lunes, 7 de mayo de 2012

LA SOLEDAD DEL CONSORCIO

Arq. Rodolfo Livingston
Por Arq. Rodolfo Livingston*

Si definimos a la arquitectura como el arte de colocar límites (o quitarlos), con ellos pueden modificarse las ceremonias familiares puertas adentro. La ley de propiedad horizontal favorece o perjudica a sus usuarios, según la praxis de cada arquitecto.
La tipología de los edificios de departamentos ofrece dos sitios para el encuentro: el hall de entrada y la proximidad forzosa del ascensor. Las reuniones de consorcio (todos de pie en el hall de entrada), abundan en reproches y mal humor. La morfología está al servicio del desencuentro. Me sorprende que ningún sociólogo haya estudiado hasta ahora estas reuniones.
Existen edificios que responden a la misma ley de la propiedad horizontal (Ley 13.512, año 1948), pero su conformación espacial estimula las buenas relaciones entre vecinos. Un ejemplo emblemático es el barrio Los Andes, en Chacarita (arq. Beretervide, 1928). Los bloques de baja altura están entrelazados con un parque sectorizado, no demasiado grande. Los habitantes se ven desde cierta distancia y la mudez de los apretados ascensores es remplazada por diálogos normales, que pueden continuar en un banco, bajo los árboles.
LA COCINA. La cocina flaca (1,50 de ancho), característica de los edificios de departamentos, provoca la incomunicación familiar durante las comidas, lo que puede solucionarse con un bar, superficie que se agrega a la escasa mesada de estas cocinas. Una pared entre comer y cocinar, en departamentos chicos, equivale a una pared entre la mesa de luz y la cama. La comunicación familiar precisa de su contraparte, la incomunicación. Ambas son necesarias. Podríamos definir la arquitectura como el arte de colocar límites (o quitarlos).Modificando los límites dentro de una casa cambian las ceremonias familiares.
LA VENTANA. En el proyecto que presentan los clientes para reformar su casa (siempre tienen uno) suele quedar un ambiente oscuro, sin ventana. “¿No podría ser una abertura en el techo, arquitecto?”, nos dicen. Respondemos que una ventana no es sólo luz y ventilación. Una ventana es lo que se ve por ella.
En un estudio publicado en una revista médica se comprobó que los pacientes que miraban el cielo y el verde por la ventana de su habitación del hospital tenían post-operatorios más cortos que los que miraban la pared de un patio interior.
Los baños deberían tener ventanas normales y no esos ventanucos altos “para que los vecinos no nos espíen”. Nadie espía. La película La ventana indiscreta con James Stewart (1954) no ha tenido jamás una réplica entre nosotros; nuestras mujeres son excesivamente decentes, al parecer. Además, de día las ventanas son transparentes sólo muy cerca del vidrio. De noche, si se ve adentro, podría resultar interesante cuando el diálogo visual se produce entre una exhibicionista y un voyeur, o viceversa. Si no, existen las cortinas que permiten mirar sin ser visto. 
AMBIENTACIÓN. A diferencia de las mesas cuadradas, las mesas largas obligan a conversar con el que se sienta enfrente (que a veces es un plomo). En los restaurantes chinos, la doble puerta y la alfombra permiten la conversación entre ocho personas alrededor de una mesa redonda de 1,50 de diámetro. Esta disposición de enfrentamiento, circular o rectangular, alcanza su culminación en las conferencias internacionales. Como no saben bien qué hacer con el centro vacío, sin obstruir la visual, ponen flores o hasta un pequeño y absurdo lago.
Las mesas de Pablo Neruda, gran anfitrión, eran angostas para promover la intimidad. Coincido. Una vez me preguntaron cuál era la medida ideal para una mesa en un bar. “La que permite a una pareja besarse en una reconciliación, sin necesidad de ponerse de pie”, respondí.
LAS BOLAS DE BRONCE. La decoración puede complicar la vida. Recuerdo el caso de una señora que lustraba una por una las bolas de bronce que un arquitecto había colocado en cada parante vertical de la larga baranda de su balcón, rodeando una esquina cercana a mi casa. Cada vez que pasaba por allí la veía lustrando una bola de bronce, porque como le llevaba varios días llegar a la última, volvía a empezar una y otra vez. Una víctima de la estética… y también de los avisos comerciales que proponen a las mujeres infinitos productos para que todo brille.
LA LUZ. En los bares debiera existir la opción de un interruptor o “dimer” para graduar la luz. No es lo mismo enamorarse que leer el diario. El espacio es más atractivo cuando los artefactos de luz son diferentes en lugar de 40 globos idénticos flotando a la misma altura sobre las mesas.
Cuando durante una reunión se corta la luz y se prenden velas, el clima se hace más intimista, nos recuerda la atracción ancestral que ejercen las fogatas en la noche. 
Las preferencias sobre el color están ligadas a la cultura y a los prejuicios. Entre los porteños, por ejemplo, subsiste (cada vez menos) el temor al color: “el rojo cansa”, “quiero un color sufrido”. No ocurre lo mismo en Brasil, en el Caribe y en todas las sociedades “primitivas”.
EL ENCUENTRO. Dice Alfredo Moffat que “el yo es una suma de vínculos”. Vínculos con los demás, con el lugar y también con el pasado. Quiere decir que “yo” no es lo que está adentro de nuestra piel, sino los vínculos con el mundo exterior.
Como ejemplo extremo de la ausencia de vínculos, Moffat señala la capucha que cubre la cabeza de los presos en las dictaduras: no mirar, no escuchar, no tener horarios para comer y para dormir (vínculos con el tiempo) y la oscuridad, pueden enloquecer a una persona que no posea una intensa vida interior.
Los vínculos son lo contrario de la soledad, la peor enfermedad del hombre. La arquitectura tiene mucho que decir para impedirla. Sólo cabría agregar los vínculos con el pasado social, la importancia de la lucha por defender los edificios con valor patrimonial. En la vida personal, necesitamos fotos y objetos para recordar el pasado. En la ciudad también. Por más que el paisaje visual cambie, deben existir referencias que nos digan que la ciudad es la misma, que nosotros seguimos siendo los mismos (“To be”, “ser y estar”, un solo verbo). En estos días la arquitectura patrimonial de Buenos Aires es víctima de la voracidad por el dinero que pasa por sobre todas las leyes y reglamentos destinados a preservarla. Es penoso asistir a la demolición, uno tras otro, de edificios valiosos por su arquitectura, o por su valor afectivo, con la complicidad del poder municipal. Y no construyen algo mejor que lo que demuelen, sino peor. Así como la palabra debe mejorar el silencio, la buena arquitectura debe mejorar el sitio.

*Publicado en Tiempo Argentino

1 comentario:

  1. Estimados colegas:

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    Pablo Campos
    Director Equipo ANdeNES

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