Por Gustavo Daniel Barrios*
El
término es vocación cuando hablamos de estar en constante actitud de vigilia
militante, al concentrarse el propio protagonista de la historia, en la
búsqueda de respuestas y en la búsqueda de acciones eficaces, en lo referido a
problemas grandes como el caso de la minoridad en riesgo, tema necesario de
recorrer un poco en este momento. Metáfora esta de la minoridad en riesgo, que
concentra en sí el símbolo mejor para identificar la causa vital de los
adultos, por el espesor de su incertidumbre, cuando al igual que los infantes
aquel siente que es presa del temor, por una vida más que difícil, como para
resolverla en soledad.
Puede
verse que en estos casos, los institutos laicos afectados a la salvaguarda del
drogadependiente, son aun incapaces de resolver la racha de recurrencia, de
apariencia interminable, que padece el menor cuando el sector donde se asienta
es el aludido de mucha vulnerabilidad. La recurrencia acaecida con interregnos
largos o cortos, es de difícil solución. Y tal vez esto sea así, porque en
tales marcos de contención no alcanzan los jóvenes a absorber los contenidos
inhibitorios suficientes, que impidan el relacionamiento tan fácilmente
corruptor, cuando se paran un momento ante las líneas rojas en donde se ubica
el peligro. Y entonces queda demasiado cerca para ellos pues, el ingreso a
circuitos que siguen allí al acecho y obviamente, desean la destrucción de
estos jóvenes debatidos entre dos caminos.
La
problemática, y viene todo esto a cuento de tanto joven abatido en
enfrentamientos, tal vez principie por la actual imposibilidad de reemplazar,
la fuerte oferta psicológica del hampa –llamémosle así-, y de los que están
subsumidos casi sin salida en los mismos nodos sociales donde viven los
asistidos, para trocarla por una fortísima poción terapéutica y cultural, que
desde los institutos pudieran captar y asegurar, el alma del sujeto adicto. Yo
no sé cuál sería tal pócima, pero se me ocurre que modificar la lógica de
proximidad constante al peligro, como sería acaso el incentivo de recorrer
provincias; aclaro que mucho me baso aquí en la experiencia del cotolengo al
que dieron fama Panchito Chévez y
otros, y son apadrinados todos ellos por León
Gieco. Esto y engarzarlo con la
acción de hacer ingresar al asistido en el mundo del arte, desde el aprendizaje
cual disciplina férrea, y un día se encontrará el menor con que ha salido de su
embotamiento que lo hacía declinar en torno a los bordes extremos, y se vería a
sí mismo tan fortalecido y renovado, que esa pulsión ya se le fue, y los
caminos únicos en el horizonte de él sólo podrían ser los de la reinserción. A
partir de ese momento es recién cuando se presenta el escenario de reinserción,
y digámoslo también, de inaugurar ciudadanía, siendo este un camino extenso,
que por cierto le puede llevar mucho tiempo. Pero su reinserción estará ahí
asegurada, porque el sujeto se limpió, se liberó, y se halla reelaborado en su
fase personal.
Tampoco
desechar las miserias humanas, que toca a los ámbitos arcaicos de la estructura
política general. Nunca me olvidaré de los últimos diez días de vida, del gran
maestro de la lingüística a nivel Nación, como fue Don Salvador Costa Parga.
Este hombre murió a sus 87 años en
una fecha insólita: Lo hizo alrededor de las cinco de la mañana de aquel día en
que, en 2009, el oficialismo perdió
esas elecciones. Pero nada.
Este
amigo, pasó unos quince días en el hospital Freyre
de la calle Olivé, cerca de tantas
cosas que le incumbieron, como los niños que no engendró pero ayudó a
construir, si esto hace una vida en el claustro universitario, en donde todos
para él eran niños, había que conocerlo para saber de esto; dicho por el
hospital infantil de zona norte. Y cerca del acuario, que me hace pensar en
todas las ciencias que abordó, como la astronomía, que lo deleitaba en las
horas que le dejaban libre su tan recordado don
de lenguas. Y cerca de ese parque allí que vincula ambas cosas, porque don Costa Parga fue un hombre atravesado por
la vida natural. Con cierto ingrediente obsesivo también hay que decirlo, cuando
predicaba su vegetarianismo. Yo lo he visto asar, en compañía de dos jóvenes
invitados, a la entradita de su jardín más que rústico y cerca del arbusto de
nísperos, en su parrillita, pimientos, tomates y zanahorias, alguna otra
hortaliza más, ya próximo al almuerzo. Yo me retiré antes de que comenzaran. Ni
siquiera cabía en su mente un asado de res. En su acervo folklórico, él solía
llamarle carne a lo rico de la pera. La carne de la pera, la carne del durazno.
En fin....
Yo
y otros de sus amigos nos dividimos la semana en los últimos diez días, ya que
creo que él pasó los primeros cinco solo en el hospital, hasta que nos
empezamos a enterar y organizar. Aunque en esos días al comienzo él había
logrado impresionar a una muchacha que cuidaba al anciano de junto a su cama,
ya que nuestro amigo era un personaje raro, así como hallar un pavo real dentro
de una clínica veterinaria. Y esta chica lo cuidaba también a él todo el día.
Así que lo cuidábamos, pero en verdad lo estuvimos despidiendo de a poquito al
viejo. Otros de sus amigos aparecieron a lo último, la señora o señorita Capriolo, el señor Rovira que lo había rescatado en la propia casa del viejo junto a
otro señor, otros, muchos..... Rovira
se apartó unos días por fuerza mayor, pero quizá anduvo mal, ya que este hombre
tenía privilegio para el viejo. Siempre fue él su pupilo de oro o hijo
adoptivo....
Y
fue en los últimos diez días, que apareció en escena la trabajadora social,
quien ni bien comprendió que el viejo era una figura nacional, decidió en el
acto que le tenía una refinada inquina. Le hicimos saber quién era él nosotros,
y además la oficina nacional del PAMI; será que el viejo estaba en Rosario
desde 1965, o el año siguiente no sé
–se había venido siguiendo a su hermana con familia aquí-, pero él había nacido
en Caballito, en Buenos Aires, en el
año 21. Lo cierto es que la oficina
porteña se enteró pronto de sus laureles, supongo que por sobrinos nietos, o
amigos de los bis, o lo que fuere quién sabe, pero cuando se mudó a Rosario Costa Parga ya era una figura de relieve
en el ámbito lingüístico. Y decidieron desde allí, tanto agradecemos,
asegurarle su traslado a un geriátrico de mucha categoría en el centro de aquí,
y en plazo brevísimo. Esto fue lo que rebalsó el vaso de la profesional, ya que
argumentaba que por qué hacían diferencias, que los abuelos eran todos
iguales... En realidad se juntaron en ella dos factores en ese momento: su
trauma de ser antikirchnerista, y evidentes frustraciones personales que le
fueron imposibles de contener. Le agarró bronca al viejo.
De
todos modos, si bien bastante perdido, pasó muy sereno esos días, dormía, todo,
pero Salvador Costa Parga se fue a
morir al Freyre, él estaba agotado,
exhausto, y se murió.
Por
todo esto último es que no puedo apartarme de las cuestiones por fuera de la organización
jurídica, general, del país, en tanto aparecen empleados de este calibre, que
vuelven a susurrar aspectos de índoles no tan ligadas a las ideas ordinarias.
A
raíz de todo lo anterior, se abrió un resquicio aquí, que me permite indagar en
qué consiste la ideología del servicio,
encumbrada en una concepción desprovista de todo lo que sea lastimar desde el ego. Me cuesta salir del caso en el
hospital Freyre, pero he descubierto
que los dramas que vivimos en el fragor diario, en cuestiones políticas, vienen
de la impronta salvaje que deposita el ego
en las relaciones humanas en esta arena. Tiene de apariencia un “simplismo”,
pero en realidad el ego es deplorable
al nunca permitir en su inflamación, la fluida y bien intencionada resolución
de los conflictos. Los pecados impronunciables se maceran en el frasco de los egos inflamados. Hinchazón harto
perniciosa y decadente.
Es
claro que esta ilusión o corrupción
de los sentidos, convierte al sujeto cínico en un predador, toda vez que no
halla consuelo por su enfoque empobrecido y limitado, que utiliza para juzgar
desde allí todas las cosas.
Un
día cuando lo descubre no entiende cómo cayó en el error de la visión ilusoria,
y se amarga al comprender, que fue payaso o títere servil, de órdenes que a
través suyo lo pretendieron todo profanar o poseer.
Nunca
rehuir a una explicación que haga excepción de las especificidades que se
tratan en las agendas abordadas por imposición, si sucede que en una trastienda
de lateríos, se encuentra usted con unos floreros de bronce que le produjeron
alivio. ¿Por qué rechazar el convite?
*Escritor
Miembro del Centro de Estudios Populares
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