Los
efectos del paso de lo viejo a lo nuevo, englobados dentro de la
palabra “transición”, dominan todos los períodos posteriores a
los actos eleccionarios, momentos durante los cuales, se supone, el
gobierno saliente debiera preparar la administración para la llegada
del recién electo. Esto, mucho más parecido a la ilusión y al
voluntarismo, propio del sistema democrático formal que predomina,
ni siquiera se cumple en sus conceptos más básicos, cuando quienes
se están por retirar representan con fervor los intereses del Poder
hegemónico, poco predispuesto a perder protagonismo y ámbitos de
decisiones que le permitan seguir con sus modos de acumulación de
riquezas.
Estrategas
económicos y financieros comenzarán a establecer los nuevos
lineamientos a seguir para tratar de predisponer a las nuevas
autoridades en la continuidad de las políticas fundamentales que
hacen al sostenimiento de la única dirección que admiten: la
propia. Difundidas con pasión “militante” por los serviles
mediátcos de los que disponen siempre, terminarán por ser el eje de
los debates a los que los nuevos gobernantes se verán arrastrados en
cada entrevista maliciosa, sin permitirles tocar los temas que marcan
las diferencias, que son las razones básicas por las cuales fueron
electos por los ciudadanos y las ciudadanas.
Las
presiones comienzan muy temprano para la nueva dirigencia, que no
termina de asumir la victoria, cuando ya se encuentra atosigada por
los voces de “advertencias” de los grupos de poder, mucho más
parecidas a amenazas mafiosas, si no llegan a cumplir con sus
demandas. Se establecen así, “verdades” que ni siquiera admiten
discusiones mínimas, sobre las que solo se permiten variaciones de
tonos, pero no de sustancia.
Tal
como en cada suceso que merezca la atención de los medios afines al
Poder, las pautas narrativas de los escribas dependientes de sus
prebendas, serán las que intenten marcar la agenda de los recién
electos, para correrlos de sus auténticos objetivos, de las razones
por las cuales fueron apoyados mayoritariamente por la voluntad
popular y de la realidad que hizo imprescindible la aparición de
esos nuevos actores en el escenario de la decadencia material y moral
que siempre significan los actos de los gobiernos que solo
representan a los poderosos locales y a los intereses imperiales que
les dan vida.
Se
pone así sobre la mesa la cuestión de la “democracia”, del
valor de su significado como concepto y de su disvalor como
aplicación real, de sus razones para la convivencia y de sus
sinrazones para evitar la construcción de una nueva sociedad, donde
las declamaciones voluntaristas den paso a la acción protagónica de
los pueblos y a la toma de decisiones que modifiquen la estructura de
injusticias apañadas por siglos.
Apoderados
de los conceptos, de las palabras y de sus significados originales,
los propietarios de todas nuestras desgracias se vanaglorian de hacer
y deshacer, sin importar quien gobierne, solo marcando los límites,
soltando o recogiendo las riendas con las cuales van guiando el carro
de la sociedad hacia el resultado que les favorezca, soltando durante
el camino el lastre que les significan los parias que producen en su
desarrollo viciado de injusticias.
Nada
importan para ellos, los millones de esperanzados votantes de lo
nuevo. Poco les representan las anhelos mayoritarios, cuando se saben
con el suficiente poderío como para haber llegado a subsumir a esas
mismas mayorías cuantas veces lo desearon en la cárcel de la
desmemoria. Y casi nada hará cambiar la relación entre ese poder
casi omnímodo y la voluntad expresada en las urnas, a la que
intentarán abatir cada vez que se impongan los auténticos
representantes de ese afán de cambio verdadero.
Sin
embargo, la eternidad está reservada solo para los dioses. Porque el
olvido resulta ser un cuchillo de doble filo, que lastima las
conciencias pero abre tajos por donde puedan reintroducirse las ideas
desmemoriadas que, porfiadamente, nos recuerdan cada día los
auténticos líderes, esos y esas que jamás claudican ante los
soberbios ganadores de tantas batallas, pero nunca de las ilusiones
soberanas. Esas son, ahora mismo, las que deberán prevalecer ante la
porfía miserable de un Poder al que los recién elegidos deberán
saber combatir con la inteligencia y la astucia que impidan sus
retornos y neutralicen sus embestidas, hasta hacerles morder el polvo
de la derrota definitiva, para que lo justo deje de ser solo un
sueño. Y la “democracia”, una palabra vacía.
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