción del horror fumigado y
de la quema de las selvas de la esperanza verde. Porque esta nave
espacial se está quedando sin aire, pero antes se va quedando sin
neuronas.
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