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Por
Roberto Marra
El
tiempo es veloz. Al menos esa es la percepción a medida que
cumplimos años, momentos en los cuales tomamos conciencia de la
finitud en la que transcurrimos nuestra existencia. Un día, lo
sabemos, llegaremos a ese periodo donde el trabajo debiera
reemplazarse por el disfrute compensatorio de tantos años brindados
para elevar la subsistencia propia y de nuestros seres queridos, una
etapa que podría significar la utilización de nuestro intelecto
para algo más íntimo que el cotidiano esfuerzo de buscar el salario
o la renta para elevar la calidad de vida.
Fueron
esos momentos en que el paso del tiempo lograba soportarse mejor, en
los que la llegada a cierta edad no se transformaba en castigo
premeditado para arrojar a la basura a los mayores, esos que ya no
podían “rendir” los beneficios que esperan los perversos dueños
de casi todo, incluso de las vidas de los condenados al descarte por
“improductivos”.
Allí
nacieron las reglas que promovieron el status social preferencial
para niños y adultos mayores, producto de una mirada atravesada por
algo más que la estricta razón economicista. De allí en adelante,
la conciencia popular se asentó en esos paradigmas reales,
percibidos y concretados en la realidad. Por eso la persistencia de
las luchas, cuando esos tiempos de bonanzas se cortaron, por parte de
esa parte de la sociedad que no aceptaba retroceder al período donde
la vida era poco menos que un breve tiempo productivo.
Pero...
pasaron cosas, diría el energúmeno que oficia de presidente por
estos lares. Cosas que no fueron casualidades ni faltas de
elaboración por parte de los poderosos que nunca aceptan resignar ni
un centavo de sus obscenas ganancias. Con la perfidia del imperio
como mandante y la enajenación de los ejecutores de sus designios en
nuestra Nación, se fueron desarmando aquellas originales reglas que
permitían expectativas de una vejez placentera y gozosa de los
beneficios acumulados por tantos esfuerzos brindados a toda la
sociedad desde la juventud.
Peor
todavía, millones de personas dejaron de ser parte del sistema
laboral, pasando a engrosar las filas de esa “reserva” que les
posibilita, a los arbitrarios conductores de nuestras vidas,
determinar quienes verán transcurrir el tiempo con mayor o menor
celeridad, hundidos en las peores condiciones de subsistencia,
obligados a transformarse en mendigos, abandonados y hasta
perseguidos, en caso que se atrevan a elevar sus voces para protestar
por tales condiciones.
En
ese tiempo estamos, por esos caminos transitamos desde hace cuatro
años, producto de la increíble decisión de la mitad de la
población, aturdidos por las bombas informativas mendaces,
constructoras de falsas idealizaciones y sentencias a sus antiguos
benefactores. Por esos veloces momentos viajamos al pasado, sin
necesidad de ninguna fantasiosa máquina del tiempo, por la sencilla
disposición de los oscuros personajes que supieron adueñarse hasta
de las neuronas de sus víctimas.
Los
viejos, los adultos mayores, los ancianos, o lo que algún eufemismo
pretenda aliviar su realidad temporal, fueron especialmente
castigados. Fueron duros justamente con quienes, en su mayoría,
utilizaron para dar vuelta la sociedad, transformándola en
invivible, en destructiva de esperanzas, en simple irracionalidad
destinada a la acumulación de fortunas de los eternos ricos,
aplastando aquellos sueños de jubilaciones dignas con finales
felices.
Ahora
es el momento de demostrar que sus vidas no fueron en vano, que sus
obligados sacrificios deben tener recompensas, que la razón y el
corazón se conjuguen en voluntad y deseo de arrancar de cuajo la
maldad instalada durante estos cuatro años de vidas sin destino.
Ahora es cuando hay que expulsar de la vida cotidiana a los hacedores
de todas las vilezas, para reconstruir una época de bonanzas, donde
la justicia truene su escarmiento, para arrancarle al tiempo otra
oportunidad. Tal vez, la definitiva.
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