jueves, 28 de noviembre de 2019

EL APURO

Imagen de "Periodismo.com"
Por Roberto Marra
El final de un proceso político y el inminente inicio de otro, generan acciones y reacciones de los partícipes y también de quienes, sin serlo, resultan alcanzados, de cualquier manera, por los cambios de rumbos obvios que se producirán a partir de la asunción de las nuevas autoridades. En medio de ese transcurso a otros tiempos, las expectativas de sus actores y de la ciudadanía se acumulan y reproducen, acicateadas además por los medios hegemónicos, que buscan acomodar sus discursos para seguir ejerciendo su reconocido rol de vanguardia de la organización de la mentira y resguardo de los intereses del Poder del que ya forman parte indisoluble.
Apuro” es la palabra del momento, cuando esos medios empujan a quienes serán los conductores del Estado a pronunciarse sobre cada uno de los temas de relevancia, sobre todo de aquellos que afectan los intereses de quienes siempre están detrás de cada hecho trascendente, de los poderosos miembros de esa pequeña pero influyente capa de la sociedad, los centenarios integrantes de esa oligarquía devenida gobierno por cuatro años sin intermediarios.
Pretenden disipar sus dudas urgiendo a definiciones apresuradas. Agotan sus esfuerzos para activar respuestas que les sean útiles para comenzar, desde antes de la asunción del gobierno por llegar, con la subversión de la realidad. Extreman sus diatribas anticipadas para acuciar a los dirigentes a punto de asumir para derrotarlos anticipadamente. Subliman las mentiras para compeler a errores que les aseguren sus propios éxitos. Consumen toneladas de papel y eternas horas de falsos análisis para obligar a pensar sobre lo que nunca se dijo.
En ese trabajo sucio y destructor de las esperanzas, actúan casi todos, incluso aquellos que afirman sus desintereses por anticipar gabinetes o medidas próximas, pero con la especulación como método de comunicación más utilizado, buscando ser los anunciantes de “la primicia” que les dé el predicamento que persiguen como fundamento de sus ejercicios periodísticos.
Pero “apurar” no es solo actuar con prisa. También significa acongojarse, angustiarse, afligirse, abrumarse. Esa acepción es la que se acomoda a los sentimientos de quienes resultan ser los receptores de tanta elucubración mediática, consumidos por tanta perversión disfrazada de ansias periodísticas. Es lo que produce el efecto buscado por los pensadores de nuestras desgracias planificadas, siempre detrás de cuanta zancadilla se le pueda dar al destino que se intente moldear desde la felicidad popular.
Necesitan una sociedad entristecida, incómoda, atribulada, inquieta e irritable. Buscan, con el denuedo propio de los perversos, empujar a todo un Pueblo a la duda permanente, al desprecio de los valores que les hicieron confiar en los nuevos mandatarios electos. Se adentran en sus espíritus a través del metralleo de lo que no existe como novedad que promueva el desencanto anticipado, el comienzo veloz de la negación de un proceso que todavía no dio inicio.
Por allí transitan estos gurúes de la impaciencia, auténticos voceros de hecatombes más propias de las predicciones de Nostradamus, que de la profesión periodística. Por ese camino de la urgencia innecesaria van sembrando sospechas y vacilaciones para acabar rápidamente con esa relación cercana entre electores y elegidos. Buscan la destrucción y la revancha despiadada a través de consignas miserables que involucren a toda la sociedad.
Va llegando el momento de apurar a los sometedores. Va siendo tiempo de concluir con sus mandatos, pulir las herramientas de la verdad y salir al ruedo de la premura ordenada por un Poder que no espera nunca, que no da tregua ni respiro. Es hora de dejar de lado a los falsos profetas de la “inquisición mediática”, hacerles sentir el rigor del desplante ante sus amenazas y darles a probar de su propia “medicina”, dudando de cada una de sus palabras, activando las defensas sostenidas por nuestras certezas, levantando las viejas banderas postergadas por tanto odio sin sentido. Y comenzar el nuevo tiempo con la alegria propia de los pueblos convencidos, listos para cambiar la vida perdida detrás del olvido programado.

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