viernes, 16 de noviembre de 2012

LOCOMOTORAS DE LA CIVILIZACIÓN

Por Alberto López Girondo*

Los dos países económicamente más poderosos de la tierra ya eligieron a la cúpula que habrá de gobernarlos en los próximos años. En el caso de EE UU hasta 2017; en China hasta 2023. Entre uno y otro año, el país asiático se convertirá en la primera potencia económica, lo que plantea la posibilidad de que también lo intente en el plano militar, con lo que se produciría más temprano que tarde eso que muchos analistas temen: un choque de dos trenes de alta velocidad cargados de material inflamable.
China fue eje del debate presidencial en Estados Unidos entre el demócrata Barack Obama y el republicano Mitt Romney. Para la percepción popular, la producción industrial que antes se hacía dentro de las fronteras ahora, mediante maniobras oscuras y perniciosas, se trasladó a Asia con el consiguiente perjuicio para los trabajadores nativos. Pero gran parte de las colosales ganancias de las multinacionales radicadas en paraísos fiscales o en territorio estadounidense se justifica por esa producción en China. Algo que Romney no ignora porque una de las firmas que administraba su fondo de inversiones tomó ese rumbo para ganar más dinero.
Es que el "problema chino" es y será cada vez más una variable determinante en el marco de las políticas imperiales estadounidenses.
No es casual que el año pasado el factótum del acercamiento entre China y Estados Unidos que llevó a cabo el presidente Richard Nixon en 1971, Henry Kissinger, hubiera publicado un extenso volumen, On China, donde trata de mostrar las características de esa cultura tan extraña para los occidentales. El ex secretario de Estado de EE UU –estratega, por lo demás, de los golpes de estado en Latinoamérica en los ‘70- hace un esfuerzo importante para tratar de mostrar a sus lectores el modo de abordar la relación que desde hace 40 años fue pacífica y hasta se diría que cooperativa y que, según teme, podría desmadrar hacia enfrentamientos letales en los que Estados Unidos llevaría las de perder.
Kissinger --que participó en todos los encuentros previos a la cumbre ente Nixon y Mao, negoció la letra chica de los acuerdos y fue desde entonces hombre de consulta para empresas y dirigentes políticos estadounidenses– es también el artífice de los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra de Vietnam, con el beneplácito innegable del gobierno comunista chino. Y si bien su posición sobre la historia de la cultura china levantó críticas de sinólogos con sobrados antecedentes académicos, no es menos cierto que su visión de las cosas tiene relevancia para entender qué puede ocurrir entre las dos potencias.
Otros expertos, como el argentino Jorge Malena en su libro La construcción de un país grande, coinciden con el ex hombre fuerte de la política estadounidense en que para entender a China es necesario comprender que se trata de una cultura con 4 mil años de historia sin interrupciones. Una cultura que durante gran parte de ese período fue la más avanzada y rica de la humanidad y que además, lo sabía y se lo hacía entender al resto de los países de un modo convincente.
Por empezar, el nombre con que los chinos designan a su país, 'zhongguo', significa literalmente Nación Central. (, donde el primer caracter es fácil de reconocerse como algo atravesado al medio con un eje, mientras que el segundo representa al poder imperial encerrado en un marco, que sería la frontera).
Fue común escuchar estos días que Estados Unidos no nació para ser segundo (esto explica por qué cada estadounidense considera que su patria debe estar a la cabeza del mundo), lo que prima facie podría terminar en el temido choque. Sin embargo, los analistas suelen marcar algunas diferencias entre ambas concepciones del mundo. Tal vez Kissinger llegó más lejos cuando asimiló los juegos-ciencia más difundidos en Oriente y en Occidente a una forma de ser. Y encontró que en el ajedrez la estrategia consiste en aplicar toda la fuerza en derrotar al rey contrario. Eliminarlo o lograr que renuncie, en cierto modo, pone fin al juego y señala a un ganador.
En cambio, en el wei qi, más conocido por su nombre japonés, go, se trata de rodear al adversario, dejarlo sin aire, hasta que no se pueda mover. Eliminarlo quitaría la posibilidad de seguir el juego, que eventualmente puede durar días. Y donde por la dificultad en establecer ventajas territoriales, muchas veces no es sencillo declarar un ganador.
Esta tesis no encuentra tantos adeptos en las academias como las que indican que la China actual abreva en tres influencias poderosas: la de Confucio, la de Sun Tzu y la del maoísmo, la versión china del marxismo leninismo.
Confucio, un filósofo que vivió en el siglo V antes de Cristo, sentó la idea de que un gobernante debe inspirar respeto más que recurrir a la fuerza bruta para ejercer su liderazgo. Y ese respeto se logra con la virtud, a la que en forma bastante difusa se detalla bajo tres aspectos: uno de ellos es el Li, algo así como las normas de conducta, los ritos que hacen que cada uno sepa lo que debe hacer para estar en su sitio y lograr las manifestaciones de respeto que le corresponden. Otra condición es el Yi, que consiste en procurar a cada uno lo que le corresponde, como un acto de justicia. Pero el más importante es el Ren, que suele traducirse como benevolencia o magnanimidad, el deseo de querer bien al resto de la humanidad. El equivalente al "no hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a tí".
La otra gran influencia es el estratega Sun Tzu, conocido por su libro El Arte de la Guerra, que suele recomendarse en estos lares incluso para clases de marketing. Y que tiene como uno de sus pilares la frase "el mejor general es el que gana una guerra sin disputar ninguna batalla". Para los académicos la historia china es otra fuente donde desentrañar la lógica que aplican sus líderes y entender sobre qué bases reaccionarían en situaciones límite.
Y en tal sentido señalan que a lo largo de su extensa historia -que se inicia con la dinastía Xia en 2017 a de C.- el territorio chino fue invadido por extranjeros en dos oportunidades, y en las dos dejaron una familia imperial a cargo de los destinos del país. Los mongoles Yuan dominaron entre 1279 y 1378. Los manchú colocaron a la dinastía Qing en 1644 que culminó en 1911, con la República. Lo interesante es que podrían definirse como dirigencias que tomaron el poder pero no tuvieron más remedio que, en un país tan extenso y tan poblado, dejar el manejo del estado a la burocracia local, que mantenía el legado confuciano y obedecía a la cultura tradicional. El resultado fue que ambas dinastías extranjeras terminaron "chinificadas", absorbidas por la cultura china, al punto que hoy día Manchuria y una parte importante de Mongolia integran el territorio chino.
La famosa muralla fue una muestra del modo en que combatían a los pueblos bárbaros. Con artilugios defensivos y no de ataque bélico. El dato no es menor si se tiene en cuenta que, como marca Malena, el uso de fuerza militar siempre fue un último recurso cuando no funcionaba la política de seducción o de enfrentar a bárbaros con bárbaros –la vieja técnica de dividir para reinar-, y en cuatro milenos de existencia no se computan más que 46 intervenciones armadas fuera de las fronteras.
Estados Unidos –que a su manera se defiende de los bárbaros del sur del Río Bravo con una muralla en su frontera con México- en los 236 años de su historia independiente hizo al menos 52 incursiones armadas en América Latina y otras 40 en el resto del mundo, incluyendo dos guerras mundiales, los golpes de estado amañados en su patio trasero y la ocupación más reciente de territorios que rodean a China y también a Rusia en el continente asiático.
Ahora que ganó la reelección, Obama viajará a Tailandia, Camboya y Myanmar, los bordes naturales de China. Y enfrenta un soberano escándalo entre los más altos cargos militares en Afganistán. Un aquelarre con ribetes adolescentes que involucra a mujeres acosadas por mails y misterios de alcoba mezclados con secretos de estado. No tanto si se piensa que tropas de EE UU se ven envueltas regularmente en brutales violaciones a los Derechos Humanos. Lo que lleva a pensar en las virtudes que pueden mostrar estos líderes para llevar adelante los valores de la civilización.
Cuando ayer se anunció oficialmente la designación de Xi Jiping –algo que estaba decidido desde hace meses– el nuevo líder chino dijo que va a luchar por "el deseo de la gente a una vida mejor". En la línea de la sociedad "modestamente acomodada" que pretendía Deng Xiaoping cuando inició la Apertura, hace 32 años, Xi también recordó que el PCCh "enfrenta muchos desafíos"; entre ellos el de la lucha contra la corrupción, algo ya señalado por Hu Jintao.
Es que en China también se cuecen habas que no le gustarían a Confucio.

*Publicado en Tiempo Argentino

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