sábado, 21 de julio de 2012

HACER LA PLANCHA

Por Luis Bruschtein*

El Macri pétreo frente al subte es una nueva figura. Ya sea por su personalidad o por consejo del gran estratega Sun-tzu, el personaje se inmoviliza al punto de que la inmovilidad inexplicable pasma al adversario, lo desubica por el absurdo. Macri se queda quieto: en estrategia sublime, el gobernante deja de gobernar para desorientar al competidor, algo nunca visto.
Pero cuando el gobernante deja de gobernar, pierde sentido, porque gobernar es lo que lo identifica y perder esa identidad puede ser su peor derrota. De todos modos, no se trata de algo particular de Macri, ni siquiera es algo nuevo. Por más que sorprenda, darle la espalda al subte es nada más que un grado más alto de una modalidad que ha sido bastante común en la política, que es la estrategia de hacer la plancha. Hay muchos políticos cuyo principal capital ha sido ése y hasta les ha servido para crecer y ganar votos.
“Dejar hacer” o “hacer la plancha” en una sociedad donde juegan fuerzas desparejas, como sucede en casi todo el mundo, siempre es favorecer al que tiene más fuerza. Obvio. Los grandes medios de comunicación son, por su esencia, siempre parte de ese bloque económico de poder. O sea que, además, no hacer la plancha tiene un costo mediático cuando se pena a ese bloque de poder y no lo tiene cuando sucede lo contrario.
Por eso, hacer la plancha tiene una connotación conservadora. Aunque también hay políticos conservadores que son muy activos. Pero el que hace la plancha siempre es conservador por convicción o resulta serlo por su no práctica.
En contraposición, la única forma de generar cambios progresivos, o sea en sentido contrario a la inclinación de la balanza, o sea para que favorezcan a los que pesan menos, pasa obligatoriamente por no hacer la plancha. Hay que moverse, tomar medidas, porque si uno se queda quieto, la tendencia libre es que tengan todavía más los que más tienen. No quiere decir que el hiperactivo sea progresista per se, porque están los que no lo son. Pero sí que para ser progresista hay que ser movedizo en ese sentido porque cuando para, la balanza se vuelca hacia el otro lado.
Un político como Fernando de la Rúa hacía la plancha, se dejaba llevar por el plano inclinado, pero tenía buena prensa que le hacía fama de buen administrador. No hacía casi nada mientras la situación de los que tenían menos era cada vez peor. Para los grandes medios, ese proceso de deterioro paulatino, por abajo, era una obviedad porque formaba parte de la concepción de una sociedad con premios y castigos, con ganadores y perdedores. Esos eran en gran medida los paradigmas con que la sociedad argentina había salido de la dictadura y que todavía sostienen en el centroderecha neoliberal. Se premiaba el éxito y se castigaba el fracaso. Por lo cual, esquemáticamente, el premiado con la riqueza era el exitoso y el pobre, un fracasado.
A De la Rúa le hicieron fama durante su desempeño en la Ciudad de Buenos Aires. Esa aureola de buen administrador le sirvió de plataforma para llegar a la presidencia y, ya en ella, se dejó llevar por ese plano inclinado, como lo había hecho antes. Siempre fue el mismo, tanto el de la supuesta eficiencia en el gobierno porteño como el que después no encontraba la puerta para salir del estudio de Tinelli. El mismo que no pudo encontrar la puerta para salir de la crisis.
Esta comparación suena a golpe bajo, pero es inevitable porque el actual jefe de Gobierno, Mauricio Macri, hace la plancha como lo hacía De la Rúa y tiene la misma prensa que tuvo el ex presidente. Hay un paralelismo también en esa construcción virtual de una imagen apacible y amigable, con hija recién nacida y todo. Un poco con la idea de que es apacible porque no hace nada, aunque en realidad al no hacer nada genera conflictos por abajo, que no se ven porque están naturalizados o porque los medios los relativizan para favorecerlo. Al revés, en la construcción de ese universo virtual se muestra como confrontativo al que para bajar las causas de conflictividad en los sectores más humildes debe chocar con intereses minoritarios, pero estos choques están en la superficie, son visibilizados y exagerados por los medios y por las políticas que defienden esos intereses.
La delgada línea de la superficie está dibujada en esa metáfora por los medios hegemónicos. Hay conflictos por encima de la superficie y conflictos por debajo de ella. Por ejemplo: los millones de personas que en 2003 no iban a tener jubilación eran un conflicto por debajo de la superficie, aunque involucrara a millones que estaban a punto de entrar sin ninguna protección a un período muy vulnerable de la vida. Pero los miles de propietarios rurales que protagonizaron la resistencia a las retenciones estaban por encima de la superficie, aunque la protesta no involucrara a tantas personas y cuyo contenido fuera porque iban a ganar menos y no porque iban a quebrar o corrieran riesgo sus vidas.
El no hacer nada implica no hacerlo por encima de la superficie que visibilizan los grandes medios. Aunque eso signifique que se está generando un conflicto por debajo de la superficie. Hacer la plancha con las inversiones en educación, en transporte o en esfuerzos por generar trabajo no tiene mala prensa. Es algo que no molesta. En cambio, buscar formas de financiamiento para hacer esas inversiones y esfuerzos provoca remezones con titulares incendiarios que hacen entrar en pánico a la clase media y molesta a los que tienen que ceder recursos.
La imagen de Macri rechazando el gobierno de los subterráneos de la Ciudad tiene un efecto de incongruencia que produce desconcierto. La primera reacción de un macrista será seguramente cargarle la romana al gobierno nacional con las excusas de la falta de policía, de financiación o de que los gremios tienen un alto grado de conflictividad. Macri podría duplicar la presencia policial en el subterráneo si se lo propusiera. Y por otro lado, el gobierno porteño tiene records de recaudación desde hace varios años y con cargas impositivas específicamente destinadas a los subtes. Si el gobierno nacional raspó la olla para encontrar fondos para los ferrocarriles Sarmiento y Mitre, Macri podría hacer lo mismo con los subterráneos y levantarle la apuesta a la Casa Rosada.
Seguramente Macri se hizo asesorar para dar marcha atrás con el acta de acuerdo para el traspaso de los subterráneos. Pero ni siquiera exploró la posibilidad de hacerse cargo. O si lo hizo, tomó la primera opinión: “Eso no tiene solución”. Una frase que también habrá escuchado el gobierno nacional sobre la situación de los ferrocarriles, y sin embargo ya metió la tunelera en Haedo para el famoso e “imposible” soterramiento. Ese apotegma, “lo insoluble”, vuelve una y otra vez como una letanía en cada acto de gestión, porque es la máxima preferida de la burocracia y el primer obstáculo que un gobierno tiene que saber eludir.
En este caso, la estrategia de hacer la plancha llevada a su máxima expresión termina por mostrar a un Macri que se da por vencido antes siquiera de afrontar dificultades. Si un macrista convencido reacciona contra el gobierno nacional, la mayoría de los porteños, incluso muchos que lo votaron, no lo terminan de entender. Suponen que es parte de una estrategia, que tiene un as en la manga. Nadie sabe adónde va ni cómo va a terminar. En dos semanas habrá paritarias en los subterráneos y será necesaria la presencia del gobierno porteño para evitar nuevos conflictos. Metrovías necesita recibir del Gobierno de la Ciudad el dinero que le pasa el gobierno nacional para los subterráneos. Si no recibe ese dinero, se podría producir una situación que desemboque en la caída de la concesión. Sería el último nexo con el gobierno nacional, porque la nueva licitación deberían convocarla las autoridades porteñas, ya que los subtes son de su propiedad; nunca fueron de la órbita de la Nación. Por una serie de convenios de los años ’90 –de los cuales ya desde la intendencia de De la Rúa se estaba desprendiendo–, simplemente el gobierno nacional estaba administrando una propiedad de la Ciudad.
Por la explicación que sea, la estatua petrificada de Macri frente a la crisis con los subterráneos quedará como el símbolo mayor de la gran plancha.

*Publicado en Página12

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