Según
la definición brindada por el diccionario, un intelectual es alguien
“que se dedica fundamentalmente a
actividades o trabajos en los que predomina el uso de la
inteligencia”. Otra explicación, de la popular Wikipedia, lo
cataloga como “el que se dedica al estudio y la reflexión crítica
sobre la realidad, y comunica sus ideas con la pretensión de influir
en ella, alcanzando cierto status de autoridad ante la opinión
pública”. Es justamente ese “status” que parece darles mayor
trascendencia a sus dichos y opiniones, blindándolos además de las
críticas que pudieran desatar en quienes los escuchan o leen.
Estos
personajes, en su generalidad provenientes del ámbito de ese
colectivo denominado de “la cultura”, se autoasumen como
necesarios intervinientes en el mundo de la política, siempre
dispuestos para realizar críticas sobre reales o supuestas
injusticias, elevados como están en la consideración social, lo que
les asegura la gran repercusión que suelen tener.
Llamarse
a sí mismos “intelectuales”, no implica la seguridad de que
cuenten con la inteligencia superior que se les asignan. Para
comprobarlo, basta con remitirse a los firmantes de esa solicitada
publicada en los medios hegemónicos, donde personas provenientes de
distintos sectores de la actividad artística manosean la realidad,
la doblan, la trituran, la contaminan y la regeneran en otra cosa,
muy lejos de la verdad comprobable.
No
les importa, porque la función de sus actuaciones en esa comedia
“solicitante”, solo tiene la degradante misión de desacreditar a
sus oponentes ideológicos, arrinconarlos contra la pared de la
“justicia” que dicen defender, asegurar corrupciones imposibles
de probar y, sobre todo, demonizar aún más al paradigma de todos
sus desvelos: la ex-Presidenta.
Redoblan
sus apuestas con sus respaldos al perverso proceso político en
curso, hablando de honestidad y transparencia como los valores más
consustanciados con la gestión actual, lo cual se derrite ante las
comprobaciones judiciales nacionales e internacionales sobre las
evasiones, los desfalcos, las malversaciones, el contrabando y otras
“hermosuras” por el estilo ejercidas por el “primer mandatario”
y sus acólitos.
Clara
expresión de defensa de clase, la es a pesar de la procedencia de
muchos de estos firmantes, salidos de las filas de un sector social
al que ya desconocen como propio, asumiéndose parte de la oligarquía
que tanto defienden con sus prebendarias manifestaciones
“intelectuales”. Con gestos adustos, miradas (mal) actuadas
tratando de mostrar seguridades que no tienen, desatan sus iras
prefabricadas para darle continuidad a sus rincones de subsistencia
privilegiada, única razón real de sus críticas, si es que con tal
condición se podrían catalogar a sus rebuznos sin sentido.
No
se privan de ningun calificativo a sus rivales ideológicos,
mostrando sus caras vergonzantes de miserables corruptores de la
verdad, tomando por asalto el campo de las ideas, para aplastarlas y
embarrarlas en la mugre previamente derramada por sus defendidos del
Poder. No cejan en sus empeños descalificadores, empujando un poco
más a los desprevenidos hacia el redil de la falsía construida en
estos años de latrocinios y mendacidades multiplicadas hasta el
infinito.
Con
eso solo, su misión estará cumplida. Y recompensados por los
poderosos a los que sirven con peculiar pasión, seguirán sus
caminos de indigencia moral hasta que las circunstancias políticas
los demanden para matar las expectativas populares de mejores vidas.
Eso sí que no lo permitirán. Sus “brillanteces” de “nobles
intelectuales” los sacarán entonces de sus cuevas para hacer rodar
otra vez la mentira por las calles de la realidad.
Ese
será el momento para recordar las palabras del enorme Eduardo
Galeano, que supo definir como nadie a estos pelafustanes con ínfulas
de sabios:
“Yo
no quiero ser un intelectual. Cuando me dicen un distinguido
intelectual, digo: No, yo no soy un intelectual. Los intelectuales
son los que divorcian la cabeza del cuerpo. Yo no quiero ser una
cabeza que rueda por los caminos, yo soy una persona: soy una cabeza,
un cuerpo, un sexo, una barriga, un…, todo, pero no un intelectual,
abominable personaje; y ya lo decía Goya: La razón genera
monstruos. Cuidado con los que solamente razonan, cuidado: hay que
razonar y sentir, y cuando la razón se divorcia del corazón, te
convido para el temblor, porque esos personajes pueden conducirte al
fin de la existencia humana del planeta.”
Esos nombres de personajes con tanta reputación, que pertenecen a "Academias", que sus palabras adquieren el valor de un dogma...
ResponderEliminarDon Arturo Jauretche hablaba del prestigio de las Academias, que le dan brillo a quienes las integran, y a su vez, son más afamadas por quienes son sus miembros...
Si Kovadloff, que pertenece a la Academia Nacional de Ciencias Morales y Política, firma una solicitada a favor de macri... no es cualquiera, su nombre es asociado a la Academia.. Claro que también defendió a Vicente Massot.... que tambien es miembro de esa Academia, por llevarlo ante la justicia... Massot, ¿pedía que juzgaran a los presuntos subversivos, o justificaba su desaparición? Pero para que abundar en comentarios, si Issac Rojas tambien fue miembro de esa misma academia.....