Por Marta Riskin *
* Antropóloga UNR.
Publicado en Página12
“La libertad de los pueblos libres es aún despreciada por los siervos,
porque no la conocen.” Circular a los preceptores de las Escuelas Públicas
de Cuyo del Gobernador José de San Martín- 17 de octubre de 1815.
porque no la conocen.” Circular a los preceptores de las Escuelas Públicas
de Cuyo del Gobernador José de San Martín- 17 de octubre de 1815.
Entre el epígrafe anterior y frases como “la libertad está en que
puedas comprar lo que se te cante... un tomate, un dólar o una silla” o
“Nada tenemos que hacer en Paraguay”, median dos siglos. El cruce sólo
subraya que el vaciamiento de significados es un fenómeno poco novedoso y
la necesidad de batallas culturales para construir consenso, en los
territorios de la conciencia.
Durante largos períodos, la cultura dominante formateó al imaginario
nacional hasta la reducción de la libertad al mercado y la solidaridad
al beneficio corporativo, y coherentes, ciertos sectores de la opinión
pública continúan asociando seguridad con la dependencia a alguna corona
y un límite razonable para la compra de moneda extranjera con
corralitos.
Si el tomate los devuelve a los precios abusivos del 2002 o una
simple silla a los mensajes inconscientes de las publicidades durante la
dictadura para descalificar a la industria nacional; vale el registro
de las dificultades que encuentran para establecer correlaciones y
afinidades entre el pago de impuestos y los beneficios sociales o entre
el Unasur y la Patria Grande sanmartiniana.
Por supuesto, no sólo se trata de inocencia generalizada. La defensa
de la libertad del tomate, se formule de modo inconsciente o
deliberado, jamás será inofensiva.
Los conflictos ideológicos son complejos. Todos los seres humanos,
incluidos comunicadores “independientes” y “objetivos”, estamos
espacialmente ubicados y emocionalmente involucrados. Por eso, resulta
más sencillo interpretar el discurso ajeno que el propio e importa la
torpeza y transparencia del emisor para la detección de intereses e
intenciones.
Solía complicarse cuando intervenían especialistas en reminiscencias
emotivas o manipuladores profesionales de reflejos condicionados pero,
en los últimos tiempos, los expertos están tan ansiosos por seleccionar
temas, palabras e imágenes para guiones desestabilizadores y a medida de
sensibles audiencias, que adjudican directamente al adversario, sus
propias furias y desequilibrios.
Las transferencias comunicacionales, ya fuese que sus responsables
provoquen odios y fobias a conciencia, por ignorancia, o simple espanto a
los cuestionamientos, sólo enriquecerían las investigaciones de
psicología social si no sumergieran al público en climas de miedo y
violencia.
En consecuencia, corresponde diferenciar entre quiénes planifican y
ponen en marcha intrigas mediáticas y sus rehenes; víctimas que,
atrapadas en el medio del miedo, reproducen irreflexivamente viejos
códigos para beneficio de quienes los perjudicarán. Limitarse a
desacreditarlos no los incorporará como ciudadanos libres al proyecto
democrático. Por el contrario, urge multiplicar palabras que
desarticulen a los argumentos mezquinos, abran debates, apelen y
movilicen la inteligencia.
La libertad es un desafío colectivo. La tarea a profundizar es educativa y el compromiso, hondamente personal.
La conciencia es la clave. Vivimos tiempos de oportunidades
extraordinarias. Los antiguos paradigmas están en crisis y se despliegan
enormes abanicos de posibilidades. Amplias mayorías aprenden a
decodificar acontecimientos, eluden automatismos y se incorporan a la
política, con ansias liberadoras.
Aún queda mucha tarea pendiente. En el siglo XIX, la disociación
entre intelectuales y clase media permitió el acercamiento ideológico de
los primeros a los trabajadores. En la actualidad, los rígidos
horizontes entre ambas categorías, sólo resultan funcionales a quienes
pretenden exiliarse de su propia condición de clase en círculos áureos
de la academia o a vanguardias de proletariados abstractos.
Para no ceder la clase media a los manipuladores es vital abandonar
las viejas etiquetas, ahondar en las propias contradicciones, estudiar
las presentes diferencias entre el poder económico y político de los
trabajadores agremiados respecto del de pequeños y medianos
emprendedores; atreverse a repensar categorías, modalidades y
estrategias que renueven acercamientos y permitan caminos de integración
con los proyectos nacionales.
Urge motivar a todos los ciudadanos a retomar debates y profundizar
en la educación política. El objetivo es la felicidad, sin excluidos y
está más cerca. En términos gastronómicos, ya estamos en condiciones de
reemplazar la filosofía del tomate por la conciencia que “... los
argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir
la boca...”, como prometía San Martín a Tomás Guido, en 1846.
* Antropóloga UNR.
Publicado en Página12
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