Por Roberto Marra
Existen ciertos grupos sociales, a los que podemos denominar “de intelectuales progresistas”, que parecen destinados a conformar especies de guetos del (supuesto) conocimiento que parecieran tener sobre los temas que hacen al estudio y las reflexiones sobre la realidad, la filosofía, la política, la economía y tantos otros. Tan guetos son, que incluso llegan a bloquear la participación en sus redes sociales de cualquier otra persona que no sea su reducido círculo de “pertenecientes”, seleccionados seguramente por vínculos que no son derivados de la capacidad o el saber, sino del amiguismo ideológico cerrado.
La soberbia campea entre sus idolatrados columnistas, tanto como en sus lectores fanatizados por sus artículos que, no por buenos en cuanto a sus redacciones, dejan de emitir cierto “olor” a “oligarquía intelectualoide”. Sus pretendidos propósitos de corte popular, se estrellan contra el muro de la vergüenza de sus cerrazones ideológicas, estallan por el aire de la autosatisfacción y se diluyen en sus poses de grandes engreidos.
Se pierde el hombre y la mujer común de sus escritos y sus verbas, por el empeñoso gusto por la exclusión a quienes consideran, seguramente, como débiles mentales o irracionales. La vocación de superioridad cognitiva campea en todas sus manifestaciones. La falta de valores solidarios, aunque cacareados, lucen por su ausencia en la realidad comunicada. El menosprecio se percibe detrás de sus caretas de “progresistas de café”, de relatores de realidades que no sufren, padecimientos que no les alcanzan y hambres que no comprenden del todo.
Sus círculos siguen reduciéndose, se acotan sus difusas pretensiones de “influencers” anticuados, analizan desde sus torres de aislamiento social lo que en realidad no terminan por comprender y terminan disolviéndose en el barro de las vanidades con sus iguales, tan distintos de nosotros, los que construimos siempre junto a otros las utopías que ellos sólo relatan.





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