lunes, 11 de noviembre de 2019

LA CALDERA DEL DIABLO

Imagen de "teleSUR"
Por Roberto Marra
Existe un lugar en el Mundo donde se cocinan las recetas más espeluznantes, donde se crean las pócimas más venenosas, donde se elaboran los platos más indigestos. En esa “caldera del diablo” se preparan los alimentos destinados a millones y millones de obnubilados a quienes se los adiestra previamente para aceptar con extraño placer esos bocados horrendos y mortales. Desde ese sitio que huele a azufre y muerte, se comandan los “delívery” que desparraman sus monstruosas prescripciones por el Planeta, para intoxicar las conciencias y matar sin piedad alguna a quienes no acepten tragar sus ponzoñosas viandas del horror.
Desde aquella “cocina” central se aseguran, con previsoras medidas, que sean aceptados sus platos, mediante un poderoso marketineo que incluye todo tipo de acciones degradantes de los sentidos de supervivencia. Con particular ahínco se trabaja en provocar deseos de lo que no se necesita, se señala con el dedo acusador de maldades imposibles a quienes quieren advertir a la población de los peligros que les traerán el consumo de semejantes ponzoñas disimuladas con envolturas farandulescas y sonrisas de cartón pintado.
Después, los ricos locales harán la labor indispensable de provocar la gula de los destinados al hambre por consumir las recetas diabólicas que les presentan con adornos y oropeles que nunca serán suyos. La actitud prebendaria de gran parte de quienes debieran ser los custodios de las fronteras ideológicas que aseguren soberanamente los panes propios, permite el acceso irrestricto de tanta mugre alimenticia a los hogares de los futuros muertos.
La ingenuidad de los gobiernos populares, convencidos de poderes del que no tienen más que el préstamo de un pequeño porcentaje, hace posible que se les escape de entre sus dedos la voluntad mayoritaria, presa de deseos inventados y prioridades que son el reflejo oscuro de las que precisan los “cocineros” de la caldera mayor para asegurarse la clientela de su “restaurante” mundial.
La conformación de una especie de “aristocracia popular”, imitadora a ultranza de modismos culturales ajenos y sentidos comunes fabricados para sus adhesiones incondicionales a estilos de vida que nunca alcanzarán de verdad, hacen el resto para que las malditas comidas del horror lleguen y se desparramen entre los pobreríos hambrientos y desvalidos de conciencias de las inequidades de las que son víctimas.
Arando en el agua, los gobiernos populares tratan de crear, con sus más y sus menos, las bases de mejores sociedades, donde esas palabras mágicas, “justicia social”, termina siendo la pala para el entierro de ese sueño mil veces derrumbado con la fuerza asesina de los dueños de la “caldera” diabólica donde se cocinan los destinos de la humanidad. Y serán incluso los mismos beneficiarios de tanto humanismo solidario, los enterradores de sus felicidades en ciernes.
La imaginación de políticas de desarrollos inclusivos, de introducción al mundo del trabajo a quienes se creían destinados a las eternas limosnas miserables, de la provisión de la base educacional a las nuevas generaciones, del acceso a sistemas sanitarios desconocidos por las mayorías, serán solo atribuídos, por efecto de los narcotizantes brebajes preparados por los poderosos y sus “che pibe”, a la voluntad meritocrática de los beneficiarios.
Por ese mismo camino panicoso de la verdad revertida, serán señalados como culpables de cuantas tropelías se les ocurran a los dueños de los medios, los líderes que hicieron posible semejantes avances sociales. Con esas mismas herramientas de la comunicación, erróneamente dejadas en manos exclusivas del Poder y sus mendaces locutores, serán destruídas sus honras y destituídos de sus cargos por hordas salvajes de energúmenos sin neuronas sanas.
Las experiencias felices serán arrastradas al fango de la oscuridad asesina de la verdad y la eliminación física de sus auténticos defensores. Las sonrisas de los niños serán borradas con el odio derivado del color de piel. La alegría popular será aplastada con el machete de la miseria profundizada, con el racismo a flor de labios, con la muerte anticipada y el robo sistematizado de sus sueños libertarios.
Quedará ahora el recuerdo de lo que pudo ser y solo fue por tan escaso espacio temporal. Quedarán en pié las estructuras físicas de sus legados portentosos, pero serán otros los destinatarios de sus beneficios. Se mantendrán las explotaciones de las riquezas naturales, pero sus apropiadores serán, otra vez, los provocadores de todos los males planetarios. Y serán derrumbadas las otras estructuras, las sociales, las que intentaron llevar a todo un Pueblo a un destino de grandeza al que muchos de su integrantes prefirieron dejar de lado, para arrastrar sus pobres humanidades hacia el trágico comedor donde les sirvan las ponzoñas preparadas en esa repugnante, putrefacta y mortífera “caldera del diablo”.
Cuando los pueblos aprendan de sus errores y los líderes de sus ingenuidades, cuando las palabras adquieran la dimensión de sus auténticos significados, cuando se pueda pensar sin director de orquesta mental que nos guíe, cuando los caminos se unan para arribar al destino que sepamos construir para salvar la humanidad de su fatalidad imperialista, entonces recordaremos a quienes nos legaron el impulso por obtener la verdad, a quienes nos señalaron con anticipación el sentido de nuestras luchas, a quienes pusieron sus vidas a nuestro servicio y, muchas veces, les negamos sus valores y desvencijamos sus ofertas de futuros al alcance de nuestras manos.
Allí, en la primera fila de esa nueva esperanza, junto a otros y otras grandes de nuestra historia reciente, estará el enorme Evo, el soñador de una nueva Bolivia, el heredero de Tupac Katari, el descendiente de los libertarios de otros siglos. Y junto a él, deberemos ser ahora capaces de apagar para siempre el fuego maldito de la caldera donde se cocinan todas nuestras desgracias.

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